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«Bonnard, el pintor y su musa», de Martin Provost

JOSÉ LUIS MUÑOZ

En la dilatada filmografía de Martin Provost (Brest, 1957) ya existía un biopic notable sobre la pintora Séraphine de Senlis, Séraphine, criada analfabeta que resultó ser una pintora extraordinaria a su pesar gracias a ser descubierta por un mecenas entendido en el arte pictórico. La genialidad es innata, venía a proclamar esa película. Quince años después el director de Dos mujeres y Violette se pone de nuevo detrás de la cámara para contarnos la vida del pintor impresionista francés Pierre Bonnard (Vincent Macaigne) y la de su musa Marthe de Méligny (una exquisita, sensual y elegante Cécile de France) con la que acaba casándose tras muchos años de ser su modelo.

El filme de Martin Provost, de factura exquisita y fotografía pictórica (a destacar las imágenes de Guillaume Schiffman que se recrean en los interiores de las casas), se centra en esa especial relación amorosa entre un pintor, que se permite el lujo de ser bohemio, porque detrás tiene mecenas que lo sustentan, la relación con la excéntrica e histriónica pianista rusa Misia Sert (Anouk Grinberg), modelo y amante de numerosos pintores impresionistas a los que convocaba en su salón artístico parisino, que tomó el apellido de su último marido, el pintor catalán Josep María Sert (Marcel González), y esa compleja mujer de carácter fuerte que fue Marthe de Méligny, muy enamorada de su genio pero al mismo tiempo frustrada al saberse relegada a un segundo plano por la pasión creadora de su cónyuge al que intenta comprender cuando ella también empieza a pintar y a exponer.

La película empieza con los ardores carnales entre el pintor y su modelo (título, por cierto, de otra película pictórica de Fernando Trueba), gira hacia el drama cuando irrumpe en escena la joven norteamericana Renée Monchaty (Stacy Martin), una modelo con quien la pareja intenta iniciar un breve triángulo amoroso que fracasa por el encaprichamiento del artista con la joven y la  fuga de ambos a Roma, y termina con el ocaso de sus días con Bonnard convertido en un marido achacoso pero todavía capaz de empuñar el pincel que cuida con cariño de su mujer desmemoriada en su casa de campo.

En el último tramo del film, esa pareja extraña que se junta y separa a lo largo de cincuenta años de convivencia casi ininterrumpida, vive un poco ajena a todo lo que sucede a su alrededor, incluida la Gran Guerra, se aísla en la majestuosa y bucólica casa de campo a orillas del Sena y supera frecuentes crisis matrimoniales por los celos justificados de ella y el deseo frustrado de ser madre, Martin Provost pone su broche emotivo a una historia de amores y desamores que abarca prácticamente la total existencia de sus dos protagonistas con ese bello plano del Sena a contraluz a su paso por Le Cannet, el lugar en el mundo de la pareja.

El cine francés tiene una especial querencia por plasmar las relaciones, frecuentemente sexuales y sentimentales, que se establecen entre los artistas y sus modelos que posan desnudas. El paradigma máximo de este tipo de subgénero cinematográfico sería La Belle Noiseuse, la obsesiva película de cuatro horas de Jacques Rivette que era una adaptación muy libre de La obra maestra desconocida de Honoré de Balzac, en donde la modelo encarnada por Emmanuelle Béart quedaba relegada a bello objeto de deseo pictórico.

Destaca la exquisitez y la elegancia de la puesta en escena de Bonard, el pintor y la musa, y las muy notables interpretaciones de ese dúo formidable compuesto por Cécile de France y Vincent Macaigne. ¿Es el film un biopic sobre Bonnard o lo es sobre Marthe de Meligny que se convierte en pintora cuando lo abandona su marido por Renée Monchaty?  Martín Provost refleja con acierto el ambiente de esos círculos de pintores impresionistas —hace aparecer a Claude Monet (André Marcon) que persigue nenúfares y se olvida de comer— y el día a día del artista obsesionado con su obra que es capaz de sacrificarlo todo por una última pincelada.

En uno de los momentos mágicos del film, Bonnard reflexiona sobre la potencia del arte capaz de crear vida cuando contempla un cuadro de Caravaggio en Roma en donde la figura materialmente parece salir del lienzo. Cine y pintura son dos artes que maridan a la perfección porque ambos beben de la imagen y utilizan recursos similares como el color, las luces y las sombras, e incluso se habla de pintores narrativos como Edward Hopper detrás de cuyos cuadros siempre hay una historia. El film de Martin Provost, como La Belle Noiseuse de Jacques Rivette o Mr.Turner de Mike Leigh son ejemplos de ello.

José Luis Muñoz

Escritor, articulista y crítico, ha publicado más de 60 libros de todos los géneros literarios y ha obtenido, entre otros, los premios Tigre Juan, Azorín, La Sonrisa Vertical, Camilo José Cela, Francisco García Pavón, Café Gijón y La Sonrisa Vertical. Entre sus libros destacan "Barcelona negra", "El mal absoluto", "Mala hierba", "La frontera sur", "Lluvia de níquel", "Yakutat", "El centro del mundo" y "La pérdida del paraíso" que ha inspirado la serie "Los 39" que se pasará por TVE.

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