Horacio Otheguy Riveira.
Un hombre que sonríe como un niño. Un profesor que sueña con empezar de nuevo, quizás como repostero. Un niño eterno cobijado en el calor infinito de una madre que ya no está. Un niño-muy-mayor que ansía el regreso a la inocencia, que fue abandonado por el padre, que afronta una dolorosa despedida en buena convivencia con la tristeza, compañera inevitable que se alía con la esperanza.
Todos ellos en uno: Alonso.
Cuando llegan los aplausos finales ante el agradecimiento de los intérpretes, desde el lateral en que vi la función, observo las caras emocionadas de los espectadores de muy variadas edades. Sonríen con ojos húmedos y aplauden como quien da un abrazo solidario.
Y los comentarios camino de la salida confirman esta sensación de empatía generalizada ante el sueño de ser otro/otra, de empezar de nuevo para renacer… aunque quizás -como diría Jorge Luis Borges-, tras muchas vueltas, no se pueda evitar volver al principio, al único que se conoce.
¿Y entonces todo es inútil?
No, piensa Alonso: entonces se vuelve a empezar.

Alonso se va, pero no se fuga, tiene el coraje de despedirse de los seres que ama y detesta, y se afirma en la ilusión de una nueva vida, andando entre troncos de un bosque en Whitehorse, Canadá, donde fue feliz su madre en plena juventud.
Las primeras palabras, cara al público:
Alonso.- Los recuerdos que no has vivido son como nubes. Nubarrones oscuros que nunca desaparecen. A mí me encantaban los días de lluvia. Siempre me encantaron. Ahora no. Pero sé que hay una manera de que la llovizna que no deja de calarte pare. Solo tienes que elevarte por encima de esa nube oscura cargada de lluvia. Los recuerdos que no has vivido son nubes oscuras.

La madre y la hermana; la mejor amiga y un amante en nueve encuentros. En el centro: el hombre que va a partir al lugar extraordinario que recordaba su madre, hace tiempo muerta. Quinteto plenamente integrado en una trama que se desliza como un estado de ánimo entre lo real y lo imaginado, sin llegar a precisar, exactamente, cuándo es uno u otro.
En busca de un acariciante silencio…
Juan Jiménez Estepa escribe y dirige sobre unas emociones reconocibles en obras anteriores, pero en cada caso replanteadas como nuevas, y ese tributo a la novedad se proyecta en este viaje por el presente y el pasado… imaginando un futuro tan prometedor que se planifica sin temor a equivocarse: Seré muy feliz en ese viaje. Porque no habrá ruido. ¿Sabes lo que es estar siempre oyendo un ruido que no te deja escuchar? Escuchar lo importante.
Contra el ruido también actúa la puesta en escena: todos andan lentamente entre las nubes de Alonso, y son sus pies descalzos o con ligero calzado una compañía silenciosa para encuentros con envolvente banda sonora, muy variada, muy acorde siempre.
Una armonía bien medida desde el protagonismo de Carlos Algaba, sobre quien giran todas las situaciones, tales como el enfrentarse a una jefa falsamente amable, un desolado amante, una hermana desequilibrada, una madre siempre fantástica, y un perro de ensueño, que cuando le habla -en el imaginario poético del escenario- colma de atributos sus demostrados recursos. Un actor habitual en la obras de Jiménez Estepa, en cada ocasión creador de personajes interesantes, enriquecidos con su singular talento.

Aurora Boreal en Whitehorse: ese fascinante lugar donde nadie te conoce, nadie preguntará por ti, y entre bosques y montañas podrás aislarte del pasado como un renacido…
DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN DE ESCENA Juan Jiménez Estepa
Alonso Carlos Algaba
Jaime Patrick Martino
La madre Eva García-Vacas
La jefa Elisa Berriozabal
La hermana Teresa Mencía
La amiga Elisa Berriozabal
PRODUCCIÓN Teatro Cinco y Eslinga Producciones
DISEÑO DE ILUMINACIÓN Abel García Sánchez
TÉCNICA Raquel Puche
ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO Teatro Cinco
DISEÑO GRÁFICO Y FOTOGRAFÍA Daniel Oliva
Una obra de la compañía Teatro Cinco.
NAVE 73. DOMINGOS 19 HORAS HASTA EL 23 DE FEBRERO 2025
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Otras creaciones de Juan Jiménez Estepa:
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