Por Gregorio Dávila de Tena.
EL ABISMO COMO ÚTERO FECUNDO
I
¿Sangra el abismo? es un libro exigente, complejo y crudo, pero es un texto necesario e iluminador. Ya desde el título y el subtítulo con palabras como «abismo, contracciones, noche…» y la foto inquietante de la portada de un puño en alto ensangrentado, se presagia un contenido descarnado, desgarrador y al borde del precipicio. Sin embargo una de las citas iniciales arroja cierto destello de esperanza: «Mantén tu espíritu en el infierno, y no desesperes» (Silouan).

Fotografía de José Luis Trullo
El abismo es una imagen o símbolo frecuente en la tradición poética. Si recurrimos al cuaderno de citas podemos leer a Baudelaire: «Lanzarnos al abismo, cielo o infierno, ¿Qué importa? Al fondo del abismo para encontrar lo nuevo…», a Piedad Bonnett: «Lo terrible es el borde, no el abismo», o a Rafael Cadenas: «Florecemos en un abismo».
El lenguaje del poemario es original y rompedor. Es difícil que hayamos leído algo parecido. No es un estilo surrealista (parece que el autor no es muy afín a esta corriente) pero sí tiene elementos irracionales, disruptivos, imágenes sorpresivas o desconcertantes, espectros de pensamientos, ensoñaciones, etc. Una variada y rica muestra de la potente imaginación del autor.
Llama la atención, para quienes lo conocemos personalmente, el contraste entre el aspecto bondadoso, sereno y atento de Carlos y el texto de este poemario lleno de crudeza, dramatismo y descenso a los avernos. La poesía se manifiesta en la forma que ella quiere y no se deja domeñar.
En sus reseñas otros autores han destacado: «la sangre desbordada de un mundo derruido» (Rocío Rojas-Marcos), «la voz poética se hace mirada hacia lo hondo del pozo» (Santos Domínguez), «descenso poético al infierno» (Manuel Ángel Vázquez Medel) o «poderoso alcance visionario, complejo andamiaje y apabullante vuelo lírico» (Pablo Luque).
En su anterior poemario La herrumbre herida (Devenir, 2011), Carlos ya hablaba de «vida fragmentada, lo roto-quebrado…» y tiene una sección titulada Memorial de la sangre. Porque como dice María Zambrano en Claros del bosque: «Desciende la luz, atraviesa tinieblas y densidad…». Todo es un viaje de la sombra a la luz pasando por mil tonalidades de penumbra.
Un paso (pascua) de la vida a la muerte y de nuevo renacer a la vida. Muerte en la cruz con los brazos llenos de sangre; y nacimiento de la criatura con su cuerpo cubierto de sangre. La sangre como savia de la existencia, fluido esencial del universo. Y todo es un viaje de regreso. Porque «el movimiento del Tao es el retorno». El regreso del hijo pródigo (metáfora obsesiva para muchos). También aparecen los arquetipos de la madre, el padre, la noche, el hijo-niño o la luz.
II
El libro se divide en siete secciones y una invocación final. El siete es un número significativo en la Biblia como símbolo de plenitud, perfección o totalidad.
Paso a espigar algunos versos o ideas de cada sección:
1 <principio y fin >
«esta estructura de muerte que me ahoga».
«¿puedo oír la luz que en el sendero / ya brota de la piedra?».
Hay un combate interior reflejo del conflicto exterior (dentro/fuera a veces se confunden o ¿son lo mismo?): «saliendo de mi cuerpo dos ejércitos»… Hay una sensación de que se derrumba un reino.
2 <Qué buscáis entre los muertos>
Noche en Iguala: relato de torturas, violaciones, asesinatos. Un texto brutal y violento.
Las pinturas caen, la catedral se hunde. El abismo te toca con su pálpito oscuro.
Las notas del Coro y el Corifeo nos aclaran algunas cosas: «descubres bien oculto el punto que origina esta neurosis. La red de símbolos funciona como una capa protectora entre la realidad y el escritor…»
3 <espada de dos filos>
Solo en ti se reconcilia todo. El sacrificio del niño en el altar.
«la tierna carne al mármol da su jugo».
4 <tumba, útero y fuente>
El abismo como útero fecundo. ¿No habrá madre para tanta muerte?
La herrumbre en los pulmones, el óxido y las celdillas de miel.
5 <Liturgia carnal o caníbal>
La nube de vencejos para el sosiego y la gracia.
La crudeza y la carroña descrita con pulcritud.
“Arráncame de mí”. Maillard: no hay ningún mí que puedas arrancar.
«Dame, Señor, ojos de chiquillo, del que miraba con asombro los regalos…»
6 <cámara nupcial>
«Y lo que hace el amor no acaba nunca». J.R.J.
«Toco el costado abierto, los encajes, / en esta oscuridad, toco sus labios,…»
«…y desciendo o asciendo (qué más da) por ese vórtice, que es útero y engendra desde dentro tantos mares de luz…»
7 <Tú barres las estrellas con tu nombre>
«Avanzas toro y hombre, monstruo y héroe en tu escisión, como un crucificado… / caes y / te / hundes / en el vórtice y / te asombras: / ahora es noche y Pascua y amanece».
«Después del aguacero, / gotas en cada hoja del naranjo».
«cierro la puerta como quien cierra un templo».
III
Hay mucha sangre en el abismo: la sangre de la muerte y la sangre del parto; muertos que bajan al hades y niños que vagan por los úteros. Esta estructura de muerte-vida trae toda la respiración fractal del cosmos; el abismo viene con contracciones de parto, el paso del Mar rojo (la sangre); el proceso.
Los capiteles sumergidos en los claustros donde las monjas dan de comer a los tetrapléjicos. Regina Mundi, enciende la linterna de los muertos. Ora pro nobis; Inteligencia que todo lo crea, natural quimera de la niña que vivifica los tanatorios. Inteligencia, dame el consuelo del lenguaje, este lúdico trenzado del decir, decir lo que no sabemos.
Los canecillos representan la vuelta al útero, canecillos obscenos, cuajarones de sangre tras el parto, la luz oblicua en el pozo, el abismo que florece; la saliva lame tu sangre y despiertas; barro por todos lados, una DANA perpetua en el barranco; barro en las cejas y hasta en las ingles.
Subo los peldaños de esta escalera hacia el cielo que termina en el precipicio, ascender hacia lo más bajo; la noche rompe aguas, la noche se hace carne, un nuevo nacimiento para superar los abortos; la sangre incompatible. Decir sin saber, saber y no decir. «Das vueltas para nacer de nuevo».
Ya vuelven los vencejos hacia el canto de la Sibila, la víspera de Reyes, el regado de las hojas que caen. Estremecimiento de huesos, tendones y cartílagos. «El verbo se hizo carne» y la sangre nos unge como criaturas de redención. Los dolores de parto de este mundo ante el abismo; la sangre derramada por las muertes inocentes. El compás de espera amniótico de los fetos escondidos que aguardan la contracción final.
«Quién arrojara fuera tanta noche» por todos los crucificados que en el mundo han sido.
Y el libro se cierra con una «<Invocación final o ábside triconque>”:
«Y miro el campo, el cielo… (siempre vuelvo al camino de la casa)».
«Y escuchas: que el lucero matinal te encuentre ardiendo… ¿arder si todo se ha quemado?».
«En esta noche están todas las noches. / Te han abierto y partido y te derramas…».
Todo se ha consumado y el poeta se hace «cuerpo-palabra donde orbita todo». Ya terminó la vigilia y la luz traspasa el espacio y la carne. La memoria y el latido se pierden «por el gran mar» del tiempo y la conciencia.