Horacio Otheguy / Mauricio Torres
Muchas vueltas se le puede dar a lo pinteriano, sobre todo teniendo en cuenta que Harold Pinter (1930-2008) huyó de las etiquetas como de la peste: actor, guionista, director, y genial dramaturgo Premio Nobel 2005, diversificó sus emociones y pensamientos en variedad de registros dramáticos. Sin embargo, para entrar en su mundo son fundamentales las atmósferas de misterio, el melodrama contenido, la angustia solapada…
Así, sus piezas en escena dependen de las expectativas que crea cada puesta en escena, ya que la interpretación de cada director es clave para crear una «versión diferente a mi propia creatividad. Pasan los años, y me sorprende enormemente ver lo que hacen distintos directores con mis obras. Apruebo y rara vez rechazo lo que veo y escucho como si yo no tuviera nada que ver, como un espectador más que sale del teatro con ganas de volver».
La llegada de Anna a la casa de Kate y Deeley desencadena una sucesión de recuerdos en cada uno de ellos, cargados de impactos emocionales, que provocan la utilización de estos como arma arrojadiza hacia el otro. El pasado se modifica cada vez que alguien habla de él y pareciera estar más vivo que el presente. Los recuerdos se materializan a modo de ficción en el presente, son contados, actuados… son, por tanto, un hecho teatral en sí mismos.
La memoria es un país extraño
Viejos tiempos, 1971, entra en el ciclo titulado «Teatro de memoria» (1968–1982). De hecho, ese mismo año escribió el guion de la película de Joseph Losey, El mensajero, y dejó establecidas bases inolvidables a partir de la frase con que se inicia el filme: La memoria es un país extraño, concepción que va como anillo al dedo en la imaginería, interpretación y sugerencias planteadas en escena, un mundo que ha de rematar el espectador plenamente integrado en un clímax que, poco a poco, le permite entrar y participar silenciosamente: hasta sentir que comparte la respiración de los personajes.
Pablo Renom ya hizo un Pinter en 2020, traductor y adaptador: Traición, una maravilla con mucho en común con esta creación en la que Beatriz Argüello (Valor, agravio y mujer) aúna miradas personales que sintetizan -con notable talento «pinteriano»- la capacidad de expresar mucho con lo mínimo y valorar los silencios como parte indisoluble de la expresión escénica.
Absoluta riqueza de matices, no solo en la palabra desvaída, buscona de sí misma, propia del texto, sino en los silencios, el ambiente musical con aire a David Lynch, y la ambientación escenográfica y la iluminación «tocadas» con la gracia inspiradora de cuadros de Edward Hopper, el sobrecogedor retratista de la soledad en el siglo XX, uno y otro aparecen en la memoria de este cronista; ni se citan ni se muestran, pero ya forman parte de la influencia cultural, poética, de nuestro mundo audiovisual.
Imágenes de seres fantasmales

Irónico, histriónico, Ernesto Alterio abraza a su personaje, el más elaborado, centro neurálgico de una sesión fantasmal, años 60, que se vive como flotando en el espacio.

Uno de tantos aportes de la dirección: de pronto dos números musical, con pasos de baile y fonomímica muy bien hecha, recomponen con humor la dinámica, a veces quebrada, de la comedia.

¡Cuánta armonía en este cuarteto de talentos!: Ernesto Alterio, Marta Belenguer, Beatriz Argüello y Mélida Molina.
«La atracción que produce Viejos tiempos reside en el secreto que esconde. En el misterio no tanto de la trama, como de sus tres protagonistas. Pinter disecciona en este magnífico texto, a tres personas complejas tres transeúntes del tiempo, tres soledades que guarda cada una un secreto. Quizá sea el mismo en los tres… quizá el misterio del tiempo no solo les envuelva a ellos mientras los observamos desde el patio de butacas…». Beatriz Argüello
«Viejos tiempos supone, en la torrencial trayectoria de Harold Pinter, algo así como un cambio de tuerca, un nuevo comienzo o una reinvención tras sus obras de los 60. A comienzos de la nueva década, Pinter se inventa con esta obra una nueva forma de escribir, por la que transitará durante algunos años: una escritura misteriosa y poética, alejada del realismo, donde lo verdadero y lo falso, la memoria y la invención, y el recuerdo y el sueño se confunden. Viejos tiempos me ha acompañado desde la primera vez que la leí, hace muchos años, y me siento muy honrado de sumergirme en este mundo cargado de melancolía y secretos. Pinter es la razón por la que escribo teatro; traducirlo es mi modesta forma de darle las gracias». Pablo Remón
Texto: Harold Pinter
Dirección: Beatriz Argüello
Reparto: Ernesto Alterio, Marta Belenguer, Mélida Molina
Traducción y versión: Pablo Remón
Escenografía: Carolina González
Iluminación: Paloma Parra
Vestuario: Rosa García Andújar
Espacio sonoro y música: Mariano Marín
Movimiento escénico: Óscar Martínez Gil
Ayudante de dirección: Valle del Saz
Fotografía: Dominik Valvo
Producción ejecutiva: Chusa Martín
Ayudante de producción: Elena Prados
Distribución: Rocío Calvo y Concha Valmorisco
Producción: Entrecajas Producciones y Teatro de La Abadía
TEATRO DE LA ABADÍA. SALA JOSÉ LUIS ALONSO. HASTA 13 DE ABRIL 2025