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El final de los poetas

Foto: Consuelo De Arco

Por Antonio Costa Gómez.

Bashō, el poeta japonés del siglo XVII, escribió un poema para despedirse de la vida. Dijo que todo fue delirio y sueño. Tal vez sea su poema más lúcido. Aún más que el famoso kaiku sobre el estanque donde croa la rana y de repente se oye el ruido del agua.

Hölderlin al final de su vida escribió los poemas de la locura. Vivía en casa de un zapatero en Tubinga y lo perseguían los niños por las calles. Pero escribió los poemas más concisos y hondos. En uno titulado “Las líneas de la vida” habla de como al final las líneas de nuestra vida trazan un dibujo revelador. En medio de su confusión sobre el mundo tenía una lucidez increíble sobre la vida. Y la poesía sin retóricas era su mejor medio de conocimiento.

José Ángel Valente se perdió toda su vida en filosofías y teorías sobre la poesía. Teorizaba tanto que casi no tenía tiempo para hacer poesía, y de todos modos esta estaba encarcelada por la teoría y los conceptos. Pero al final de su vida se fue a vivir al cabo de Gata y en aquellas soledades se rompieron las teorías. Y escribió una poesía en fragmentos que rompía todas las rigideces teóricas. Más allá de sus conceptos por fin tocaba la vida en la soledad y el silencio. Sus “Fragmentos de un libro futuro” son lo más escalofriante y “touchant” que escribió. Cuando me convenció de verdad y se acercó a las cosas sin andamiaje.

Rimbaud escribió al final de su corta vida sus versos más visionarios y al mismo tiempo menos pretenciosos. Son más intimistas y callados y ven de verdad sin pretender dar lecciones. El apartado “Derniers vers” de sus obras completas es el más sugestivo y menos ruidoso. Y de todos modos las “Iluminaciones” inauguran un nuevo modo de ver, sin distinciones entre verso y prosa. Si no inventó el poema en prosa lo convirtió en lo más visionario y fulgurante.

Siempre me pareció que Juan Ramón Jiménez, al final de su vida, con el “Dios deseado y deseante” y esas cosas, se había vuelto de lo más abstracto y conceptual. Sin emoción ninguna, todo lo contrario del misticismo que pretendía alcanzar. Pero últimamente me da por pensar que tal vez tenía una auténtica pasión por fundirse con el absoluto, con lo divino, con el ser. Hablando de pasión como contacto profundo (la gente se cree que pasión es hacer ruido y ponerse a temblar), como intento desesperado y solitario.

Rilke al final de su vida escribió poemas en francés: “Vergeles”, “Cuartetas valaisianas”. Son poemas ligeros y leves pero llenos de hondura. Ya no pretende decirlo todo como en las “Elegías del Duino”. Pero tal vez por eso mismo se vuelve más fulgurante, acertando en chispazos fugaces. Quizá al no hacer tanto esfuerzo consigue lo que no se esperaba. La mirada leve, los poemas breves, también pueden mostrarnos lo más certero y abrirnos los ojos de manera inesperada.

Se cree que la poesía es propia de la juventud, como el erotismo, pero eso son clasificaciones mentales. Algunos poetas escribieron lo más intenso al final de sus días y algunas personas amaron de manera más honda al final de su vida. Quizá los poetas presienten de algún modo su fin y se dan cuenta de que no están para palabrerías. Si tienen que decir algo ya es hora de decirlo. Y también se desatan y rompen prejuicios. Como el agonizante que delira, es decir, suelta amarras y convenciones, y habla libremente desde el inconsciente y lo más escondido.

Goethe escribió su “Elegía de Mariembad” en su vejez. Con 70 años se enamoró perdidamente de una chica de 18 y se ilusionó lleno de vida. También puede ser esa vitalidad desesperada que les da a las personas poco antes de morir, la traca final antes de apagarse. Y en ese poema habla de vivir cada día, de profundizar en cada instante, de los pocos que le quedan. Y vive otra vez con tanta pasión (es decir, hondura) como había vivido en el “Werther”.

Unamuno escribió sus mejores poemas cuando ya tenía muchos años. Y uno que se titula “Dulce, silencioso pensamiento”, basado en un verso de Shakespeare, lo escribió de viejo mientras miraba como cosía, en la casa silenciosa, su mujer Concha. Tal vez la capacidad de captar en silencio se agudiza al final.

No digo que todos escriban lo mejor al final. Algunos se estropean al pasar por la mitad de la vida. Pero Poe escribió su “Annabel Lee”, el poema sobre un hermoso reino junto al mar, y su amor callado por la princesa, cuando ya se acercaba el final. Y Walt Whitman soltó lo más desaforado y visionario de “Hojas de hierba” al final de sus días. Y también los famosos versos “Oh capitán, mi capitán”, el sueño de liberación de Lincoln, se publicaron en un añadido al libro en ediciones posteriores.

Antonio Machado escribió lo más intenso en su primer libro “Soledades”, con su simbolismo y sus sueños. Después se metió en poesías filosóficas en incluso políticas. Las “Nuevas canciones” del final para mí tienen poco de sugestivo. Pero cuando murió le encontraron en el bolsillo el famoso verso “Estos días azules y este sol de la infancia”. Lo cual quiere decir que volvía a la poesía más genuina de sus primeros años. Y que cuando uno se está muriendo no está para predicaciones sino para ver.

William Blake concibió sus mitos más reveladores, sobre Theotormon, las hijas de Albion, etc , donde anunció las rigideces del mundo moderno y el empobrecimiento del racionalismo, al final de sus días. Y vio antes que nadie lo que ahora estamos viendo: todos esclavizados a las máquinas y todos convertidos en máquinas.

John Keats escribió sus sonetos bellísimos al borde de la muerte, en una especie de mundo iluminado antes de morir. Las pretensiones de las grandes odas y de los poemas programáticos se convirtieron en fogonazos de catorce versos. El titulado “Estrella brillante”, un regalo de amor a Fanny Browne, dice: “Estrella brillante, ojalá yo fuera tan firme como tú eres, / no en solitario esplendor colgada en lo vago de la noche, / y vigilando con eternos párpados abiertos, / como el paciente de la naturaleza, el eremita sin sueño”. La traducción es mía. Los versos reflejan un infinito pasmo ante la naturaleza y ante la vida. Y son un regalo profundo para Fanny Browne y para nosotros.

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