Horacio Otheguy Riveira.

Un teatro desestructurado que se nutre de aportaciones a medida que avanza, en el historial y en la dinámica de cada pieza. La estructura -a la par que las emociones de sus personajes- se crea sobre la marcha con un lenguaje que, en Madrid, aún no tuvimos ocasión de admirarlo en ningún teatro, pero que, sin duda, leerlo produce una notable satisfacción. Al margen de lo conocido, con un apoyo incondicional por los jurados que le premian e instituciones de relieve como la Revista Primer Acto, donde suele colaborar.

En estas páginas hemos dejado constancia de su singular talento en dos ocasiones: La otra Lola y Nana de la desaparición, obras en las que lo marginal de sus personajes adquiere trascendencia clásica, esto es: tragedia en disyuntiva moral y social.

Siempre -en obras propias o ajenas, como director- Moreno transita los paisajes más tenebrosos con afán de iluminar lo oscuro y entablar diálogos afectuosos con el dolor o la angustia de sus personajes. Un mundo propio en el que, de un modo de otro, aparece la influencia de otras voces, otros ámbitos, Como por ejemplo, puede asomarse Marguerite Duras en sus Días enteros en las ramas: «¿Un dolor que hace sufrir? ¡Pero eso es la esperanza!».

O en esta misma obra que abre con Alejandra Pizarnik:

«Yo no sé de pájaros,

no conozco la historia del fuego.

Pero creo que mi solead debería tener alas»

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Memoria de un pasado demasiado reciente

Con un prólogo literariamente impecable de Joan Tallada, se aporta una mirada exhaustiva sobre Barcelona, una ciudad de la que tanto se esperaba cuando estalló el SIDA y que, sin embargo, respondió mezquina, miserablemente, dando la espalda al sufrimiento imperante… hasta que una serie de valientes activistas conquistaron «una inmensa ola de solidaridad que contribuyó a dignificar, entre la vida de las personas con VIH…»

Personajes

SIMÓN, hoy, en 1993, entre llagas y sudores, viendo pasar por el cabecero de su cama de hospital a:

El Simón de 1974

El Simón de 1986

El Simón de 1987… hasta el de 1991. (Preferiblemente interpretados por el mismo actor)

Otros personajes se irán sumando en un rítmico desfile de escenas breves planteadas de modo muy personal por el dramaturgo, ya que no teme entrar en campo literario puro (narración y exposición), alternando con notable discurrir de teatro contemporáneo, fusionando simbología con otros estilos.

Retratos de época, acción dramática paralela

Ocaña, un evangelio

Fiestas de la juventud.

Cantillana, Sevilla. Septiembre de 1983

Ocaña girando y girando con su traje de confeti. Ocaña veleta. Ocaña frente al ventilador. Ocaña acentuando el giro de sus articulaciones. Ocaña acentuándolo todo. Ocaña poniéndole tilde a sus movimientos, no acentuándolos, ¡qué coño! Ocaña veleta en su traje de mil tildes de papel maché. Ocaña mirando al sol. Ocaña sudando. Ocaña girando sobre un sueño de lija. Ocaña, 1,78 si fuera descalzo. Ocaña con sus zapatos, frotando la lija. Ocaña cerilla, Ocaña humeral. Ocaña, sol de papel maché ocultándose entre la niebla. Ocaña como siempre, y más que nunca, fuegos artificiales. Ocaña, un evangelio.

SIMÓN.- Dijeron que las quemaduras no fueron culpa del sol, que en ese carnaval de su pueblo natal se había reunido mucha gente que lo odiaba. Que rechazaban lo que decía, lo que cantaba, lo que rezaba, y que se avergonzaban de que hubiera vuelto. Dijeron que esa vez no le tiraron piedras, que con la excusa de las fiestas le tiraron petardos encendido…

Petardos

Y solo a él, ¡artista!, se le habría ocurrido ir vestido con un traje de papel…

No me son ajenos los golpes ni las pedradas ni las amenazas. Ni el acostumbrarme a desaparecer en la negrura más profunda, en el pozo ancho de la discreción.

Una obra de teatro, un memorial. un libro vivo que renace ante cada lector que lo reconstruye página a página, momento a momento, reviviendo emociones y descubriendo nuevas… Nuevos pasadizos secretos para unir el dolor de ser uno mismo y la violenta sociedad que nos rodea. [ETC El toro celeste]