Por Rosa Campos Gómez.
Francisca Aguirre* le escribe a Kafka. Sus palabras me salieron al encuentro cuando leía Prenda de abrigo (0lé Libros, 2019), una antología que reúne aquellos poemas seleccionados por la propia poeta y por su hija, Guadalupe Grande, quien también escribió el bello prólogo del libro, en el que dice:
«todo en la vida de Francisca Aguirre tiene que ver con el deseo de que la palabra sea el abrigo contra la intemperie: el habla de la memoria, la palabra hecha de amor, la palabra concebida como amistad, la palabra hecha de música, la palabra como recordatorio de un sueño».
Todo el libro es una reliquia, por lo que representa la selección en la que se encuentran poemas muy emblemáticos; por su original cubierta diseñada por Guadalupe, en cuya portada se deja ver a través del óculo central el rostro de la autora cuando contaba un año en la fotografía que aparece en la guarda, y en la contraportada la ilustración ‘La Japonesita’, de Lorenzo Aguirre —padre de Francisca, pintor, cuya vida le fue arrancada en 1942—; y porque es un trabajo realizado mano a mano con su hija, aunque de publicación póstuma porque la muerte le llegó un poco antes de que viera la luz.
La antología contiene el poema «Nana de los libros viejos», al que pertenece el verso “porque un libro, señores, es una prenda de abrigo”, del que se extrae el título; en él describe cómo adquirían en su casa, en la década de los 40 aquellos libros primordiales, casi siempre desencuadernados y rotos, que podían alquilar los fines de semana con las pocas monedas que tenían: “y aquellas páginas marchitas / calentaban como una gran hoguera. / Y así durante muchos sábados y domingos / rodeadas de desperdicios ilustrados, / vivimos el milagro de abrigarnos / con las maravillosas páginas de Tolstoi en ‘Resurrección’, o con las aventuras de Mark Twain /con las desdichas de ‘Pobres gentes’, de Dostoievsky (…)”, libros que fueron para ella y sus hermanas “la deslumbrante Biblioteca de Alejandría”.
La sensibilidad introspectiva, clara y directa de mirar la existencia y lo cotidiano de Aguirre se despliega en todas las hojas que dan cuerpo a ’Prenda de abrigo’, pero aquí solo hablaremos de este poema que nos acerca, con ella, al escritor checo, a quien se dirige —además de a otros grandes autores, con quienes aprendió tanto en su sólida formación autodidacta— en el poemario Los maestros cantores, un homenaje textual habitado de memoria, admiración y sincronía con sus referentes literarios universales que trascienden la medida del tiempo.
La efeméride del centenario del fallecimiento de Franz Kafka (Praga, 3 de julio de 1883 – Viena, 24 de junio de 1924) está recién conmemorada, por lo que, en medio de todo el fulgor de los homenajes rendidos y merecidos, encontrar de manera inesperada y sigilosa el poema que le escribió Paca Aguirre fue todo un hallazgo en el momento preciso.
El autor de La Metamorfosis dejó escritos cuadernos en octava —se les llama así a los de hojas de tamaño 11 x 16 cm (mitad de una cuartilla, octava parte de un pliego de papel)— y Aguirre decidió contestarle en la figura que representaba dicho formato, anunciándolo ya en el mismo título:
Preguntas en octava, amigo Kafka
Empezando por la muerte, señora miserable e insistente con,
la que al fin tuviste que acostarte, dime, qué hiciste tú con
semejante aborto, tú que estuviste siempre enamorado de la
vida, a pesar de saber que nunca dura, cómo hiciste, muchacho
desmedido, cómo se las compuso tu cordura, tu necesaria astucia
sapientísima, para esquivar el beso de esa puta, que te había
elegido tan temprano. Y tú, como si no supieras, tú persiguiendo
la vida, jugando a construir un porvenir [por otra parte más
bien nauseabundo como tiene que ser en un escarabajo], un
porvenir desde ningún presente. Pero tú te reías, lo he sabido, lo
he podido leer en tus novelas. Porque hiciste novelas y bailaste
y debiste beber un poco de cerveza y disfrutar del sol y de la
noche. Luego tomabas nota detallada en aquellos cuadernos
en octava. ¿Cómo hiciste, cariño, cómo hiciste? Y no me digas
que lea tus libros, no me digas a mí que ahí está todo. Estaría
bonito, vida mía, que a estas alturas me salieras con esas. No,
corazón, no me hables de tus libros, no me cuentes historias
de ratones. ¿Qué pasaba contigo, huerfanito? ¿Cómo pudo vivir
un dinosaurio sabiéndose pretérito imposible y escribiendo su historia
en alemán?
Un texto lleno de ternura, con su dosis de ironía, pero sobre todo de comprensión y de amor, sentimientos envueltos en palabras que, quizá, tanto necesitó recibir el autor de ‘Carta al padre’, y a quien Aguirre se dirige como si las pudiera escuchar, y con las que sus lectores podamos percibir su orfandad clandestina y verle sentirse abrigado al cobijo de esas grafías con interrogantes habitadas de significado. Y el agradecimiento lector emerge por lo que unas palabras bien medidas pueden decir acerca de ese calor tan urgente que ella intuyó que él podía necesitar… Ser dinosaurio y nunca escarabajo, que seguro bailaba y tomaba cerveza y amaba y supo disfrutar del sol y de la noche, aunque otros alfileres le acecharan.
Ella sabía de la necesidad de traer y llevar el amor a todas partes, a pesar del dolor y el infortunio, más allá de todo desgarro, por eso escribió un poema en prosa a quien se fue siendo aún joven, pero dejando algo tan hondo como si fuera viejo y hubiera vivido todas las penas y respirado sentires de milenios. Abrigo cálido, de comprensión y de complicidad es la poesía de Francisca Aguirre que a Kafka del frío ampara y a quien celebra, y junto a ella también lo homenajeamos, porque no es tarde en este ahora.
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* Francisca Aguirre Benito (Alicante, 27 de octubre de 1930 – Madrid, 13 de abril de 2018) es autora de once poemarios, cuatro antologías y dos libros de relatos, su obra ha sido galardonada con diferentes premios. Contrajo matrimonio en 1963 con Félix Grande (1937-2014), poeta, narrador y flamencólogo, tuvieron una hija, Guadalupe Grande Aguirre (1965-2021), poeta, ensayista, crítica y artista plástica. En 2012 fue nombrada Hija Predilecta de Alicante. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 2011 y el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2018.