«Ciudad de asfalto», de Jean-Stéphane Sauvaire
JOSÉ LUIS MUÑOZ
El infierno de los paramédicos en la ciudad de Nueva York, podría titularse esta película que hace del paroxismo su núcleo narrativo, porque no deja un resquicio de tranquilidad al espectador desde los mismos títulos de crédito y viene firmada por el francés Jean-Stéphane Sauvaire (París, 1968), un realizador apátrida cargado de testosterona que ha rodado en Tailandia una película carcelaria sobre boxeo, Una oración antes del amanecer, en Liberia Johnny Mad Dog sobre los niños soldado, en Colombia el documental Carlitos Medellín entre otras y que aterriza con Ciudad de asfalto en Estados Unidos.
Un joven paramédico llamado Ollie Cross (Tye Sheridan), que en sus pocos ratos libres en que pernocta en una cutre habitación compartida con un grupo de chinos estudia para médico, empieza a trabajar como paramédico en la ciudad de Nueva York con el veterano Gene Rutovsky (extraordinario Sean Penn), un tipo con numerosas cicatrices vitales y morales desencantado de su trabajo y en tensa relación con su exmujer Nancy (Katherine Watterston) por la custodia de su hija. A través de esos dos personajes, uno novato y otro al límite y baqueteado por la vida, el espectador sufre una inmersión violenta y desgarrada en las tripas más mefíticas de la ciudad de Nueva York.
Existía un precedente a Ciudad de asfalto, Al límite, una de las peores películas de Martin Scorsese interpretada por un histérico Nicolas Cage, pero Ciudad de asfalto se parece más a una pesadilla moral de Paul Schrader o a un relato desgarrado de Hubert J. Selby porque escarba en las zonas más oscuras de una ciudad que se descompone. Ese Nueva York marginal que retrata del realizador francés con una cámara compulsiva, primeros planos, sonido estridente, personajes al límite y decididamente infelices, fotografía saturada de David Ungari, recuerda mucho al de Taxi driver de Martin Scorsese. Podría ser perfectamente Ciudad de asfalto un buddy cop si cambiamos los paramédicos por policías y funcionar exactamente igual. Hay imágenes tenebrosas, sórdidas, que remiten directamente a Seven de David Fincher. Hay sangre y vísceras a raudales, suciedad física y moral, dolor, muerte, frustración (cuando nada pueden hacer por salvar la vida de los miserables a los que rescatan), marginalidad, ira y escasa esperanza en este film desolador al que muchos críticos censuran por su tremendismo y lo explícito, y terrible, de sus imágenes.
Entre los magníficos secundarios encontramos a un resucitado Mike Tyson, sí, el boxeador, transformado en el jefe de los paramédicos Burroughs, muy en su papel, aunque no pegue puñetazos, y a un Michael Pitt a años luz de Soñadores, camorrista y gamberro, paramédico adicto al heavy metal, que se parece mucho al Jon Voight de El tren del infierno y recrea un personaje sencillamente odioso al que estás deseando que le partan la cara.
Ciudad de asfalto no da un momento de respiro al espectador, salvo en las relajantes y muy bien filmadas escenas de amor entre Ollie Cross y Clara (Raquel Nave), es una película inmersiva, mantiene un ritmo enloquecido desde la primera secuencia a la última y duele como un puñetazo en el hígado. Cine negro sin que asomen pistolas ni se cometan delitos en este retrato sórdido de la ciudad que nunca duerme y personajes tóxicos y autodestructivos.