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El romance en la poesía de Juan Gil-Albert  

Por Pedro García Cueto.

He elegido, siguiendo con los romances que aparecen en el libro de Juan Gil-Albert, aunque sean interesantes el “Romance de los moros y alcoyanos” donde se hace una apología del moro o el romance de la niña Durruti, un poema que tiene otro estilo y reivindica más la naturaleza, para entender mejor la pasión de Gil-Albert por el ámbito valenciano, su amada tierra. Con este romance concluiré este apartado dedicado a la contribución del poeta de Alcoy a los romances de la guerra.

Se llama “Romance de los naranjos” y, de nuevo, nos devuelve Gil-Albert su gusto por la tierra natal, por su Mediterráneo del alma.

En este romance, el tema es la irrupción de la guerra en la Naturaleza, esa violencia que hiere al mundo que tanto amó el poeta. Cito algunos versos: “Naranjales de la vega, / subido a tus viejas torres, / lamento, lamento y miro / la extensión de tus verdores” (vv. 1-4). Como vemos, el poeta va a insistir en el verbo “lamentar” para presentar el dolor inmenso que causa la guerra en su ámbito querido.

El poeta extiende su espléndida adjetivación a los naranjales de la vega: “la galanura escondida/ de esmeralda, en tus rincones, / y el agua clara en acequias / reflejándote en tus goces” (vv. 5-8). Podemos paladear la belleza del agua clara, como un espejo en que se mira Gil-Albert para disfrutar de la belleza. El poeta de Alcoy, en este romance más lírico, prendido y abstraído por la Naturaleza.

Explica, seguidamente, el por qué de su lamento: “Lamento, lamento y miro: / ¡que la guerra lo trastorne!, / ¿Qué se puede enajenar / el esplendor, por traidores!” (vv. 9-12). Vemos la antítesis “enajenar-esplendor”, parece imposible que tanta belleza cantada pueda sufrir una herida tan grande, por ello, repite con insistencia el verbo “lamentar”, tal es su impotencia ante tanta agresión.

Lo que Gil-Albert nos quiere transmitir en el poema es la indefensión de los naranjales que están expuestos a la codicia de los traidores: “¡Oh, los campos apacibles / entre los azules montes, / sirviendo a los mercaderes / de pasto a sus ambiciones” (vv. 13-16).

El poeta pregunta al naranjal, como si fuese un ser humano, tocado por la bondad y pudiese responderle. Demuestra así Gil-Albert el grado de intimidad a la tierra amada y expoliada ahora por “mercaderes”. Dice: “Ay, naranjal de la vega, / codicia que al cielo pones. / ¿Con quién están tus suspiros? / ¿Del lado de las bajezas / o del de las aflicciones?” (vv. 25-30). Si la codicia de los invasores pone precio a la Naturaleza, el resultado solo pueden ser las “aflicciones”.

El poeta integra el tiempo real en su visión de la tierra herida: “En marzo los viste alegres, / cuando esclataban (estallaban) sus flores / llevando rojas banderas / por dentro de tus olores” (vv. 30-39). Se refiere al tiempo feliz, antes de la guerra, la República es algo vivo, triunfante, no sesgada por el dolor. La fusión ideológica de la Naturaleza con la pasión política es extraordinaria: las flores se abren en su estallido de color como las banderas rojas de la República.

Luego llega el dolor: “En julio ya cambiaron / el rostro y los corazones, / los mancebos en   las   armas, / las   mujeres   en labores, / los hombres en su   parcela / discuten las ilusiones” (vv. 34-39). Como seres inocentes, los mancebos, casi niños, que van al Frentre y los hombres mayores “en sus parcelas” viven ya el miedo, encerrados en el interior, ante la inminencia del dolor, además presagian un futuro condenado: “discuten las ilusiones”.

Es muy hermoso el poema, lo que demuestra una vez más el esteticismo del poeta, su deseo de crear belleza, hacer visual ese mundo amado, la visión de la virginidad de los naranjales, imposibles de ser mancillados por mercaderes y demás alimañas: “Nutre, nutre, las esferas, / multiplica tus primores, / que te sea cada árbol / de oro, un fresco lingote” (vv. 70-73). Vemos esa posibilidad de fecundar, de hacer hermoso todo el campo, virgen y puro, no manchado por el enemigo.

Dice también en un lenguaje espléndido que nos sobrecoge por su delicadeza: “que la vega centellee / colgado de miel los dones / pues nadie podrá tocarlos / y ¡ay! De quien vaya y los toque, / que los frutos de tus ramas / manjar son de hombres mayores, / y han de acercar dulcedumbres / a labios de luchadores” (vv. 74-81).

Todos estos versos hacen hincapié en el esplendor de la naturaleza, su posición privilegiada en el mundo. Como vemos, van a aparecer el oro, la miel, las naranjas, son dones del paisaje, regalos de la Naturaleza para el ser humano. No hay entrega, sino resistencia, sólo los hombres mayores son, por el trabajo delicado y dedicado por y para la tierra, los merecedores de sus dones.

Termina   el romance con la   propuesta de lucha, como si el campo se humanizase y fuese ya un joven soldado más de la causa republicana: “Sal a la pugna enconada / de tus venturosos bordes / que está sonando la hora de entregar nuestras pasiones” (vv. 96-99)

Esta hermosa alusión a los naranjales de la vega como soldados es, en la mirada del poeta sensibilizado pero defensivo ante la agresión a su pueblo, resulta, por tanto, la mejor manifestación de la respuesta social de Gil-Albert ante la Guerra Civil española.

En mi opinión, es un poema magnífico, ya que utiliza la naturaleza, con un lenguaje delicado y lírico para extender su proclama de lucha y libertad a todos los hombres.

 

CONCLUSIÓN: SIETE ROMANCES DE GUERRA

Lo más interesante de este grupo de romances, que Juan Gil-Albert escribió en 1937, es, sin duda alguna, la visión crítica que tiene de los enemigos a España: los nacionales.

Constituyen los romances de la Guerra Civil española un verdadero ejemplo de compromiso político con la II República, seguido por muchos poetas, los escritos por José Bergamín, Emilio Prados, etc.

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