Por Mariano Velasco

Estrenado en 1959 en Broadway y considerado como uno de los mejores musicales de todos los tiempos, avalado por el libreto de Arthur Laurents, la música de Jule Styne y las letras de Stephen Sondheim, así como por los  numerosos premios obtenidos desde entonces, lo que a uno más le atrae de este Gypsy que llega ahora a Madrid de la mano de la dirección de Antonio Banderas (por nombres que no quede), es el brillo que desprenden sus tres personajazos principales, una madre y sus dos hijas, y lo bien que reparten su protagonismo las dos últimas, la June de Laia Prats y la Louise de Lydia Fairén, dejando finalmente el verdadero sentido de la obra y de lo que esta nos cuenta en manos de la primera, una deslumbrante Marta Ribera en el papel de Rose.

No le faltan al Gypsy de Banderas refuerzos para alcanzar el nivel que se le supone a una obra tan reconocida históricamente – que inicia ahora temporada en el Teatro Apolo de Madrid tras su paso por el Teatro del Soho de Málaga -, como son sus muy vistosos decorados logrados a base de un tan equilibrado como resultón juego de telones y cortinas, con proyecciones y escenarios giratorios, que parece todo muy sencillo pero no debe de serlo, y sobre todo, la impagable labor de los 18 músicos que componen la excelente orquesta Larios Pop del Soho que, dirigidos por Arturo Díez Boscovich, otorgan a la función ese aire tan de Broadway que Banderas ha buscado imprimir al espectáculo durante sus tres horas de duración.

Tal vez sea precisamente este último punto, en el de su excesiva duración, el que rebaje más de la cuenta la atención hacia esta de entrada muy atractiva historia de sueños, fama y ambiciones, que posee más de un momento en el que parece detenerse en exceso para insistir una y otra vez en esa misma idea, la de la ambición desmedida de la madre de las artistas, que sí, que tiene mucha fuerza y calado dramático, pero que  queda suficientemente expuesta y detallada ya a mitad del primer acto.

Aun así, esta verídica y universal historia, basada en la biografía de la estrella de burlesque Gypsy Rose Lee,  sabe buscarse la excusa necesaria para volver a poner el acento en tan jugoso argumento al arranque del segundo acto, y no es otra que la marcha de June (¿por qué se va todo el mundo?, se preguntará Rose sin ser consciente de las consecuencias de su obsesión por el éxito), para centrar su objetivo en la hasta entonces insulsa y desabrida Louise, complejo y muy atractivo personaje al que Lydia Fairén sabe darle el giro y la evolución necesarias para que acabe resultando tan creíble como resulta no solo para el público, sino también para su propia madre, que ya no va a parar de insistir en aquello de que “mi hija es una dama”.

El cambio de ambiente, decoración y personajes que supone el paso del género del vodevil (a estas alturas, y con aquello de la crisis del 29, bien muerto y enterrado) al  teatro de burlesque, y sobre todo la simpática irrupción de las stripers en escena (graciosísimas las tres), otorgan al desarrollo de la historia, que como decíamos a veces sufre de cientos atascos argumentales, el necesario aire fresco en el momento justo.

Y en ese carro se subirá Gypsy hasta el final para acabar rematando la faena con el emblemático número de “El turno de Rose”, poniendo sobre la mesa una última reflexión final: si la fama y el éxito buscados desesperadamente por Rose desde el principio era para las hijas o para la mami.

 

Una deslumbrante Marta Ribera en el papel de Rose. Arriba, la gran orquesta con 18 músicos.

 

… insulsa y desabrida Louise…

 

… complejo y muy atractivo personaje al que Lydia Fairén sabe darle el giro y la evolución necesarias para que acabe resultando tan creíble como resulta no solo para el público, sino también para su propia madre.

 

Gypsy

Teatro Apolo de Madrid

Dirección: Antonio Banderas

Dirección Musical: Arturo Díez Boscovich

Reparto principal: Marta Ribera, Lydia Fairén, Carlos Seguí, Laia Prats, Aaron Cobos, Carmen Conesa, Marta Valverde, Sonia Gascón y Lorena Calero