«Descríbeme una piedra», de Pilar Antón
NO ES LA PIEDRA LA QUE DUELE
Por Luis Ramos De la Torre.
Cada vez son más y más interesantes los libros de poemas centrados en la materia y el paisaje que se vienen publicando, y es esta una opción poética que afortunadamente centra el transcurrir de nuestra vida, nos mejora con su cercanía e importancia, consolida una manera de ser determinada y nos recuerda, a su vez, aquel viejo dicho de Kant de que “el artista –en este caso la poeta– bebe en las fuentes mismas de la naturaleza”; de ahí que los poemas que encontramos en Descríbeme una piedra, el último libro de la zamorana Pilar Antón editado por Eolas, estén integrados por una poesía telúrica enraizada en los paisajes, el río, las piedras y el aire tan queridos y cercanos de nuestra tierra.
Dicen que estos lares y sus gentes suelen mostrarse demasiado pétreos, siempre recios y de marcada dureza, y que todo ello conforma una de sus principales características. Por ello, conviene recordar aquí las palabras del filósofo y poeta francés Gaston Bachelard sobre la piedra, quien en su libro La Tierra y los ensueños de la voluntad recuerda que “las rocas –en nuestro caso la piedra– nos enseñan el lenguaje de la dureza”. En esta tesitura se instalan los versos de este libro sólido, perfectamente consolidado en el encuentro, o más bien diríamos en el choque, entre el concepto cuerpo que va estructurando el libro desde el principio, el tránsito de la vida en su caminar necesario y la presencia de la piedra como representación de todo lo que nos va conformando al lado de la dureza: los deseos, la herida, el dolor, las presencias y las ausencias de todo lo inevitable que circunda la constante pesantez de la vida, aunque al final va a aparecer un horizonte revelador y renovador y cierto alivio que mantiene en vilo la posible mejora dentro de la incertidumbre. Así es lo humano.
Ya antes del primer poema, a modo de epígrafes que definen el camino y más bien aclaratorios sobre su propia incertidumbre, Pilar Antón anota y selecciona cuatro conceptos pétreos con alto protagonismo en este libro: la piedra como concepto inicial básico: “Sólo el sueño puede dar candidez / a los restos sólidos de la palabra”; el concepto de piedra fundamental o más bien piedra angular –añadiríamos nosotros–, símbolo del acabamiento de una empresa afirmativa, que le servirá como título del segundo poema: “El poeta no tiene la certeza de casi nada, / sospecha que la luz tiene límites y sed, / que las impurezas flotan en el agua”. En tercer lugar la idea de “menos da una piedra” y su significado: “urge la necesidad de saber / si también esta losa / sostiene todas las deudas, / la incertidumbre”; y finalmente, la expresión siempre utilizada en nuestra lengua para quien instiga de forma cobarde, “tirar alguien la piedra y esconder la mano”: “Es la debilidad humana / la que hace que juzguemos a la presa”. Estos cuatro pilares conceptuales anticipan la dureza que irá apareciendo en muchos de los versos de este libro de ajustes y confrontación del propio cuerpo con el tiempo y, sobre todo, con la pesantez y dureza del pasado: “Pero el hecho narrativo también es eso, / cantos rodados que ruedan, / hipótesis fallidas”.
En esta necesaria fluencia y tránsito del cuerpo frente a las diferentes estancias de la dureza, del dolor y de la herida, nuestra autora, ya desde el primer poema titulado con toda intención “Geología”, escribe: “Todo un cuerpo para abarcar la intención. / Todo un tránsito en equilibrio”, versos que en forma cíclica y directa van en busca de ese “horizonte sin interrupciones” que “alarga la línea de la vida”, tal y como se puede leer en el último poema del libro titulado a modo de porvenir esperanzador y contra la dureza del propio vivir: “Tierra a la vista”.
Es este un claro síntoma de ida y vuelta desde la tierra del camino inicial hasta la piedra, y desde esa dureza de la piedra de nuevo a la tierra esperanzadora, al estilo de una especie de “piedra de Sísifo” llevadera que va a generar cierta fatalidad en su ir y venir. Así, en ese darse y diluirse de la vida, del tiempo y del cuerpo frente a la continua pesantez, escribe: “Las fechas te traen, / y te llevan / te llevan / y te traen / y en ese devenir / te recogen entera / o simiente sin germen”. Es conveniente considerar a su vez la definición dinámica de piedra que hace Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos: “constituye la primera solidificación del ritmo creador, la escultura del movimiento esencial. La piedra es la música petrificada de la creación”. Así, podemos observar como en ella aparece un tránsito creativo, un movimiento de ida y vuelta muy interesante que complementa sus versos; pues la dureza de lo pétreo, a la vez que puede generar dolor, genera una disposición de valentía y acción directa para afrontar vivamente los problemas del ser humano, –en este caso nuestra poeta– frente al mundo y a las diversas heridas que produce el vivir, la carencia o la persistencia del pasado, así escribe: “Los judíos colocan una piedra / sobre las tumbas de los muertos, / en sus cementerios / no hay flores marchitas a merced del viento”.
Se trataría, pues, de la vigencia de un elemento material que puede construir y destruir a la vez, y viene a recordar de nuevo aquello que Cirlot escribiese sobre la piedra filosofal, por su capacidad para “representar –de alguna manera– la unidad de los contrarios, la integración del yo consciente con su parte inconsciente”, esto es, la piedra como símbolo de la totalidad”. En este sentido es notable el acierto de Pilar Antón al elegir este concepto telúrico para marcar la confrontación del ser humano consigo mismo entre ese vivir que nos construye destruyéndonos: “Mientras te alejabas pensé: / –no confundas la dureza de la piedra / con el vestigio del dolor, / todas las aristas pueden cortar carne / y no por eso deja de ser firme–”.
Existe otra imagen o referencia simbólica a la que Pilar Antón no acude de forma directa como línea en la que enmarcar sus poemas, pero que inconscientemente aparece entre sus versos, me estoy refiriendo a la idea de la “piedra en el estanque”, pues al mencionar en poemas como “Inevitablemente humana” la presencia e importancia del río, de lo líquido o del rocío en sus versos como algo connatural al ser humano, escribe: “No es mar el río / y, aun así, si guiño el ojo / pierdo el límite del agua. // Saltan olas / emulando un ritmo / que no le pertenece. // De niña, todos los charcos / simulaban océanos. // Es la contemplación / la que te alarga el mundo”. Parte sólida que se va tornando en fluencia y vendrá representada de alguna manera por el cuerpo, así el propio cuerpo será el estanque donde la piedra va a caer haciendo que sus ondas se produzcan desde la interiorización de ese concepto que a la postre vendrá a exteriorizarse en forma de versos y poemas, por eso categoriza: “No es la piedra lo que duele / es […] / el cuerpo que recoge el golpe/ […] //No es el elemento sólido / es el líquido / que vulnera los límites / y amplia las orillas de la duda”.
Por ello, el concepto de dureza va a parecer de forma más o menos explícita en muchos de los poemas a lo largo de este Descríbeme una piedra, de igual modo que la transitoriedad necesaria del camino y del cuerpo. No es de extrañar, por tanto, que este caminar necesite traducir la dureza continua de la orografía y la cartografía de la incertidumbre y del dolor. “Los recuerdos son como esos restos / que no se sabe bien dónde depositar”, escribe en el poema “Cosas del pasado”, pues vivir es ir recogiendo las piedras que nos van dejando o arrojando las circunstancias de cada cual, para guardarlas después, y muchas veces sin querer, en los bolsillos del alma, y así intentar transformarlo todo después en versos, en belleza que será ofrecida a los demás, tal y como vemos en el poema “Argumentos para caminar”: “Cuando caminas traduces. // Traduces la luz / la noche / la humildad / la humanidad / la fragilidad del sendero /[…] // En cada paso se abraza la palabra / la incertidumbre que le escuece / el engaño y la mentira / […] ¿Cómo interpretar la belleza?”.
En este proceso vital, en esta transitoriedad del cuerpo revisada aquí en forma de textos cortos y sustantivos, aparecen figuras claves en la poética y en la vida de Pilar Antón: el hijo a quien dedica este libro, la madre, el padre, los hermanos y aquel marido que sucedió en un tiempo; y lo harán en una serie de poemas próximos en el libro y atados todos ellos con los lazos de la sangre, el amor y el dolor; me estoy refiriendo a poemas sólidos como la piedra de referencia continua en este Descríbeme una piedra y tales como: “Textura”: “Los nombres que no pronuncias / son los que más duelen”; “Añoranza”: “Es noble el amor, la piedad, el fuego purificador / del recuerdo. […]”; “Cosas del pasado”: “Aún no me habías abrazado. / Por la fecha de la fotografía, / estabas embarazada/ de dos meses”; “Legado”: “La sangre// El olor de la sangre paraliza. / Es una llamada que el cuerpo reconoce/ aún, incluso, cuando tan sólo/ queda el pensamiento”; “Frente al espejo”: “Con infinita paciencia, / mi padre soñaba una casa/ guardiana de luz”; “Las madres saben de la sed”: “Se le daba bien contar cuentos // Creo que mis hermanos le escucharon otros cuentos”; “Bodegón”: “El padre/ El mar”; “Patrimonio”, donde el amor y el dolor se entrecruzan avivándose: “Hace tiempo tuve un marido / como quien tiene una granja en África; / […] // Tuve un padre media madre / varios gatos y rosales con pulgones. Infelicidades, felicidades, incertidumbres con pequeñas certezas / y, como bienes de diversa naturaleza, / sirvieron para construir / el patrimonio pétreo de mi casa.”; o el estupendo poema de amor filial “Sinapsis” donde leemos: “Siento tanto amor por mi hijo/ que me tengo que alejar / tres arboledas y un puente / para observar su mundo”.
Patrimonio pétreo que genera una belleza caminera en este libro que abre la esencia de sus poros a través de unos poemas que se ofrecen desde el principio a un lector a quien se le invita a caminar y a describir la esencia y la belleza natural de la piedra como materia clave para la poeta; porque el camino es de ida y vuelta, y el río viene de nuevo a darle vitalidad al camino, al tiempo y a la propia vida; así leemos: “Avanza el caminante / paso corto, paso largo, / según quiera alejarse de la Vida / o volver / pronto a casa”.
Animaros a caminar dentro de este nuevo libro tan propio y tan abierto, de la mano de Pilar Antón: “La piedra también se rompe”. Veréis como en él, y a pesar de todo, los senderos y los atajos de la palabra se vuelven vida y belleza: “Las palabras como hijos, amigos o hermanos, / no deberían doler / más de lo necesario, // […] // Minerales abocados a la erosión”.