‘Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado’, de Ian Gibson
Antonio Jorge Meroño Campillo.
Antonio Machado, para todas las personas que pasamos ya de los cincuenta años, ha sido desde nuestra infancia una presencia indeleble, una compañía, en algunos casos, como el del que suscribe, fuente de continuo placer y referente moral. Estudiado y leído entonces desde la enseñanza primaria, cantado emotivamente por Serrat y loado continuamente por ese curioso personaje que es Alfonso Guerra, Antonio Machado Ruiz es uno de los grandes poetas de todos los tiempos, pero como decimos, mucho más que eso.
Gibson se acercó ya hace algunos años a su figura en una biografía imprescindible, como lo suelen ser todos sus trabajos. Aquí podemos seguir con exhaustividad la (a menudo penosa) trayectoria vital de este hombre bueno desde su nacimiento en Sevilla hasta su penosa muerte en el exilio, en Coilloure, en su querida Francia.
Pertenecía nuestro poeta a una familia de intelectuales, abuelo catedrático de ciencias, padre folklorista y hermano, Manuel, poeta nada desdeñable y amigo y compañero inseparable hasta que nuestro conflicto civil los distanció. Gibson es prolijo, como decimos, al trazar la trayectoria de nuestro poeta, deteniéndose en sus estudios (tardíos y azarosos), su obra, sus amores, el amor por su familia, sus ocios.
Machado fue buena parte de su vida profesor de francés de Instituto, plaza que obtuvo cuando era solamente bachiller en unas duras oposiciones, y esto le permitió ganarse honradamente la vida: A mi trabajo acudo, con mi dinero pago/el traje que me cubre y la mansión que habito/el pan que me alimenta y el lecho en donde yago». Podemos conocer la trayectoria vital de este hombre tocado por las mejores musas en su obra poética y periodística (mucho más mediocre es su teatro, escrito a medias con Manuel, que pese a todo llegó a conocer éxitos: Machado era un enamorado de las tablas), su paso por Castilla (Soria, Segovia) su querida Andalucía (Baeza), casi siempre solo, con sus sempiternos cigarrillos, con un matrimonio con una chquilla, Leonor, que le duró sólo apenas tres años, y el posterior amor platónico con su particular diosa, Guiomar.
LLevó esa vida provinciana y solitaria con estoicismo, dando frecuentes paseos por el campo, acudiendo a tertulias de café con amigos, viviendo casi siempre en modestas pensiones, una vida muy simple que le permitió, en cambio, dejar una obra inmortal: Soledades, galerías y otros poemas, Campos de Castilla, Nuevos poemas, Poemas a Guiomar, Poesías de la guerra, el imprescindible Mairena…..
Don Antonio viajó por Francia para perfeccionar el idioma, y un poco, como él decía, por España, no conoció más países. Fue amigo de todos los intelectuales españoles de su tiempo, teniendo especial querencia por don Miguel de Unamuno, y fue saludado como maestro por los jóvenes de la generación del 27, a quienes apreciaba, en especial a Lorca, cuya muerte, como todo lo que ocurrió durante la guerra, le zarandeó.
Machado siempre fue un hombre de convicciones progresistas, apostó por una regeneración del país que pasara por la educación y la ciencia, como buen alumno que fue de la Institución Libre de Enseñanza, y saludó la llegada de la República con ilusión, manteniéndose leal a ella hasta su muerte, que coincidió con su caída final.
Nos da buena cuenta Gibson, finalmente, del compromiso cívico de nuestro poeta durante la Guerra, que pasó entre Valencia y Barcelona, cuidado, junto a su familia, por el gobierno, con el que mantuvo buenas relaciones: no fue nuestro don Antonio nada veleta, y hasta cruzar la frontera rumbo de su destino final, se mantuvo activo, escribiendo en favor de la democracia y contra el fascismo, siendo especialmente duro con la política francesa y británica de no intervención.
Murió nuestro hombre finalmente como vivió, en paz consigo mismo, ligero de equipaje, como señala en su poema. Leerlo es uno de esos placeres que nos proporciona la vida. Mucho temo que se vaya cayendo de los planes de estudio de una chavalería cada vez más alejada, no por entero por su culpa, de lo mejor de nuestra tradición cultural y poética, que es de las más ricas del mundo. A ver si entre todos, entre los que amamos a este mago de la palabra y la bondad, ponemos remedio.