Tomás Hernández Molina (Alcalá la Real, Jaén, 1946) vivió unos años en Valencia, donde publicó un par de títulos. Después de veinte años de silencio ha publicado: El viaje de Elpénor (Biblioteca Nueva, Madrid, 2004); Cuaderno de Salobreña (Salobreña, 2004); Y véante mis ojos (Biblioteca Nueva, Madrid, 2006); Última línea (Hiperión, Madrid, 2007); Accidentes geográficos (Las Palmas, 2008); Peñón de las Caballas (Tres Fronteras, Murcia, 2009); 174517 [El corazón del pájaro] (Cénlit, Pamplona, 2016), Hotel Comercio (El ojo de Poe, Alcalá la Real, 2017), Nadie vendrá (Reino de Cordelia, Madrid, 2019), Donde duermen los pájaros (Diputación de Córdoba, 2021) y El esfuerzo del copista (Hiperión, Madrid, 2022). Su obra ha merecido algunos premios: Ciudad de Zaragoza, Manuel Alcántara, Jaén, Antonio Oliver Belmás, Ciudad de Pamplona, Ciudad de Salamanca, Vicente Núñez y Antonio Machado en Baeza.
Acaba de ver la luz Orillas de los ríos (ElEnvés Editoras, 2025), una antología en la que el autor reúne sus versos más emblemáticos, seleccionados personalmente, abarcando veinte años de creación poética. Hoy nos acompaña para darnos su Primera Impresión sobre esta obra.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Tomás Hernández: Hace unos años, Álvaro Salvador, al que agradezco siempre su interés por mis libros, me sugirió la idea de publicar una antología que recogiera una muestra de ellos. Luego apareciste tú y en compañía de Almudena os pusisteis manos a la obra. Aquí está.
Orillas de los ríos es un título muy sugerente, a pesar de que no se corresponda con el de ninguno de tus libros ni de tus poemas…
Es una mañana de verano en un río cerca de Covarrubias. Un muy querido amigo jugaba con sus hijos. Esa es la idea, el último río que miramos juntos.
No suelo releer lo publicado.
¿Cómo fue el proceso de selección? ¿Ha sido ardua la tarea de escoger entre una producción que se extiende durante dos -prolíficas, cuanto menos- décadas?
Fue divertido. Volví a cada uno de los libros que hacía tiempo que no leía. No suelo releer lo publicado. Retengo en la memoria versos de amigos, de poetas admirados, de los clásicos, pero ninguno mío. Un par de ellos, como mucho.
Ese regreso evidenció, claro está, las torpezas, pero también recuperé el rescoldo de las emociones o las ideas de entonces.
Prólogo y epílogo de Vicente Gallego y Álvaro Salvador, respectivamente. Ahí es nada.
He sido muy afortunado en la vida. Amigos entrañables cuya poesía además admiro. Con Vicente nos une el cariño y la fascinación por la poesía de César Simón. Los dos lo conocimos en épocas diferentes de su vida. Así que hemos reconstruido una especie de biografía sentimental de César.
Con Álvaro me une una antigua “protoamistad”, como él la definió con acierto.
El vértigo es una emoción poderosa
Imagino que da cierto vértigo «enfrentarse» a la obra de uno. ¿Cómo se ve con retrospectiva? ¿Hay favoritos entre los libros que integran esta antología?
El vértigo es una emoción poderosa, aunque yo padezca de él. La única vez subí a la cúpula del Vaticano, me pegué a la pared como una lagartija crucificada [risas].
¿Cómo veo mis libros en retrospectiva? Con alegría por los poemas que he vuelto a leer con placer. Sin remordimiento por las torpezas. «Así son los libros», decía Marcial.
Y sí, tengo tres libros favoritos. A los tres los une una circunstancia común, no fueron escritos como libros sino como ¿desahogo? Y veánte mis ojos es un poemario amoroso que fui escribiendo en una libreta tamaño cuartilla. Casi siempre por la noche, como improvisaciones. De repente había un libro en ese cuaderno.
174517 surgió de la lectura de Sefarad de Antonio Muñoz Molina. Ese libro me abrió la puerta del horror, el miedo, la persecución, la muerte miserable e ignominiosa. Durante una década larga leí testimonios de supervivientes del nazismo, monografías, biografías. Cuando acababa de leer algunos pasajes, sentía la necesidad de escribir por ellos, de expresar aquel miedo, aquella falta de toda esperanza. Nunca pensé en publicarlo, me parecía una usurpación de un dolor ajeno y terrible. Mi querido amigo Arcadio López- Casanova, Almudena y Vicente Gallego me convencieron para hacerlo.
El tercer libro es la Antología Palatina. En las largas mañanas del confinamiento pensé en leer algunos de esos libros de los que tienes referencias, pero nunca has abierto. Así empecé a leer la Antología Palatina en la traducción de Manuel Fernández-Galiana. Nada que no esperara. Poemas, en su mayoría retóricos o de ocasión, que no me decían mucho. Pero al llegar al poema 346, hice, no sé por qué, una versión despojándolo de todo lo accesorio. Y entonces vi y leí el libro de otra manera. Intenté, incluso, retomar poemas de los primeros, pero no fui capaz. Había perdido ese fervor. Y los incluí, como sabes, en El esfuerzo del copista. Pero estoy muy contento de esas versiones que tampoco fueron concebidas como libro.
Orillas de los ríos es un trabajo acabado. No es, sin embargo, la primera vez que se reúnes tu obra en un volumen antológico. ¿Son muy distintas las sensaciones ahora que cuando apareció «Tres veces vino y se fue el invierno”, la selección a cargo de Juan Carlos Abril?
A Juan Carlos Abril siempre le estaré muy agradecido. Él se ocupó de la selección y de la excelente publicación en la Diputación de Jaén. Fue el primero en escribir sobre mi poesía. Recoge poemas de los cuatro primeros libros. Así que veo esa Antología ahora como una obra haciéndose.
Orillas de los ríos es un trabajo acabado, por eso incluyo algunos inéditos. Creo que diez u once libros en dos décadas, como dices tú, no está mal, ¿no?
Creo que hay mucho en mi poesía de los magníficos libros en prosa de César (Simón)
Entre los tantísimos, bien de entre los Clásicos como otros más recientes, poetas que resuenan en tus versos, uno destaca sobre todos ellos: César Simón.
La influencia y el homenaje a César en mis libros es una historia curiosa. Yo entré, de veras, en su poesía con su tercer poemario, Estupor. Cuando murió César, su viuda, Elena Aura, me envió su último libro, El jardín, con estas hermosas palabras: «A César le habría gustado que tú tuvieras este libro. Un abrazo. Elena». Me conmovió. También creo que hay mucho en mi poesía de los magníficos libros en prosa de César. Se leen poco, pero son de una sobriedad, una hondura, un pensamiento alto y original que sobrecoge. Deberían editarse juntos, como hizo Vicente Gallego con la Poesía Completa. En realidad, con César no hablaba mucho de su poesía. Recuerdo que un día, a propósito de Estupor, me dijo: «A ti te gusta mucho ese libro». Se llevó la mano al mentón, y añadió: «Curioso». Nunca le pregunté sobre esa extrañeza.
Y sí, fue un amigo y un poeta del que aprendí y sigo aprendiendo mucho.
¿Qué esperas de este libro, Tomás?
Nada. Mucha gratitud hacia Almudena, Álvaro, Vicente y hacia ti y todos los amigos, como Reinaldo Jiménez y tantos otros, que en estos años se ha interesado por estos poemas. También gratitud a quienes los lean por primera vez. ¿Qué más se puede desear?
Te pongo en un aprieto: A pesar del esfuerzo que habrá supuesto determinar qué poemas quedaban dentro y cuáles fuera de «Orillas de los ríos», si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de esta obra, ¿cuáles serían?
No fue mucho aprieto. Algunos poemas se descartaron solos. Aún tengo la sensación de haber elegido demasiados.
¿Tres poemas? Por diferentes motivos: “Sombras” de Nadie vendrá, “Los oficios” de El esfuerzo del copista y el poema V de Última Thule.
¿De qué vamos a hablar, sino de esta luz de cada día? Nace la antología ligada al municipio de Almuñécar, lugar en el que desarrollaste parte de tu labor profesional y a la que pertenece tu lugar actual de residencia. ¿Qué papel desempeñan en tu poesía estas latitudes, su mar, sus rincones?
De eso hablo con mi querido Reinaldo Jiménez. Es nuestro mundo, son nuestros rincones, como tú dices. ¿De qué vamos a hablar, sino de esta luz de cada día?
Intento, sin embargo, diversificar los escenarios, los personajes de los libros. En 174517, la segunda parte de Última línea, los primeros poemas de Nadie vendrá, donde recreo el paisaje árido de algunos libros de César, Donde duermen los pájaros o la Antología Palatina podría servir de ejemplo.
Este libro es el punto final.
¿Supone este libro un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Este libro, como ya te comenté, es el punto final. Así que, como dice un amigo: «El mejor de los proyectos que es no tener proyectos«. Lo que vaya saliendo.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
Sin lugar a dudas, de Álvaro Salvador con quien celebramos estos días la aparición de su Poesía Reunida, La guarida inútil.
***
Tres poemas de Orillas de los ríos
Sombras
Algunas veces hablo con las sombras,
sobre todo en invierno cuando la noche es larga
y se acortan las luces y los vientos
llegan desde el pinar, remueven unas tejas
y parece que alguien se acercara a la puerta.
Inútilmente voy a comprobar la nada. Oscuridad y frío.
Vuelvo a cerrar la puerta. Me entretengo
dando rostro a las sombras. De algunas
he olvidado su nombre, pero siempre
reconoces un rasgo, algún gesto que reales las hace.
Me acompañan al fuego o relleno la copa
y comparto este vino. No me asusta el silencio
ni temo la locura. Luego bajo a los cuartos
en donde están las camas. Ellas siguen arriba,
esperando.
Los oficios
Desconocía el arte de la música,
la proporción y la armonía del número,
con torpeza copiaba las notas, las escalas,
y era infantil su letra, trazada con esfuerzo,
como el niño que escribe mordiéndose los labios,
apretando en sus dedos el lápiz o la pluma.
«Mi ciencia está en el tacto de mis manos»
y bajaba los ojos y elegía
la madera apropiada más afín a la pieza,
para la tapa armónica el árbol del abeto,
el resuello del arce para el fondo,
la firmeza del ébano en clavijas, bastidores;
mimaba los barnices, sostenía
que sólo al sol podían afinarse,
pues el fuego quebraba la hermosura,
la irisación de los aceites, el brillo perdurable.
Acercaba su oído a los troncos apilados,
«es preciso saber si en este árbol
ha cantado algún pájaro», decía
Antonio Stradivari, laudero de Cremona.
V
Los reclamos de urgencia cuelgan en las fachadas,
luces intermitentes de todos los colores,
en las figuraciones de los escaparates,
maniquíes sin sexo y mirar de estatua,
sin corazón ni pulso que estremezca,
insomnes maniquíes,
la desnudez expuesta detrás de los cristales.
La apresurada soledad por las aceras,
hay un mendigo siempre en esa esquina,
un hombre arrodillado que no habla,
algunos días dejo una moneda,
tributo de lealtad, sin compasión ni lástima.
Por las ventanas, una canción de amor,
con olores de alcoba y sábanas al sol,
ángeles limpios volando entre paredes.
Sólo en las plazas puede escucharse el agua,
los viejos silenciosos miran el surtidor,
mientras cuentan las gotas con los dedos.
El sol de los inviernos, la sombra del verano,
sólo habita en las plazas.
Aquí vienen
de las calles más pobres a besarse.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.