EL ÚLTIMO ALIENTO CONTRA LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 

Por Natalia Loizaga

 

Las manos traen problemas a los artistas. No es la edad, que las vuelve frágiles frente al lienzo, tampoco su discreto temblor en los trazos finos o el callo entre el dedo índice y el corazón que nace fruto de horas eternas sosteniendo pinceles. Las manos traen problemas a los artistas no en su forma física sino en la ilustrada.

Los límites de lo material se trasladan al papel y en su retrato se revela el pintor riguroso o, en su defecto, a aquel que ha vivido. Qué artista sería capaz de pintar las huellas de toda una vida, la suavidad de su gesto y la dureza de su tacto, sin haberlas palpado antes. Cómo resumiría en tan solo unos trazos las enrevesadas formas que se crean cuando dos manos se entrelazan, si no ha sentido sus dedos perderse en otros ajenos.

Son los artistas, de entre toda la especie humana, los pocos que se detienen a observar el poder de su propio movimiento o el efecto que un solo gesto puede tener sobre una multitud. Las manos, que con sus transparencias y opacidades son el reflejo de quien las lleva, no son entendidas por cualquiera. Es el talón de Aquiles —o uno de ellos— de la inteligencia artificial. Se le hace imposible comprender que dos manos juntas pueden convertirse en una, con diez dedos indecisos, sin saber cuál pertenece a quién.

La inteligencia artificial tiene problemas para crear manos y eso, si no revelador, resulta esperanzador. Si uno le pide a chat GPT, con elegancia y por favor por si las máquinas un día deciden alzarse, que genere una imagen de dos manos entrelazadas, se decepcionará ante su respuesta. Aquel que lo sabe todo, dios omnipotente de los trabajos universitarios y fiel acompañante de los jóvenes, no es capaz de unir dos manos. “No pude generar la imagen debido a algunos problemas técnicos. Si tienes alguna otra idea o quieres ajustar la solicitud, estaré encantado de ayudarte.” Chat GPT, con la cabeza gacha y el ego hundido, hinca rodilla ante los artistas.

La máquina se justifica cuando le preguntas. Escuda sus dificultades en la “complejidad anatómica, la diversidad de formas y poses” o los “datos de entrenamiento limitados e inconscientes”. Inconsciente, sin ninguna duda. Da cierta pena, ella no es capaz de sentir el cálido abrazo de una mano. Pero que la inteligencia artificial, mujer todopoderosa, no sepa o no pueda generar el acto de darse la mano deja todavía un hueco a lo que queda de amor, ternura y poesía. La humanidad debería llevar esa premisa por bandera, agarrarse fuerte a otra mano y bailar frente a los autómatas, pues en esta batalla no ha podido ser vencida.

Quizá las manos sean la última resistencia, el último aliento antes del desplome de la humanidad ante la inteligencia artificial, el metaverso, o lo que sea que acabe con todos. Pero hasta que eso ocurra, no queda sino apuntarse un tanto y confiar en que lo que la naturaleza pudo crear no será corrompido por aquellos que buscan crear un mundo paralelo. Solo queda pensar en que frente a un mundo de androides emergentes y creciente individualismo, siempre habrá una mano humana a la que agarrarse. Que sea, por primera o última vez, un gesto de reivindicación. La humanidad que nunca podrán alcanzar.