«Poesía Completa», Rafael de León
Por Jorge de Arco.
La reciente edición de la Poesía Completa (Editorial Cántico. Colección Doble Orilla. Córdoba, 2024) de Rafael de León (1908 – 1982), acerca la lírica de un escritor personalísimo en las letras hispanas del siglo XX.
Autor de coplas tan icónicas como “Ojos verdes”, “Tatuaje”, “Y sin embargo te quiero”, “La bien pagá”… sus versos quedaron, en buena medida, eclipsados por el éxito y la popularidad que alcanzó como letrista. El hecho de que artistas tan legendarias como Concha Piquer, Juanita Reina, Lola Flores…, pusieran su voz y su arte al servicio de dichas coplas, aumentó aún más su trascendencia en este género.
Reúne este volumen los dos libros que publicase en vida: Pena y alegría del amor (1941) y Profecía (1954), este último en coautoría con Antonio Quintero. En la nota de los editores, Manuel Pimentel y Raúl Alonso señalan que Rafael de León fue “un poeta culto y sensible, que escribía con el habla del pueblo, y reflejaba, como nadie, sus sentimientos y llantos (…) Su obra no sólo no envejece, sino que renace con fuerza y especial lozanía (…) Estamos ante un poeta de intensidades, de grandes contrastes vitales y creadores, que vivió superando las etiquetas -aristócrata para unos, homosexual para otros- que tanto le condicionaron, con plena conciencia de sí mismo y de lo que más amaba: la poesía, la copla y la cultura popular”.
Sin duda que, metidos de lleno en su quehacer, se aprecia cómo su yo lírico está impregnado de promesas, de anhelos, de esperanzas y, además, de esa desdicha y duelo que otorga el desamor. Su poema, “Zaguán”, que sirve de pórtico a su primer libro, lleva una cita de San Juan: “El que no ama es porque/ está muerto”. Y, desde esa óptica, pueden leerse muchos de sus textos que vienen alumbrados por muy distintas tipologías amatorias:
Cuando te fuiste de casa
-era en plena primavera-
vino un invierno violento
sobre las rosas más tiernas,
y las adelfas del patio:
se mustió la enredadera;
el agua de los espejos
se puso verde; las rejas
de las últimas ventanas
se hicieron aún más espesas,
y yo me vestí de negro,
paré el reloj de la mesa
y me quedé solo, a oscuras,
con la luna de tu pena.
Fue buen amigo de varios de los integrantes de la Generación del 27 y, algunos de ellos, intercedieron para que se le conmutara la pena de muerte que se le había solicitado. Rafael de León estuvo preso en la Cárcel Modelo de Barcelona de septiembre de 1938 a enero de 1939 y, por fortuna, llegó a disfrutar muchos más años de ese milagro llamado libertad.
En su prefacio, Poeta secreto, Jesús Pascual incide en la importancia que tuvo en su obra las condiciones político-sociales de aquella época: “La España de posguerra, experta en carestías, ausencias y dolores clandestinos, utiliza las palabras del poeta para decir con ellas lo que debe callarse, revelar lo que ha de permanecer oculto. Canciones refugio, poemas que fueron puntuales para un país convaleciente, que esconden mil contraseñas, códigos íntimos de duelo: `Te puse tras la tapia de mi frente/ para tenerte así mejor guardado´.
Al hilo de estas páginas palpita, también, la voz vívida y emotiva de un hombre preocupado por la esencia del ser humano, por sus comportamientos y sus actos. Había en él, y en sus escritos, ilusión y confianza, mas nunca olvidaba a los más necesitados, pues su alma fue perpetuamente solidaria. Así lo afirma su sobrina nieta, Reyes de León, en su introducción, Profeta del amor:
“Y es que llevaba la amistad y la lealtad siempre como escudo. Sin importar banderas ni orillas (…) Todos los que lo conocieron coinciden: era un caballero de la cabeza a los pies. Humilde y reservado”.
Al margen de todos estos perfiles vitales y vivenciales, esta Poesía Completa reivindica el bello cántico del autor sevillano, su palabra llena de rosas y requiebros, de maravillas y secretos, de lunas y campanas, de jardines y sueños. Su verbo está salpicado de un unánime fervor. Rafael de León recurría a menudo a la imagen popular para hablar del alma colectiva. Su decir más característico no sólo se encuentra en sus metáforas y sus variados recursos, estrofas y metros, sino en la elegancia de lo cotidiano con que invita a ver lo grande en lo pequeño. Esta especie de transfiguración de lo rutinario en arte es un sello característico de su poética, al igual que cierta rebeldía no sometida a convencionalismos. Su compleja sencillez es, a su vez, profundamente visual, al igual que la amplitud de sus temáticas, que comportan al conjunto de su obra una mayor universalidad.
Un volumen, en suma, que aventa la verdad de un poeta de alta temperatura literaria:
Y yo estoy con mi nardo, con mi copla y mi vino,
con la muchacha alegre que vende las naranjas,
con el niño pequeño que pide limosna
y el árbol que da sombra a los pájaros libres.(…)
Mi verso es como un toro colorado y terrible
que no aguanta ni el hierro de la ganadería
y que lo mismo baja a beber al arroyo,
que anda leguas y leguas hasta encontrar los mares.