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Carmen María López: «La escritura pone tiritas sobre la piel enferma de la realidad»

Carmen María López (Caravaca de la Cruz, 1991) es doctora en Teoría de la Literatura por la Universidad de Murcia (2018, cum laude, mención internacional y Premio Extraordinario de Doctorado), Graduada en Lengua y Literatura Españolas (2013, Premio Nacional Fin de Carrera), y ha cursado el Máster en Literatura Comparada Europea de la Universidad de Murcia (2014) y el Máster en Investigación Literaria y Teatral en la UNED (2017). En la actualidad es Profesora Titular de Teoría de la Literatura en la UNED. Su destacada carrera investigadora incluye estancias en universidades de prestigio, la participación en congresos internacionales y una amplia producción científica. Es autora de los libros El cine en el pensamiento y la creación de Javier Marías (X Premio Academia del Hispanismo, 2019) y El discurso interior en las novelas de Javier Marías: los ojos de la mente (Brill, 2021). Como poeta ha participado en recitales, presentaciones de libros y ha sido invitada al ciclo Voces de la Literatura (2024, Fundación CajaMurcia), coordinado por J. M. Pozuelo Yvancos. Desde hace más de una década compagina su labor docente e investigadora con la escritura creativa: Premio de Poesía Albacara (2008), XXIV Premio de Narrativa “Encarnación Martínez Barberán” (2009), VIII Premio de Narrativa Ana María Aparicio Pardo (2010), Premio de Poesía de la Universidad de Murcia (2011) o Premio CreaMurcia de Literatura (2018). Su poemario Yo también anochezco (2024) ha sido distinguido el Premio Complutense de Literatura 2023. Con La madre de nadie (2024) ha obtenido el VII Premio ESPASAesPOESÍA. Hoy se acerca a estas líneas para darnos su Primera Impresión sobre él.

 

La poesía es memoria, pero también fabulación.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Es un misterio, un enigma que no sabría descifrar. Durante años leí mucha poesía, novelas que ahondaban en las relaciones madre-hija. Pienso en Marina Tsvetáieva, Olga Orozco, María Negroni, Brenda Navarro, Almudena Sánchez… Todas ellas de algún modo me interpelaban, pero era otra la visión del mundo que yo quería expresar. Escribí el libro que me hubiera gustado leer. Soy consciente de que La madre de nadie se publica en un momento de complejidades. Nuestro mundo se ha agrietado. Por eso es necesario volver a la raíz de lo que somos: rescatar la corporeidad, los signos del cuerpo femenino, los lazos maternofiliales, el simbolismo de la casa de los padres como “Ítaca”, un lugar al que una vuelve aunque el tiempo haya hecho estragos y ya no sea el mismo. La madre de nadie se proyecta en varias direcciones: el pasado (la evocación de la memoria familiar), el presente (los sujetos líricos en interrogación constante) y el futuro (lo que podría ser tal vez). Es un libro que huye del puro presente para cruzar otras temporalidades y prefigurar existencias y vidas posibles. La poesía es memoria, pero también fabulación; abre una puerta a lo imaginativo. ¿Por qué ahora? No lo sé. De alguna manera el libro me eligió a mí. La madre de nadie se inyectó en mi propia piel.

 

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

La madre de nadie se tejió, literalmente, después de un largo proceso de escritura en cuadernos. Escribí mucho, durante meses, siempre de forma manuscrita. Venero este proceso creativo: escribir y que se cree un ritmo especial en ese contacto entre el papel y el bolígrafo. Más tarde, cuando abrí los cuadernos para releer los versos que había escrito me di cuenta de que ahí había un “hilo”, algo que ataba o hilvanaba los poemas. Era algo así como el ovillo de Ariadna, una conexión que fui descubriendo poco a poco… Fue entonces cuando pensé que quizá esos versos podrían tener un sentido como libro: allí estaban las mujeres, la madre, la hija, la casa de la infancia… La idea del libro surgió en ese momento, después de ese azaroso proceso de escritura.

 

De algún modo las madres son las “hilanderas del mundo”

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?

La madre de nadie es un libro dedicado “a las mujeres / poema / caparazón”. Es un libro-cuerpo o un libro-cordón umbilical. Hay en él una genealogía entre las distintas voces líricas que dialogan. Y todo ello proyecta una doble lectura: íntima y universal. Creo que eso es clave para los lectores que se acerquen al libro. En él está la idea del ovillo de Ariadna, la princesa cretense que presta el hilo a Teseo para matar al minotauro y escapar del laberinto. Es una idea simbólica, porque de algún modo las madres son las “hilanderas del mundo”, dan vida y tejen la estirpe.

 

Asombrarse y sentirse gratitud son dos condiciones esenciales para escribir poesía.

¿Qué efecto esperas que tenga en ellos?

Me gustaría que La madre de nadie dejara una huella en los lectores. Que de algún modo transformara su forma de mirar y de entender las relaciones madre-hija. Si no fuera así, ¿de qué serviría leer poesía? Quienes se acerquen a él descubrirán voces femeninas donde viven el asombro y la gratitud. Asombrarse y sentirse gratitud son dos condiciones esenciales para escribir poesía, pero también para leerla de manera plena. Me gustaría que La madre de nadie se leyera como un libro homenaje a las mujeres, para repensar el sentido de la corporeidad y los lazos familiares, para ser más conscientes de nuestro origen y entender que “la vida es solo un hueco, un hilván / entre dos sílabas: ma-dre”.

 

La intuición se unió al trabajo consciente.

¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?

Intuitivo e irracional. Escribí “sin brújula”, sin una idea previa, pero durante la relectura hallé cierta ilación en los versos. La madre de nadie emprende un viaje simbólico de la luz a la oscuridad, desde los poemas del origen que conforman el solsticio hasta los poemas del crecimiento y la separación del equinoccio. Para mí era una forma poética de jugar con los ciclos astronómicos, de que el ciclo de vida y el nexo madre-hija se unieran mediante los ritmos de la naturaleza. La estructura del libro es dual o bimembre: la primera (“el solsticio es la madre”) es más luminosa, hay más esperanza; en la segunda (“equinoccio en la tierra”), todo “anochece” y hay poemas crepusculares, saturninos. Como los trapecistas, traté de encontrar un equilibrio para no caerme entre esos dos ejes de la luz y de la oscuridad. Hacia el final del libro el poema “Ítaca”, dedicado a mis padres, hilvana nuevamente las dos partes a partir de la mirada del sujeto lírico, llena de gratitud. Después de escribir “Ítaca” la escritura se aplacó. La voz poética se calló para siempre. No fui capaz de escribir nada más. Intuí que era el poema de cierre, que si ahí había un libro debía terminar así. Creo que hacia el final la intuición se unió al trabajo consciente.

 

¿En qué medida veremos en él —o no— a la Carmen María López de tus anteriores obras?

La madre de nadie conecta con ciertas preocupaciones de mi libro anterior: Yo también anochezco. En él ya latía la indagación en la identidad, el juego con mi nombre (carmen, carminis; poema, canto o profecía de un oráculo). En ambos libros hay presencia de la reflexión sobre la poesía y la humilde tarea de escribir. Vuelve otra vez la mirada femenina, no de esas muchachas que en Yo también anochezco tradujeron La Eneida de Virgilio en clase de latín, sino de las mujeres en todas sus metamorfosis (la que todavía no es madre, la que tal vez lo será, la que puede que no lo sea nunca, la madre amada, añorada, la hija…).

A nivel estructural, en los dos libros hay el contraste entre poemas muy breves, casi epigramáticos, con poemas de largo aliento y tono narrativo. Es la misma voz, pero ya no mira las mismas cosas. El “yo” del pasado se difumina después de haber anochecido. La madre de nadie canta con un corazón más universal. Es más polifónico. Hay un diálogo mayor entre las voces. Hay poemas a modo de jarchas, poemas epistolares y presencias de mujeres (la madre de Juan de Arco, la madre de Roland Barthes, la madre de Marina Tsvetáieva, las madres de Plaza de Mayo…) a las que se les rinde homenaje en “Inventario de las madres muertas”. Para que la historia no las borre. Para no olvidar.

 

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de La madre de nadie, ¿cuáles serían?

“Sutura”, “Qué decimos cuando decimos madre” e “Ítaca”. Hay otros poemas a los que quiero especialmente, como los que componen el “Tríptico de Japón”, donde la mirada de la hija dialoga desde la lejanía con la madre para mostrarle toda la belleza del País del Sol Naciente (el santuario Meiji, el parque sagrado de los ciervos de Nara o el bosque de bambú de Arashiyama).

 

Escribir es mirar y ver belleza entre lo miserable y lo feo.

«Pregúntate por qué eres filóloga», dices en el poema “Ítaca”. Yo quisiera abundar en esta idea: ¿por qué escribes? ¿Y hasta qué punto el hecho de ser filóloga influye en tu producción literaria?

Por muchas razones. Escribo para conocerme, comprender quién soy y por qué me llamo Carmen. Para lidiar con el dolor de vivir en un mundo tantas veces absurdo. La escritura pone tiritas sobre la piel enferma de la realidad. Escribir es mirar y ver belleza entre lo miserable y lo feo. Mi formación filológica puede, en algún punto, influir o modelar mi visión sobre la creación literaria, pero solo en un momento inicial. Soy profesora de Teoría de la Literatura en la UNED, por tanto, docente e investigadora, pero al escribir poesía me distancio de mi “yo académico”, el que escribe libros y artículos de investigación, y nace un “yo poético” más irracional, menos sujeto a las normas, más intuitivo. Es una metamorfosis. La filología está ahí, pero no debe verse, nunca debería estar en la punta del iceberg. El escritor conoce la técnica y las herramientas de la poesía, pero eso debe depurarse en el poema. Emily Dickinson lo expresa con gran belleza en estos versos:

“𝐿𝑜𝑠 𝑝𝑢𝑛𝑡𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑎𝑠𝑖𝑠𝑡𝑒𝑛 𝑎 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑠𝑎 / ℎ𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑡á c𝑜𝑛𝑠𝑡𝑟𝑢𝑖𝑑𝑎. / 𝑌 𝑒𝑛𝑡𝑜𝑛𝑐𝑒𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑢𝑛𝑡𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑡𝑖𝑟𝑎𝑛 / 𝑦 𝑒𝑞𝑢𝑖𝑙𝑖𝑏𝑟𝑎𝑑𝑎 𝑦 𝑒𝑟𝑔𝑢𝑖𝑑𝑎, / 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑠𝑎 𝑠𝑒 𝑠𝑜𝑠𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑎 𝑠𝑖́ 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑎”.

La poesía es esa casa que está sostenida por todos nuestros conocimientos (filológicos o no), experiencias vitales, pasiones…, pero en el poema eso no debe notarse. La casa de la poesía se sostiene a sí misma. Y los mejores poemas son aquellos en los que el ritmo y la música de las palabras fluyen como la oración de una voz de la que desconocemos su origen. Son inexplicables y en ellos de poco sirven la técnica y los recursos retóricos de la poesía.

 

Entiendo la poesía como una forma del pensamiento mágico.

Tu obra transita entre la narrativa y la poesía. ¿En qué género te sientes más cómoda? 

Los géneros literarios son moldes, recipientes en los que cristaliza una determinada idea. Quizá no sean tan distintos; puede que la frontera sea más difusa de lo que inicialmente se cree. Las novelas que más disfruto tienen algo de poético (en el ritmo de la prosa, en la musicalidad de las palabras); la poesía es un chispazo, un disparo al corazón; pero la brevedad a veces deja paso a lo narrativo. La novela es un género al que me siento muy cercana, aunque cuando he tratado de escribir mis intuiciones primeras se han decantado hacia la poesía. Entiendo la poesía como una forma del pensamiento mágico; un lugar donde vive lo más valioso de la vida. No sé qué escribiré en los próximos años. Seguramente exploraré los dos territorios sin distinguirlos del todo.

 

Si te digo “Javier Marías”…

Es un escritor al que siempre vuelvo; el novelista al que dediqué mi tesis doctoral: años de estudio que moldearon mi manera de mirar el mundo. Todavía me imanta la singularidad de su estilo. Su prosa absorbente y rítmica me atrapó desde el principio. Tras su fallecimiento, los libros de Javier Marías seguirán hablando con elocuencia a muchas generaciones de lectores. «Hablan los libros en mitad de la noche, como habla el río», escribió en Todas las almas. Hay en su obra ideas enormemente poderosas. La literatura de Marías siempre hizo del diálogo entre los vivos y los muertos su nervio creativo. Muertos que regresan, vivos que agonizan, vivos que se imaginan las palabras de otros muertos, demasiada muerte alrededor… «Morimos con los que mueren: ved, ellos se marchan, y nosotros nos vamos con ellos». Es T. S. Eliot y su ritornelo poético en la imaginación prodigiosa de Berta Isla. Y Thánatos siempre al acecho. Esos nudos centrales (el amor, la vida, la muerte, la indistinción de estas esferas ontológicas) nutren la creación. Volvemos siempre a la gran literatura: la de Dostoievski, Proust, Thomas Mann, Cervantes o Marías…

 

La poesía es un refugio y una forma de resistencia poética y política.

Con La madre de nadie te alzaste con el VII Premio ESPASAesPOESÍA, sumando así un nuevo galardón a tu impresionante palmarés. ¿Qué han supuesto para ti estos reconocimientos?

El regalo de ver publicados los libros. Y otras muchas gratitudes: conocer lectores, participar en presentaciones, dialogar con escritores que se han interesado por mi poesía. Los premios permiten visibilizar la obra y voces de autores que, de otro modo, quizá no saldrían a la luz. O sería más difícil llegar a ellos. En un mundo dominado por el capitalismo voraz, la mercadotecnia y con la inteligencia artificial pisándonos los talones, la poesía es un refugio y una forma de resistencia poética y política.

 

Por último, como lectora, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?

El médico y poeta Basilio Sánchez. Es mucha mi admiración hacia su poesía. Su forma de venerar la vida a través de las palabras me parece prodigiosa. Más allá de este desiderátum, el libro está teniendo buena acogida. Además del círculo más cercano de amigos, quienes me han leído coinciden en que este es un libro lleno de ternura, luminoso, donde están presentes el amor y la esperanza, a pesar de la desolación de algunos poemas. En el libro hay oscuridad y dolor, conciencia de la separación, pero en el fondo vive una semilla de esperanza. Ahora que se ha publicado, pienso también que el libro ya no solo es mío, sino de los lectores potenciales que lo interpretarán y le darán nuevas capas de sentido.

 

***

Tres poemas de La madre de nadie

 

SUTURA

 

Madre: quién cortará en la escritura

este hilo de palabras

trepanadas palabras

tejidas en la trenza madre-hija.

 

No llamo al corazón

tan solo corazón

lo denomino

válvula de vivir.

 

El diccionario

no me sirve:

me rompe la poesía.

 

Si no escribo

algo dentro de mí se vuelve cueva.

 

Si no escribo

deja de funcionarme

la parte del cerebro donde alojo

el sentido del mundo,

la lluvia, la belleza.

 

Madre:

hay muchachas que adoran al dios sol

y hay muchachas que no adoran

al dios sol.

Contemplo a esas muchachas.

Y de nuevo:

catalogo las vidas de las dulces muchachas

las divido

entre aquellas que aman

y aquellas que no aman

la lluvia

los gorriones

la poesía.

 

 

QUÉ DECIMOS CUANDO DECIMOS MADRE

 

“Sinónimo de madre: no lo hay”
Almudena Sánchez

 

Dices madre pero no dices solo

madre dices también placenta útero

cordón umbilical dolor y fiebre

dices la luz y el verbo y la aurora

dices la cicatriz de haber nacido

la ternura y el magma de la tierra

el trino de algún pájaro la voz

de alguna cueva o vientre en que habitaste

dices la noche y todas sus galaxias

dices belleza y cinco continentes

maravillas del mundo todo el oro

del Rin y los almendros en flor

el azul de los cuadros de Sorolla

la carne habitándonos despacio

la infancia como un pétalo en la cumbre

el vino dulce y breve de la vida

madre memoria miel materia frágil

melodía o faro del origen.

Dices madre es verdad y lo que dices

no es nada casi nada apenas nada.

Y es sin embargo la palabra amor.

 

 

 

ÍTACA

 

A mis padres

 

Cuando vuelvas a casa de tus padres

pide que el camino sea largo.

 

No cargues con los años que pasaste

estudiando en la Facultad de Letras

ni temas aquel reino que perdiste.

 

La mochila está llena de otras cosas.

Y solo al recorrer aquel camino

sabes ahora quién eres, cómo eres,

y por qué te llamas Carmen.

 

Si tu espíritu es firme, si has vivido

noches altas y antiguas emociones,

no habrá fracaso alguno en tu regreso.

 

Procura que el camino sea largo.

Que mucho hayas amado en el transcurso.

Que cuando vuelvas el verano a casa

no te duelas si vuelves

y tú no eres la misma.

 

Que no te tienen cantos de Sirena.

No ambiciones palacios ni oropeles,

monedas huecas, brillos tentadores.

 

Ve muchas veces, ve todas las veces,

vuelve siempre que quieras a la casa

de tus padres.

Allí está todo lo que buscas.

Lo que has amado.

Lo que ya nunca dejarás de amar.

 

Detente en el quicio de la puerta.

Gira la cerradura y reconoce el mundo.

Allí habitan tus yoes del pasado.

Las muñecas sin dueño, la memoria.

La vida misteriosa de tus padres.

 

Abrázalos sin prisa: todo el tiempo

que queda está ahí. Cuenta tu historia

sin épica ni adorno, pero cuenta

tus pequeñas victorias a tus padres.

 

No invoques a la Musa, no hace falta.

Una tarde tranquila explícales

por qué valió la pena el largo viaje:

el esfuerzo de estudiar,

tus noches con la Eneida de Virgilio.

 

Pregúntate por qué eres Filóloga.

Por qué elegiste sin dudar un ápice

entre todas las vidas de tu vida

dedicarte al amor de las palabras.

Entenderán que era tu destino

leer a Homero, combatir al Cíclope,

interrogar a Eurídice tal vez…

 

Cuéntales cómo aquellas nimiedades

te hacían tan feliz, valían más

que mil dunas de oro.

 

Agradéceles siempre la paciencia.

Si pudiste volar fue gracias a ellos.

Y por ellos has vuelto hoy aquí.

 

No maquilles el daño que infligieron

sin querer otras carnes en tu carne,

ni enmascares tampoco

lo que hoy nombrarías como fracaso.

 

Vuelve siempre que quieras a su casa:

observa cómo te han querido

desde el primer segundo y hasta el fin.

Mira mucho la vida de tus padres:

sus cuerpos, cómo viven, cómo hacen

para esperarte intactos en amor.

 

Asómbrate, pregúntate otra vez

cómo es posible que tú, criatura arácnida,

nacieras de un pedazo de esa carne.

Es misterio: no intentes resolver.

 

Abdica ya de tus mitologías.

No busques a Teseo ni a Ariadna.

Es más hermoso amar el laberinto.

 

Y cuando lo hayas visto todo:

los muebles del origen, la cocina,

el sol sobre la fruta,

las muñecas,

los libros,

los pedazos de ti,

reconócete ahora: sé testigo

y carne memorial de aquellas cosas.

 

La vida te brindó este hermoso viaje.

Vuelve siempre a la casa de tus padres.

Sin ellos no estarías hoy aquí.

Aunque los halles tristes, taciturnos,

aunque adviertas a veces el desánimo,

las arrugas o surcos de existir,

comprende su tristeza.

Sé paciente: han sufrido más que tú.

 

Y así mirando mucho la vida de tus padres,

te habrás vuelto más sabia.

Leerás ese libro inacabado.

Entenderás qué significa amor.

Por qué existen las Ítacas.

 

 

ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.

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