El Shelley chino paseando por París
Por Antonio Costa Gómez.
Yo lo descubrí en la antología de poetas chinos de Marcela de Juan, en Alianza Editorial. Y me apasionó para siempre.
Llevó a Tagore de viaje por la China del Norte para enseñarle las magias de su país. Fue amigo y tal vez amante de P.S.Buck , y ella le ayudó a cuestionar las rigideces de la China más tradicionalista.
Más tarde esa China maoísta donde millones de chinos visten ese uniforme impersonal de mecánico lo consideró pequeñoburgués, decadente , qué sé yo…
Pero ahora le llaman el Shelley chino, el más romántico de los poetas chinos. Y lo leen los jóvenes como símbolo de libertad e intensidad.
Y enseñan su casa en Haining al sur de Shangai como un lugar encantado. Desde hace años sueño con visitar esa casa.
La casa está a la entrada de la bahía, donde nació el poeta. Está muy cerca de Hangzhou, la ciudad de los lagos y los poetas, que fue la capital gloriosa de la dinastía Song del Sur. En esa casa reunió las características chinas y las europeas. Puso libros por todas partes, un retrato de Keats, un cuadro que lo representa hablando con Tagore, paneles con caligrafías en las paredes. Puso galerías de madera, puso pasillos abovedados como en una catedral. Allí pensaba abrazar a su amante y escribir poemas pero los japoneses invadieron China y se fueron a vivir a Shangai.
En un poema famoso Xu Zhimo le pide a su amada que se despida de todo, de las rigideces, de las tradiciones, de las normas, de las mezquindades y que se vaya con él por el mar. Que los dos digan adiós como Cernuda cuando se iba al olvido:
Suelta tu espesa cabellera,
muestra tus pies descalzos
y sígueme, amor mío.
El mundo de los hombres queda atrás.
Mira , mira el mar claro, inmenso.
La libertad sin fin, tú y yo, el amor.
Que una mujer en China a principios del siglo XX se suelte el pelo es una audacia y una liberación increíble. Y no digamos que se metan los dos el mar sin caminos obligados, que se hablen directamente sin ceremonias.
Xu estaba harto de que la familia le impusiese sus normas igual que hace cientos de años, de que las costumbres gobernasen sus sentimientos, de que los cuerpos estén tapados por ropajes y protocolos. Por eso le dice a su amada, como los románticos europeos, o como los beats de San Francisco, que dejen este mundo real y se vayan al paraíso soñado, a la fantasía y el mito. Y entonces es la liberación:
Mira allá, donde apunta mi dedo:
la estrella azul,
la isla cubierta de verdor,
flores lozanas, pájaros, animales hermosos.
Sube a este barco frágil y ligero,
y vámonos, vámonos al paraíso soñado.
Adiós, mundo, adiós.
Pero Xu Zhimo aporta una sensibilidad de la China tradicional a la Europa demasiado conceptualista, Se libera de los conceptos y las frases que enjaulan a los europeos. Mira de verdad las cosas y siente el espíritu de las ciudades. Xu llamaba xingling a esa sensibilidad misteriosa. Lo más pasajero es lo más profundo. Lo más cambiante indica la permanencia de la vida : “Los sauces dorados en la orilla del río / son jóvenes novias en el sol poniente / sus reflejos en las olas brillantes / siempre persisten en el fondo de mi corazón”.
Miles de chinos peregrinan a Cambridge y leen su poema “Despedida a Cambridge” grabado en una piedra: “Muy en silencio me voy, / tan en silencio como vine, / en silencio agito mi mano para despedirme de las nubes del oeste, / estos sauces dorados de la ribera”.
En esa piedra se unifican China y Europa, se complementan los mundos que desconfiaron uno del otro.
Ese xingling está también en el poema “Accidente”:
Nos encontramos de noche en la oscuridad
tú en tu ola y yo en la mía.
Soy una nube en el cielo,
una sombra casual en las olas de tu pecho.
No necesitas asombrarte
ni alegrarte tampoco.
Hay un encuentro ilimitado y una despedida torrencial. La vida entera se concentra en un segundo y se despide. “Nada dorado puede permanecer”, decía el norteamericano Robert Frost. Tampoco toda la intensidad del encuentro puede durar. Lo que parece una casualidad es una revelación entre dos seres. Pero no hay que intentar atraparla. Xu nos dice: No estorbes con tus gestos, tus palabras, tus definiciones. No estorbes el prodigio que ocurre, el movimiento, la vida.
El “xingling” es tener esa acuidad, ese contacto sutil con las cosas. Esa sensibilidad abierta y sin barreras. La misma que tenían los pintores de la dinastía Song cuando pintaban templos sumergidos en las montañas. La que puso Li Chen en “El monasterio budista en las montañas”.
El xingling es despedirse de las cosas pero también captarlas mejor que nunca en ese momento. Dejar que se manifiesten las cosas y sentirlas en lo que tienen de inatrapable.
Es no dar solemnidad a lo que se siente y por eso sentirlo sin fronteras. Es percibir como se mueve el aliento sin fin, la vida, el espíritu. Entonces todo es casual, todo está más allá de nuestros conceptos. Tenemos que despedirlo y dejar que sea como quiera. Para captar una vida hay que saber decirle adiós.
También puso ese xingling en su libro “Impresiones de París”. Xu Zhimo estuvo en París y como otros orientales supo captar el élan de París. Es algo parecido a lo que hacían los impresionistas en un fin de siglo mágico: captar la intensidad irrepetible del instante. También ellos se soltaron y tuvieron un poco de xingling, de captación taoísta del fluir.
Yo lo descubrí hace mucho tiempo en la antología de la poesía china de Marcela de Juan, publicada por Alianza Editorial. Y nunca lo olvidaré.