‘Páginas escogidas’, de Carmen Martín Gaite
Ricardo Martínez.
Estamos, probablemente, ante una de las escritoras más interesantes dentro de la última prosa contemporánea española. Lúcida en sus apreciaciones literarias, de palabra flexible y significativa, con un sentido del humor muy didáctico y, en fin, culta en el más amplio sentido de la palabra.
Leerla es un ejercicio de transparencia literaria y una suerte para entender sin requiebros excesivos lo que supone un texto limpio, directo e imaginativo: “Julia quería hablar más, pero don Luis tenía voz de prisa. Ahora las mentirillas, el cotilleo, las malas contestaciones a la tía. Don Luís escondió un bostezo. Estaban cantando el ‘Cantemos al amor de los amores’. La iglesia se apaisaba, dejaba de girar. Los altares, las velas y los santos volvían a sus sitios, desfilaban por la canción en línea vertical, despacio, como cuando se pasa un mareo”
El lenguaje es rico también en giros lingüísticos coetáneos, de la época, lo que ayuda a la comprensión y el seguimiento de la lectura con más dinamismo. Señala oportunamente la hermana de la autora –siempre un fiel apoyo para ella- en el prólogo que “los intereses de ésta (vivió de 1925 al 2000) fueron heterogéneos y se desplagaron en múltiples direcciones: desde los géneros literarios consabidos (poesía, cuento, novela, artículo, discurso, ensayo literario e investigación histórica) hasta ese soporte de escritura en libertad que su hija bautizó un día como cuasderno de todo en un bloc que le regaló.
Hizo mucho por fundamentar una generación literaria –su generación- que había de afirmarse en nuestro país con un marchamo de exigencia y calidad notorios, y ello es un haber que ha de hacerse notar en el curriculum de un escritor. Y ella había, a su vez, de nutrirse también de la influencia de los suyos. A propósito de un buen amigo, Ignacio Aldecoa, así como de la generosa alusión al profesor José María Valverde, escribe (aludiendo a la coherencia del grupo de poetas y a un maestro y valedor, Vicente Aleixandre): “tenían un amigo mayor en torno al cual agruparse para hablar de poesía, una especie de padre de los poetas que, por la circunstrancia de estar delicado yj tener que hacer muchas horas de reposo, recibía con agrqdo a cualquier aficionado madrileño, barcelonés, provinciano o hispanoamericano que llamara a su puerta en busca de orientación y portador de originales. Yo también lo visité”
Lógico sería recoger aquí textos suyos que la definen bien, ya asea en su labor investigadora como el estudio sobre Macanaz, o cualquiera de sus títulos –incluidos en el libro-, versátiles, abiertos, rezumando proximidad humana hacia la realidad y las cosas, si bien para mí destacaría algo que considero le distinguió como analista literaria, como dotada de una percepción seria y fundada: es su obra crítica, su aproximación a la obra de otros escritores. En tal sentido sí podemos citar un fragmento a Juan Benet, al que tenía en mucha estima como narrador: “Cuando vivimos, las cosas nos pasan; pero cuando contamos, las hacemos pasar; y es precisamente en ese llevar las riendas el propio sujeto donde radica la esencia de toda narración, su atractivo y también su naturaleza heterogénea de los acontecimientos o emociones a que alude” Y resulta curiosa e intencionada, valga a más, el previo o presentación del trabajo acerca de tal autor: ‘Para Juan Benet, cuando no era famoso’. Un libro reflejo de una época, de un bien hacer.