Aforismos

Preguntas que miran

José Luis Trullo.- Que la convocatoria de premios bien dotados influye -de manera incluso decisiva- en el incremento y consolidación de ciertas vocaciones literarias es algo que, en nuestra época, pocos pueden poner en duda. Son muchos los que, ante la zanahoria de una pingüe ganancia y/o la publicación de un libro aureolado por la selección de un jurado, acaban decidiéndose a abrazar cierta forma de «profesionalización», siempre precaria, claro, pero firme y constante. En el mundillo todos conocemos a escritores que han logrado implementar un método sumamente eficaz para contar todas sus apuestas como ganadoras, si bien la inmensa mayoría se conforma con arañar alguna que otra distinción, aunque sea a escala aldeana («ni un pueblo sin su premio», podría ser la divisa de la España del siglo XXI).

Si esto es cierto en el caso de la poesía, en el del aforismo adopta un cariz particular. Al certamen pionero en el género, el ya extinto José Bergamín, le han sucedido otros que, mal que bien, han logrado animar el panorama editorial ciñendo la corona de laurel a tal o cual aforista de la mano de una obra más o menos lograda. Ahora mismo, los hay de dos tipos: aquellos que piden poco a cambio de mucho (es el caso del convocado por la Fundación Rafael Pérez Estrada, que gratifica con nada menos que 3.000 euros un ramillete de 55 humildes aforismos), y los que exigen un volumen textual lejos del alcance de los advenedizos (el recientemente fallado, en su primera edición, Premio Juan Gil-Albert de Escritura Aforística y del Yo, que requiere un mínimo de 100 páginas para hacerse acreedor de los 5.000 del premio). Bien intencionadas en cuanto a su vocación última, este tipo de convocatorias corren el riesgo de falsear la vitalidad real de un género que, en su aparente accesibilidad -¿qué letraherido no escribe frases ocurrentes a lo largo de la jornada, aunque sea… en redes sociales?-, parece siempre a punto de despeñarse por la ladera de lo inane.

No es, desde luego, el caso de La óptica sutil, merecedor del Pérez Estrada en su novena edición, segunda en la que la editorial Renacimiento asume su publicación en forma de librito. Nos encontramos ante un primer espada de la poesía y el aforismo español (su aforística, reunida en Dejar la piel, es un referente en el género) cuyo compromiso con el mismo no deja a lugar a dudas. De hecho, como el propio autor admite, los aforismos que se reúnen en este volumen son un anticipo -o sea, un extracto- de un libro en ciernes, cuyo título ya está decidido: Caja de cambios.

¿Qué aporta La óptica sutil en el contexto de la aforística española actual, urgente? Por lo pronto, una disciplina. Apenas encontramos en él la menor concesión al mero juego de palabras, a la ocurrencia banal, al aforismo «de carril» que podría haber escrito cualquiera, incluido Chat GPT. Abundan los que brindan esa síntesis ideal entre concepto e imagen que caracteriza al auténtico aforismo: «Aprender ante la desnudez a quedar sin argumentos», «La palabra secreto hace un gesto hacia adentro, de cerrar», «El misterio de las manos es que muestran, a la vez , nuestra parte más humana, sin tapar la animal»…

Sin embargo, si queremos aislar las claves esenciales para interpretar la colección según ha dispuesto el autor, debemos recurrir a dos de ellos, inequívocos: «Somos solo una cuestión de óptica. Somos solo preguntas que miran» (pág. 38) y «Lo sutil siempre está yéndose, pero cuando lo atrapas se queda de otra forma y para siempre» (pág. 50). Es la síntesis de disposición personal y logro objetivo, de actitud y don, a la que debe aspirar el auténtico aforista, no el mero transcriptor de frases. Y Oliván, que ya había dejado claro que lo es, vuelve a demostrarlo en La óptica sutil: un poeta que ha asumido la filosofía de la brevedad en su carácter más radical y genuino, sin imposturas ni frivolidades.

Si algún «pero» hay que oponerle a La óptica sutil es, irónicamente… que sea tan breve. Te quedas con ganas de más. Y no se me ocurre un mejor elogio para un libro de aforismos: que te deje satisfecho, pero no saciado. Y este es el caso.

 

 

 

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