Por Pablo Llanos.

Nunca había leído a Juan Peregrina como poeta, como creador. Sí lo había hecho a través de sus artículos y críticas literarias en revistas como Quimera o Kopek, de las que había deducido que compartimos similares sensibilidades literarias, pero no conocía su vertiente creativa. El amor del clown (Bajamar, 2024), ha sido mi primer acercamiento a su poesía.

Cómo bien debe saber el propio Juan Peregrina gracias a su labor crítica, reseñar es el arte de conectar creaciones y eso es lo que yo debería hacer al abordar mis comentarios sobre su poemario. Sin embargo, al Juan Peregrina poeta le pisa las frases de vez en cuando el Juan Peregrina crítico y deja poco espacio a este reseñista para atar cabos ya que El amor del clown está plagado de conexiones explícitas: Glenn Gould, José Hierro, Marilyn Manson, Cesar Vallejo, Paul Auster, Italo Calvino, Kavafis, Leopoldo María Panero, José Ángel Valente, Vicente Luis Mora, Luis Cernuda. Referentes que aparecen en el poemario como personajes o incluso como sujetos poéticos. Late esa preocupación del crítico-escritor, que siempre sabe dónde resuena lo escrito por uno.

Esta es una de las claves para leer este poemario, el respeto con el que un poeta, que también ejerce la crítica, se enfrenta a la creación. La falta de irreverencia con el canon, con sus cosas buenas y malas, pero parte angular para la poesía de Juan Peregrina. Dos de las partes de este libro (Homenaje Incompleto y Poetas y otras especies) están estrictamente dedicadas las poéticas de quienes componen su canon personal.

A modo de ejemplo el poema dedicado a Leopoldo María Panero (En el sanatorio de las hojas que se hunden):

Oh, la historia de la literatura
-disciplina dispuesta a obviarte-puede,
metátesis de células aparte,

contagiar y pudrirse al ser clausura
de quien no se vendió ni del que cede
su alma a otra cosa que no sea el Arte

El reseñista, crítico, editor y profesor de escritura aparece con más protagonismo en la parte titulada Avios del Espectáculo, compuesta por una serie de breves y jocosos poemas en prosa sobre el mundillo literario, con sus filias, sus fobias y sus costumbres normalizadas.

«Entre quienes escriben se citan para darse ánimos, criticar enemigo o al amigo del enemigo que es nuestro enemigo o, sobre todo, martirizar al amigo que, al fin, ya habla con jurados de tú a tú y confía en que sus versos -ahora sí- resulten premiados, leídos, comentados, criticados para después, como todo el mundo, morir entre silencios y que no recordemos más que un epitafio de dolor y sentir: Rimó poco.»

Tan importante como el respeto a sus inquietudes culturales es el cuidado por las formas. En las siete partes que conforman el poemario vamos a encontrar casi de forma alterna poemas en prosa, sonetos, romances, poemas en verso libre, tercetos encadenados e incluso un poema en versículos. De toda esta fiesta nocturna de la forma destaca la parte titulada Orgías de antaño, donde con un tono canalla relata amores, desengaños, amistades y correrías (qué bien le sienta el tono canalla a la poesía medida y rimada). Esta es la única parte en la que los poemas carecen de título, característica que unida a las formas varias en la que se representan (sonetos, romances, verso libre, prosa) me han llevado a querer leerlo como un solo poema largo que a cada página cambiara de forma, de soneto a romance a prosa poética a soneto otra vez, como quien va cambiando de lecturas o de gustos musicales a medida que la vida avanza.

Libres somos gacelas por un día,
ella en lejana artificial moraga,
yo, solitario con alcohol de aulaga
disfrutando la ausencia que me hería.

Recuerdo que estudiaba ingeniería
y que la noche nos iba acercando:
luego vino el tequila derrochando
vacíos cuerpos de chatarrería.

Al final de mi lectura, una sensación de agradable sinceridad poética, de descubrimiento, de que ahora, con Juan Peregrina comparto no solo similares sensibilidades literarias, sino también poéticas.