Ramiro Gairín: «Entre la ciencia y la poesía no hay tanta diferencia»
Ramiro Gairín es zaragozano de nacimiento, ingeniero de montes por la Universidad Politécnica de Madrid y actualmente vive en Fiscal, un pequeño pueblo del Pirineo aragonés, con su mujer y su hijo, se gana la vida como ingeniero hidráulico en una consultora de proyectos de obra civil. Ha publicado una docena de libros de poesía. Con el más reciente, Carreteras que brillan en el bosque (Reino de Cordelia, 2024), ha obtenido el Premio Ciudad de Salamanca 2024. De su obra anterior, cabe destacar Que caiga el favorito (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2011), Aguanieve (Isla de Siltolá, 2015), Lar (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2017), Llegar aquí (Versátiles, 2020) o Tiempo de frutos (Piezas Azules, 2022). Su próximo poemario, La vibración del mundo, aparecerá en la editorial RIL en pocos meses.
Su obra se recoge en varias antologías y libros colectivos (Gobierno de Aragón, 2016; Olifante, 2017; Libros del Aire, 2022; La Garúa, 2023…) y aparece en diferentes revistas literarias contemporáneas (Turia, Caracol Nocturno, Rolde, Isla de Siltolá…). Hoy pasa por nuestra sección para darnos su Primera Impresión sobre Carreteras que brillan en el bosque.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
En primer lugar, Javier, os doy las gracias a ti y al equipo de Culturamas por vuestro interés en el libro y en este poeta, desde el principio. La verdad es que el libro, como todos los míos en general, se ha impuesto sin que yo haya tenido que decidir nada. Aunque más que cualquiera de los anteriores, diría. Y ha sido una respuesta muy inmediata a un cambio de vida: la pequeña familia que estamos formando mi chica y yo decidió un día trasladarse a vivir, desde la ciudad, a un pequeño pueblecito del Pirineo aragonés. De este cambio de vida, de la belleza deslumbrante y a la vez cotidiana del nuevo escenario y modo de vida, de la construcción allí de una familia y un nuevo lugar en el mundo, sale este libro.
Estos poemas llegaron a mí más torrencialmente que nunca
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Yo no tenía intención de escribir poemas sobre todo esto tan pronto; más bien, no creía que pudiera hacerlo sin decantar un poco las vivencias, sin las energías y el reposo con la crianza tanto menguan, etc. Sabría que vendrían, pero más adelante. Sin embargo, estos poemas llegaron a mí más torrencialmente que nunca; por momentos, casi con ese enthousiasmos con el que Platón acusaba a los poetas de no escribir sus propios versos sino de ser simplemente vehículos de una inspiración divina. Luego los he trabajado, mucho, como hago siempre, los he paseado, mucho, como hago siempre, pero el libro fue el que decidió cómo y cuándo surgía. Me fue llevando.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?
No creo que sea un libro que necesite muchas claves. Hace poco, Carolina Alba, en “La Estación Azul”, comentaba que era un libro delicado, feliz, sereno, pero que, aunque cristalino en su forma de decir, era también misterioso… Quizá ese misterio que encierra o que pueden sentir quienes se acerquen a estos poemas es el de lo más inmediato, el de lo que tiene de milagro todo lo que vemos, el de la realidad más pura e inmediata, que está delante de nuestros ojos y nos desbarata, no nos cabe… Y ese es un misterio, por tanto, imposible de explicar, frente al que no sirven claves. Ojalá el lector también lo entienda así.
He sentido desde el principio que en estos poemas tenía algo que contar
¿Qué efecto esperas que tenga en ellos?
Decía Juan Marqués hace ya muchos años que, para escribir poesía, hay que tener algo que contar, y saber hacerlo con algo de belleza y algo de misterio. Yo he sentido desde el principio que en estos poemas tenía algo que contar, este canto al nuevo mundo en el que ahora estamos creciendo por dentro y por fuera, como familia y como personas. Si lo he hecho con suficiente belleza y misterio como para que la experiencia de su lectura sea lo más universal posible, y por tanto pueda ser acogida por los lectores como propia, habré conseguido el efecto más deseado, creo, para quienes escribimos poesía.
¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
La estructura, que en libros míos anteriores ha sido más pensada, más racional, aquí ha sido más intuitiva, más orgánica; quería que tuviera naturalidad y emotividad. Por ejemplo, hay algunas citas de Louise Glück, la poeta americana Premio Nobel, y algunas de La Ronda de Boltaña, grupo folclórico aragonés de la zona donde vivimos, encabezando secciones y poemas; y es una mezcla de alta cultura y cultura popular, como se decía antes, que simplemente responde a que han sido dos elementos muy unidos a la redacción de estos poemas, porque los he leído y escuchado mucho este año. Hay también poemas con una potencia emotiva importante que he repartido a lo largo de las páginas para tratar de no descompensar la carga emocional del libro, y que rompen un poco la cronología de los poemas.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Ramiro Gairín de tus anteriores obras?
Mis temas están, porque yo creo que un poeta los lleva siempre con él. En la mochila que el poeta trajo al venir a vivir a las montañas estaban sus tópicos: el primero, siempre, fue el amor al amor de su vida; después la celebración de la cotidianidad y el milagro de lo diario, con ella y, por extenso, como declaración vital; más tarde llegaron la naturaleza, la venida del hijo… Todo ello está aquí, de nuevo, pero sacudido por el deslumbramiento de esta nueva vida, que ha cambiado la mirada sobre estos temas, y sobre el tiempo, sobre la muerte, sobre la paternidad. Y ha enriquecido la mirada sobre el amor o, mejor dicho, la mirada del amor.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Carreteras que brillan en el bosque, ¿cuáles serían?
Hay un poema, “El otoño o los límites del lenguaje”, el más extenso del libro, que está emocionando mucho a la gente que ya lo ha leído; pero nos quedaríamos con poco espacio para los demás. Así que elijo otro que está gustando mucho, “La lluvia sobre el zorro”, y los dos quizá más especiales para mí: “Los cerezos no son de nadie” y “Arborecer”.
Soy ajeno al mundo cultural y literario
Este libro se publica con el aval del prestigioso Premio Ciudad de Salamanca. ¿Qué ha supuesto para ti el galardón?
Pues mira, querría aprovechar tu pregunta para reivindicar con orgullo la condición periférica del autor y del libro. Para mí es un honor y una sorpresa mayúscula que un jurado de este calibre, en el que hay algunos poetas claves en mi vida lectora (Juan Antonio González Iglesias, con esos poemarios de principio de los dos mil; Fermín Herrero, Antonio Colinas…), se haya fijado en un librito gestado desde la periferia más extrema: vivido, escrito y enviado al premio desde un pequeño pueblo de 300 habitantes del Pirineo aragonés.
Mi carácter periférico también está en que soy ajeno al mundo cultural y literario (mi profesión es ingeniero), que no pertenezco ni me formé, ni comencé, en ninguna facultad o grupo universitario, en torno a una revista, al circuito de recitales y slams, de la mano de ningún colectivo cultural o generacional…
Además, creo que dice más del libro el hecho de que, antes de conseguir el Ciudad de Salamanca, había sido previamente finalista en el premio Gil de Biedma, finalista en el José Hierro, finalista en el Pilar Fernández Labrador… Varios jurados y prejurados de distintas estéticas y composiciones lo seleccionaron este año en convocatorias diferentes entre varios centenares, en ocasiones miles, de originales. Es algo muy satisfactorio, saber que has dado con unos poemas que llegan y despiertan interés entre lectores tan diversos y a la vez tan experimentados.
Siendo ingeniero de montes he aprendido mucho del mundo natural
¿Cuánto del ingeniero hay en el poeta y viceversa?
Es muy difícil separar ambas facetas en mi vida, porque hace mucho tiempo que conviven. Cada vez lo pienso menos, de hecho. Cuando me decidí por la ingeniería ya era un letraherido, pero también creo que ya intuitivamente sabía que, si la literatura, las letras, los libros se convertían en mi profesión, en mi manera de ganarme la vida, iba a ser difícil, por un lado, disfrutarlos igual como vocación y, por otro, quizá, hablar de la vida, de otros temas, en mis poemas, que ya escribía. Me gusta mucho mi profesión, siendo ingeniero de montes he aprendido mucho del mundo natural, de su funcionamiento y sus relaciones, y eso aparece mucho en mis versos, especialmente, por ejemplo, en lo que estoy escribiendo aquí en la montaña. Además, ya se sabe que entre la ciencia y la poesía no hay tanta diferencia: ambas buscan explicar el mundo, meterse de cabeza en sus entrañas, detrás de la belleza. Y hacerlo con precisión, sacando el máximo partido a las herramientas de las que se dispone.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
Lo que más me ha impresionado (valga la redundancia) últimamente es UNO EFE SIETE, el poemario con el que debuta tardíamente, en el mundo editorial, Juanjo de Tierra, otro poeta periférico y aragonés, que proviene de la ingeniería y vive en el mundo rural, que ha ganado el Premio Antonio Ródenas de este año, y que acaba de salir en Pre-Textos. Una apuesta arriesgada y una idea brillante muy bien ejecutada dan lugar a un poemario sensacional.
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Tres poemas de Carreteras que brillan en el bosque
LA LLUVIA SOBRE EL ZORRO
Ratones en los campos. Donde cace el zorro,
habrá sangre mañana en la hierba.
Pero la tormenta, la tormenta la lavará.
(Louise Glück)
La belleza lo envuelve todo.
Tenemos que ir al médico
hasta el pueblo vecino;
en la ciudad pequeña, al hospital.
Una carretera entre rebollares.
Abajo, el río; más arriba, el bosque
cambiante; en las cumbres,
rocas y huecos para el blanco.
La bojeda, la escarcha, los rebaños.
No es obvia esta belleza
ni son tan evidentes sus mensajes,
aunque nos zarandee.
Estamos aprendiendo, desde aquí,
desde su interior, a desaprenderla.
Puede que así sepamos hacer algo por ella.
O, mejor, que entendamos
cómo no se hace nada.
Las mareas que fueron
antes mucho más altas que estos montes
entregan todavía en cada puerta
los restos repetidos de naufragios,
semillas infecundas,
heridas para siempre palpitantes.
Quizá haya que volver del miedo
de sacarle la sangre a un niño
para ver que cuidar lo bello importa,
que cuidar el temblor que sin nosotros
no existiría salva a lo que tiembla
-las manos de enfermera, la lluvia sobre el zorro-.
Que cuidar es mirar.
Que lo bello es difícil
porque nunca descansa.
LOS CEREZOS NO SON DE NADIE
Me ronda la muerte, últimamente.
Estoy acostumbrándome a pensarla
y la vida me ayuda:
los árboles presumen
cargados de cerezas
y un par de colirrojos
ha anidado en el porche.
Vemos por las mañanas a los padres
traer el desayuno
y oímos el piar de los polluelos.
Desapareceremos antes
que las cosas de las que dependemos.
Es un mensaje alado:
tú has venido a morir aquí,
pero los pájaros y los cerezos
nos vamos a quedar para tus hijos,
para los hijos de tus hijos.
No hará falta que tú les dejes nada.
ARBORECER
No ser tu padre; ser un árbol
repleto de manzanas
al pie de la bañera.
No menear las manos tanto,
solo cuando haga viento.
Tener dentro palabras
en flor, sin aguijones.
Limpiar el aire que mamá respira.
Daros sombra, presencia muda.
Dejar pasar el sol
que caldea las manos,
que vuelve pegajosos a los zumos,
para haceros oler a primavera,
a madera caliente de verano.
Que todo el que os conozca
quiera acercarse a ese perfume.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.