Horacio Otheguy Riveira.

El misterio que encierra todo conflicto entre realidad e imaginación, presente y pasado, está muy presente en «las cosas» de esta producción. Así esgrimen sus potentes energías los elementos escenográficos y la iluminación tan expresiva, fuerte, suave, clave para ayudarnos a colocarnos tras El cuarto de atrás (1978) aquel mágico lugar que, en tiempos de guerra civil y de franquismo toda palabra, escritura, todo abrazo… era posible.

La ambientación conduce a la secreta angustia de la brillante mujer y estupenda escritora presa de un histórico insomnio, navegando entre folios, munida de otras historias (El balneario, Retahilas…), piezas admirables con las que la adaptadora intenta deambular en el teatro literario y la novela teatral… sin mucho acierto, pues entre texto dramático y dirección «ejecutan» un incierto andamiaje de letra sin emoción.

La insomne figura que recorre su escalera, esta Carmen adulta, con dos hijos muertos y una chica viva con la que convive, parece alejarse del ensueño del pasado para tumbarse por una bañera-cama (en un gesto fantástico del surrealismo que tanto gusta a la directora Rakel Camacho, tantas veces aplaudida), pero su ir y venir entre fantasmas y canciones que flotan se produce con una frialdad muy notable en la marcada sobreactuación de los fantasmas que la visitan, mansos fantasmas que la acompañan en noche de tormenta.

Ambientación eficaz. Interpretación y dirección fuera de juego, en un anticlímax doloroso y circular, sin matices de peso, con reflejos superficiales de temas importantes (la mujer y la religión en aquellos tiempos) tratados de puntillas, y una concepción escénica atractiva de ver, pero dramáticamente plana, sin conflicto escénico evidente ni intramuros.

Decepcionante. Extraño desencuentro entre lo propuesto y lo conseguido.

 

«El cuarto de atrás nos invita a explorar, de la mano y el alma de su autora, una realidad que quiere romperse a golpes de fantasía. Pura supervivencia para atravesar la noche en un estado de vigilia en el que impera la soledad y la pérdida de la infancia. La fuerza escénica, mágica y mística que posee la novela, nos hace llevarla al teatro gracias a la sensibilidad onírica y poética de la escritora María Folguera. Nuestra protagonista va a galopar a caballo entre el sueño y la consciencia plena para introducir al espectador en un espacio mental, un claroscuro de copla, filosofía, soledad y recuerdo, una pieza que rompe la claridad espacio temporal para adentrarnos en las profundidades de algo que se pierde y algo que se conquista». Rakel Camacho

(Salamanca, 1925; Madrid, 2000). Estamos ante una de las autoras más prolíficas de la narrativa española. Inició su trayectoria en 1954 con El balneario (Premio Café Gijón de relatos) y continuada con las novelas Entre visillos, Ritmo lento, Retahílas, Fragmentos de interior y El cuarto de atrás. En Anagrama publicó sus últimas novelas, Nubosidad variable, La Reina de las Nieves, Lo raro es vivir, Irse de casa Los parentescos, así como Cuentos completos y un monólogo junto a los libros de ensayo e investigación histórica Usos amorosos de la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo), Usos amorosos del dieciocho en España, El proceso de Macanaz, El cuento de nunca acabar, Agua pasada, La búsqueda de interlocutor y Pido la palabra, además de la obra teatral La hermana pequeña. Cultivó también la literatura juvenil, destacando por la novela Caperucita en Manhattan (1990). En 1988 ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1994 fue galardonada con el Premio Nacional de las Letras.
Texto: Carmen Martín Gaite
Dirección: Rakel Camacho
Adaptación y Dramaturgia: María Folguera
Reparto: Emma Suárez, Alberto Iglesias, Nora Hernández
Escenografía: José Luis Raymond y Laura Ordás Amor
Iluminación: Javier Ruiz de Alegría
Música: Pablo Peña y Darío del Moral
Movimiento escénico: Julia Monje
Producción ejecutiva: Rafa Romero Ávila
Producción: Lantia Escénica
Vestuario: Vanessa Actif y Raquel Arroyo