
Foto: Javier Casares
Antonio Manilla (León, España, 1967) ha publicado diez libros de poemas y obtenido premios como el Francisco Valdés de Periodismo y el Emilio Prados, Ciudad de Salamanca y Generación del 27 de poesía, así como disfrutado la Beca Valle Inclán de literatura que concede el Ministerio de Asuntos Exteriores en la Academia de España en Roma. Entre sus poemarios, la crítica ha destacado especialmente Una clara conciencia (Editorial Comares), Broza (Pre-Textos), Suavemente ribera (Visor) y la antología Lenguas en los árboles (Averso).
Autor de la biografía oficial sobre el magnate hispano-mexicano Antonino Fernández (Un empresario Modelo) y del ensayo Ciberadaptados, también ha realizado incursiones en la literatura infantil y juvenil con los títulos Mi primer libro del Real Madrid e Historia del Real Madrid para jóvenes. En 2020 publica una serie de doce biografías titulada Mentes maravillosas, que se distribuyen con varios medios de comunicación escrita españoles.
Con su primera novela, Todos hablan (Premium editorial), recibió el XIII Premio de Novela Corta Encina de Plata, que se ha editado también en formato audiolibro. Desde hace una década mantiene una columna semanal en el periódico Diario de León. Premio Concejo de la Cultura Leonesa, en la categoría de Letras, concedido por la Diputación de León en 2024. Su último libro de poemas es Lo que deja de verse en el fulgor (Pre-Textos), motivo por el cual pasa hoy por nuestra sección.
Me siento excepcionalmente acogido y muy cómodo en Pre-Textos.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Antonio Manilla: No tiene nada de particular en cuanto a lo anecdótico, más allá de tenerlo terminado y encontrar la receptividad de un editor y una editorial que siento como mi casa, ya que con este son cuatro los títulos que me han publicado. Me siento excepcionalmente acogido y muy cómodo en Pre-Textos. Que, además, el libro aparezca dentro de la Colección «La Cruz del Sur» es como un premio, ya que el marchamo que este sello se ha labrado a lo largo del tiempo es muy sólido. Para colmo de felicidad, el autor de la viñeta que ilustra la cubierta es el magnífico pintor Joaquín Escuder Viruete.
No escribo volúmenes temáticos.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
En mi caso, los libros surgen como una selección de inéditos a partir del momento en que tengo acopiado un número considerable de poemas nuevos. No escribo volúmenes temáticos, simplemente agrupo en secciones aquellos textos que prefiero y que de alguna manera cuadran entre sí o se contrapuntean con lo que a mí me parece algún deleite. Los poemas-libro, a veces, basan su construcción no tanto en un hilo conductor como en la idea, para mí errónea, de considerar que las virtudes poéticas son acumulativas, cuando en realidad cada poema se vale siempre y se juega la vida por sí mismo, en la mayor de las soledades. Lo que cuenta o suma en una narración, no vale en poesía. No siempre, al menos. Casi nunca.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?
Al no existir una idea rectora general, tendría que dar una por cada poema, pero espero que no sean necesarias. Incluso en las lecturas públicas procuro no explicar la clave de los poemas, lo considero algo así como darle un revoque o una mano de barniz a algo que, si está bien construido, no lo necesita. Porque, tal como yo lo entiendo, el poema debe ser capaz de defenderse por sí mismo. Y, si no lo es, tampoco le van a valer de mucho glosas o florituras para desempañar el reflejo opaco de su orfandad.
¿Qué efecto esperas que tenga en ellos?
Me conformaría con que los lectores encuentren algo que les interpele personalmente, algún poema verdadero, y por ello entiendo un artefacto de ficción que no es un objeto sino un sujeto ―en el sentido de que desarrolla una acción sobre quien lo lee o escucha― imaginario. Tal como yo lo concibo, el objetivo de ese «sujeto imaginario» que es el poema consiste precisamente en actuar sobre el lector. Sale al encuentro de unos padres adoptivos que remedien su desamparo, a la búsqueda de personas que consideren que ha sido escrito para ellas. Elías Canetti afirmó algo sobre la felicidad que me parece que vale para la poesía: «Desea instantes que ardan el tiempo que arde una cerilla».
En todo libro hay lugar para un trabajo arquitectónico o de composición.
¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Aunque insista en la individualidad existencial de cada poema, en todo libro hay lugar para un trabajo arquitectónico o de composición, de dotar de cierta estructura o sentido a la vecindad inevitable de cada texto, por supuesto. Suele ser algo intuitivo, pero en la segunda parte, Pensamientos verdes sobre el cielo azul, hay una unidad temática de conjunto ya que son poemas que nacieron de un mismo tirón; otra sección, Relámpago y hoguera, incluye cuatro poemas de largo aliento, quizá los más extensos que he escrito nunca, y casi todos ellos tienen detrás un impulso de pensamiento, no filosófico, sino poético, ya que, pese al conceptualismo que encierran, tratan de desarrollarse y mantenerse dentro del plano de lo concreto.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Antonio Manilla de tus anteriores poemarios?
Como mi anterior libro fue una antología, Lenguas en los árboles (Averso), reuniendo obra de veinticinco años, a quien lo leyera creo que no le resultarán del todo sorprendentes las pequeñas mudanzas o nuevos matices de la voz experimentadas aquí. Hay alguna evolución, cierto ensayo de asumir magisterios que ya aparecían apuntados, de integrar en la voz de uno lecturas que hasta ahora no habían resonado con claridad en mi poesía, quizá porque aún no estaban bien interiorizadas. Respecto a haberlo conseguido, no las tengo todas conmigo. El lector dirá.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Lo que deja de verse en el fulgor, ¿cuáles serían?
Elegiré tres no demasiado largos: Encarnación del cierzo, Lamentos y Otoño en mundo aparte.
Los animales viven un presente perpetuo, pero nosotros en un presente continuo.
Has firmado una decena de poemarios. ¿Cuáles son los temas que sueles abordar en tu poesía? ¿Son muy distintos ahora de los que te interesaban en tus primeros libros?
A mí me parece que los temas de la poesía son los tres o cuatro consabidos, que básicamente se reúnen en uno solo: el paso del tiempo. Incluso el perfil desde el que se escribe tiene que ver con él: elegía y celebración son caras de esa misma moneda que es el transcurso del tiempo. El pasado es el tiempo de la memoria, el futuro el de la conjetura y la espera, el presente el de la sensación o la impresión, pero todo lo intelectual es temporal. Los animales viven un presente perpetuo, pero nosotros en un presente continuo: la conciencia de temporalidad es un atributo exclusivamente humano, que se manifiesta a través de la percepción de cambio y devenir.
El género en que mejor me encuentro es sin ninguna duda la poesía.
Lo mismo escribes poesía que ensayo, novela, biografía, artículos periodísticos o literatura infantil y juvenil… ¿Te consideras un escritor total? ¿En qué género te sientes más cómodo?
Escritor total de ninguna manera. Si acaso, más o menos profesional, capacitado para afrontar ciertos retos gracias a haber sido editor a la antigua usanza y periodista de vieja escuela, en los tiempos anteriores a internet, cuando los archivos eran libros y cada día, algo inconscientemente, preguntabas al redactor jefe cuántas páginas había que llenar… Pero el género en que mejor me encuentro es sin ninguna duda la poesía. La única pena es que sea tan inconstante.
Los premios literarios, en el ecosistema literario que tenemos en España, cumplen una función alimenticia y editorial.
Tu trayectoria cuenta con un palmarés de lo más variado, prestigioso y completo. ¿Qué opinas de los premios literarios? ¿Han cambiado sustancialmente en los últimos años?
Los premios literarios, en el ecosistema literario que tenemos en España, cumplen una función alimenticia y editorial. En ausencia de revistas e incluso periódicos que paguen como es debido, son una fuente de recursos para quienes escriben; editorialmente, antaño, valían para descubrir valiosos autores nuevos; actualmente, ante la abundancia de libros autoeditados y escritores amateurs, sirven de criba entre obras primerizas y meritorias, que quizá no llegarían a las librerías por los cauces habituales. Esperemos que no terminen por suplir también de alguna manera a los editores y a la crítica literaria, cada vez más desterrada de las menguantes páginas culturales.
La poesía, formalmente, es mucho más exigente que el periodismo.
Llevas más de una década firmando una columna semanal de opinión en el Diario de León: ¿Cuánto influye el periodista en el poeta y viceversa?
El periodista del día a día es un cazador de instantes, pero el columnista de opinión está en parte exento de esa servidumbre a la inmediatez extrema. No soy consciente de ninguna interacción más allá de intentar que mis columnas resulten, dentro de mis capacidades, literarias, bien construidas y amenas. Por lo demás, la poesía, formalmente, es mucho más exigente que el periodismo. En el poema no cabe decir nada «aproximado». El poema es un lugar donde se dirimen las más altas controversias, como por ejemplo aquello que decía Alejandro Zambra en La vida privada de los árboles: si la pared es blanca como el invierno o blanca como la nieve. Casi nada.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
De Manuel Astur, que acaba de publicar El fruto siempre verde.
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Tres poemas de Lo que deja de verse en el fulgor
Encarnación del cierzo
Evoco la alegría del verano
al pensar en las horas en el río,
las tardes con vencejos, las noches estrelladas,
tu risa junto a mí.
Pero evocar no sirve y es inútil.
Todo cuanto se fue con el otoño,
con el invierno vuelve de otra forma
al corazón del hombre,
en un giro impiadoso, atemporal,
vivísimo. Encarnado.
Baja de la montaña el cierzo, cierra
el horizonte, ríen las ventanas
al encender las luces. Yo no veo
los húmedos tejados ni a la gente
que vive en esas casas:
tan sólo una sonrisa para mí
brillando en un agosto eterno,
que está existiendo siempre,
aunque fuera hace mucho tiempo ayer.
Lamentos
Oigo llorar a un hombre.
Lastimeros gemidos en un idioma extraño
(es gutural la pena).
Doblado sobre sí, en mitad de la calle,
sosteniendo un teléfono
—yo acabo de cerrar un libro.
Por la ventana abierta
entran el frío de febrero y sus quejumbres
como la voz de un hacha:
le está dejando alguien.
Me pongo en su lugar: se figura el futuro
un vasto erial de días imposibles,
chatarra en un desguace el resto de su vida.
Pero es joven y pronto habrá olvidado
—se supera el recuerdo, no la ausencia—
su propia desventura.
La lengua del dolor y la noche que cae.
Farolas encendidas y un árbol abatido.
Otoño en mundo aparte
Han llegado las lluvias
a este mundo tardío, al margen, lejos
de cuanto importa ahora:
la limpia claridad del agua libre
corriendo en torrenteras y regatos,
en súbito desplome de taludes
y en avenidas turbias por la broza.
Tirita el corazón de los arándanos
en la rama, las moras se derrumban
en dulzor, la tormenta
deja después un aire nuevo y pulcro,
como recién creado,
al modo en que se crea en el horno el pan.
Cortés en desamparo y artificio,
otoño es la memoria de la vida
y este rincón aparte sostiene el universo
mientras tú me sonríes respirando la lluvia.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.