Horacio Otheguy Riveira.
El inspector Sejer es un solitario viudo que, varios años después, sigue sintiendo muy cerca a su esposa que vio morir en un hospital. Hasta sueña con ella, entre vivencias muy fuertes. En esta soledad ejerce su profesión e investiga detalladamente. Mide cerca de dos metros, empatiza con las víctimas y sus familias de un modo controlado. Muy contenido emocionalmente («en su corazón cree al pie de la letra que se casó hasta que la muerte le separe»). Pero le sucede algo inesperado al entablar contacto con la doctora Struel, psiquiatra directora de un manicomio, a quien busca para saber de uno de sus pacientes fugado, posible asesino, y a la vez rehén de un ladrón…
«[…] ¿De modo que no tiene tendencias suicidas?
—No. Pero en este negocio nunca hay nada seguro.
— ¿Usted lo entendería si llegara a hacerlo?
—Claro que sí. Suicidarse es un derecho humano.
—¿Un derecho humano? ¿Eso opina?
La doctora se miró las manos.
—No me gustan nada esos terapeutas que dicen al paciente: Has de entender que la muerte no es la solución….
—Pero usted hará todo lo que pueda para evitarlo, ¿no?
—Digo: Es tu elección. Y no siempre me siento bien cuando debo meterles la vida por la fuerza o cuando les robo una psicosis que ellos, al fin y al cabo, viven como su única vía de escape.
No voy a poder dormir esta noche, pensó Sejer. La cara de esta mujer flotará ante mí en la oscuridad, sujetándome. Sus palabras me retumbarán en los oídos. Se sorprendió a sí mismo dando vueltas a la alianza, pensando que si ella, contra toda razón, hubiera sentido cierto interés por él en ese aspecto, necesariamente habría tenido que descartarlo enseguida. Tal vez debería dejar de ponérsela. Por otra parte, hacía mucho tiempo que había decidido que siempre estaría en su dedo y que se la llevaría a la tumba. Y sin embargo, esa alianza indicaba que existía una mujer. La doctora también la había visto. La idea le molestaba.
Sejer volvió a sentir una especie de marejada por dentro. Cuando se retiró, se miró el corazón, que desde hacía tiempo era una playa abandonada. Por primera vez en muchos años había en él una mujer»
Un bosque con muchas sorpresas
Una novela de bosque feraz y persecución por carretera en la que conviven un ladrón primerizo que lleva de rehén a un joven inadaptado: ambos marginales tienen buenos sentimientos, son buenos tipos que pueden convertirse en complicados e incluso violentos; ¿qué puede pasar con ellos juntos? Esta es la clave para seguirles hasta el final, un desenlace con la corriente humanista característica de la autora, para quien las angustias, traumas y alguna clase de esperanza en el vacío existencial… conforman un cóctel siempre interesante, muy cercana a la novela negra escandinava -especialmente de Henning Mankell (Suecia, 1948-2015)-.
Sin embargo, Fossum tiene voz propia y un aleteo femenino muy personal dentro de la larga lista de escritoras del género: mira con afecto la miseria de lugares recónditos de su país, siente profunda pena por quienes rondan las dificultades de vivir y a veces entran en el crimen, casi sin saberlo. También aprecia la desolación y la inteligencia de su inspector Konrad Sejer, quien esta vez acaba por descubrir que el asesino de una anciana solitaria es un monstruo inesperado.
*** *** ***
PRIMERAS PÁGINAS
Un rayo cegador entra oblicuamente por entre los árboles.
El susto le hizo detenerse en seco. No estaba preparado. Se había levantado del camastro y había cruzado la casa en penumbra, aún medio dormido, hasta la losa que había fuera, delante de la puerta. Entonces lo alcanzó el sol.
Le penetró los ojos como un punzón. Se llevó bruscamente las manos a la cara, pero la luz continuó hacia dentro, traspasando cartílagos y huesos, directa hasta el fondo de la oscuridad del cráneo. Allí dentro, todo se volvió de un blanco estridente. Los pensamientos se dispersaron en todas las direcciones, reventando en átomos. Quiso gritar, pero nunca gritaba, su dignidad no se lo permitía. Optó por apretar los dientes y se quedó tan quieto como pudo sobre la losa. Algo estaba a punto de ocurrir. La piel de la cabeza se le estaba tensando, lo notaba por una creciente picazón. Permaneció de pie, temblando, y con las manos apretadas contra la cabeza. Notó que los ojos se le desviaban hacia los lados y las fosas nasales se le hinchaban, agrandándose como ojos de cerradura. Gimió débilmente, intentó controlarse, pero fue incapaz de detener las enormes fuerzas. Poco a poco se le fueron borrando las facciones. Solo quedaba un cráneo desnudo, forrado de una piel blanca y transparente.
Luchó febrilmente mientras gemía por lo bajo e intentó tocarse el rostro para comprobar si seguía en su sitio. La nariz se le había quedado blanda y repulsiva. Retiró la mano. Había estropeado lo poco que le quedaba de nariz, notó cómo se iba difuminando, perdiendo su forma igual que una ciruela podrida.
De repente, la tensión desapareció. Respiró con cuidado, notando cómo la cara volvía a su sitio. Abrió y cerró un par de veces los ojos, abrió y cerró la boca, pero en el momento de querer volver a entrar en la casa, sintió una punzada en el pecho, como las garras afiladas de una bestia a la que no podía ver. Se agachó, abrazándose para resistir la fuerza que le tiraba de la piel del pecho, cada vez con más intensidad. Los pezones desaparecieron en las axilas. La piel de su torso desnudo se volvió más fina. Las venas sobresalían como cables nudosos por los que palpitaba sangre negra. Estaba agachado, casi doblado, y lo sintió llegar, ya no pudo impedirlo.
De repente reventó como un monstruo al sol. Vísceras e intestinos salieron rodando. Él intentaba mantener todo en su lugar, logró coger los bordes de las heridas y juntarlos, pero le salían cosas entre los dedos, acumulándose delante de sus pies como restos de una matanza. El corazón, encerrado entre las costillas, seguía latiendo, latidos asustados y ruidosos. Así permaneció un buen rato, doblado por el dolor, sollozando. La cavidad peritoneal se le había quedado vacía. Abrió un ojo y, temeroso, bajó la mirada para observarse. El abdomen había dejado de chorrear. Torpemente, se dispuso a recoger el contenido. Lo metió en cualquier sitio mientras sujetaba con firmeza la piel para que no se volviera a salir.
Nada se puso en el lugar correcto, se veían bultos en los lugares más extraños, pero si lograba que la herida se cerrara, nadie la vería. Él sabía que no estaba hecho como los demás, pero por fuera no se apreciaba. Mientras tenía agarrada la piel con la mano izquierda, empujaba constantemente con la derecha. Al final, consiguió meter la mayor parte y solo quedó algo de sangre en la escalera. Apretó con fuerza la herida y notó que se iba cerrando. Respiraba con mucho cuidado para que no se abriera de nuevo al tiempo que se mantenía rígido. El sol seguía inundando el bosque con su rayo blanco, afilado como una espada, pero él volvía a estar entero. Todo había sucedido muy deprisa.
No debería haber ido directamente del camastro al sol sin pensar. Siempre se había movido en otro espacio, contemplando el mundo a través de un sombrío velo que le servía de protección contra la luz y los sonidos del exterior. Él mismo mantenía el velo en su sitio mediante una profunda concentración. Ahora se le había olvidado. Había salido corriendo al nuevo día, sin reservas, como un niño.
Se le ocurrió pensar que el castigo era irrazonablemente duro, pues mientras dormía en el camastro carcomido, había soñado algo que lo había hecho levantarse de repente, salir corriendo y olvidarse de lo que tenía que hacer. Cerró los ojos y evocó algunas imágenes. Veía a su madre al pie de la escalera. De la boca le manaba a chorros la sangre roja y caliente. Gorda y rechoncha con una bata blanca de flores grandes, parecía un jarrón volcado del que salía una salsa roja. Recordó su voz, siempre seguida de un tono grave de flauta. Volvió a entrar lentamente en la casa.
Una novela que crece entre pasiones extrañas, y no menos raros atisbos solidarios. Nuevamente Karin Fossum se introduce con «naturalidad» en situaciones límite que se hilvanan e iluminan sobriamente, aunque con un crudeza no exenta de la oscura permanencia en lo indescifrable de algunas conductas.

Karin Fossum: envolvente sonrisa, simpática en las entrevistas, implacable buscadora de tortuosas historias…
Libros de Konrad Sejer en castellano. Los tres primeros en CULTURAMAS
- El ojo de Eva (Evas øye, 1995)
- No mires atrás (Se deg ikke tilbake!, 1996)
- ¿Quien teme al lobo? (Den som frykter ulven, 1997)
- La luz del diablo (Djevelen holder lyset, 1998)
- Una mujer en tu camino (Elskede Poona, 2000)
- Segundos negros (Svarte sekunder, 2002)
- El asesinato de Harriet Krohn (Drapet på Harriet Krohn, 2004)
- Al final de la orilla (Den som elsker noe annet, 2007)
- Den onde viljen, 2008
- Presagios (Varsleren, 2009)
- Carmen Zita og døden, 2013
- Helvetesilden, 2014
- Hviskeren, 2016
Películas
- Sejer, 1999-2006. Serie de TV. 5 episodios. Noruega. Directores: Berit Nesheim, Eva Isaksen. Intérprete: Bjørn Sundquist (Sejer).
- No mires atrás (La ragazza del lago, 2007). Italia. Director: Andrea Molaioli. Toni Servillo(Commissario Sanzio / Sejer). Basada en «No mires atrás».