«Piedra que mengua», de Marina Tapia
Por Gregorio Dávila de Tena.
MADRE PIEDRA, DÁNOS TU REFUGIO
La creación poética va madurando a través del diálogo fecundo con la tradición literaria a la que pertenecemos. Y el poeta va menguando en favor del poema. Como dijo Gil de Biedma: «Yo creía que quería ser poeta, / pero en el fondo quería ser poema». Este nuevo libro de Marina Tapia es una hermosa muestra de ello.
Piedra que mengua ha recibido el Premio del XL Certamen poético «Ángel Martínez Baigorri» de 2023 y ha sido bellamente editado por el Ayuntamiento de Lodosa (Navarra).
Se trata de un libro unitario en su desarrollo y variado en sus tonalidades, con fundamento en un arquetipo o metáfora esencial como es la piedra, y sobre ella va mostrando un rico tapiz de emociones, imágenes y recursos poéticos. Podemos encontrar desde un soneto (poema 18) hasta un poema visual (11) pasando por otras variadas formas líricas como una paráfrasis del Padrenuestro (22) pero dedicado a la Madre Piedra.
El poemario no tiene secciones y los poemas transitan una senda continua que se recorre con placidez. Me ha llamado la atención el número de poemas: treinta y nueve, que son los mismos que la versión A del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, al que cita en uno de sus versos. También es original la forma de titular los poemas con un verso cualquiera del poema resaltado en negrilla.
El prólogo de Pura Fernández Segura resalta, entre otras cosas, esa vocación de entrar en lo otro y esa búsqueda interior de lo sagrado. Y en la dedicatoria que hace en mi ejemplar habla de «la hermandad de las búsquedas interiores».
Cuando nos adentramos en el libro encontramos versos como estos: «Me bautizaste Piedra…/… y en el cobre / de mi veta extenuada pusiste / esa humedad del amor». La piedra y el agua, el agua que brota de la piedra es un símbolo recurrente en la tradición poética. La autora se hace piedra menuda, piedra pequeña, que acoge «las corrientes y verdades subterráneas», pozo que recoge la lluvia en el desierto.
Marina es natural de Valparaíso (Chile), tierra de grandes poetas como Neruda, Mistral, Teillier o Rojas y su poesía tiene ese sabor primigenio de la patria natal. Así en el poema 12 nos habla de sus raíces: «No hay belleza más alta que los Andes…». Parece pequeña pero es grande como una cordillera, maternal como el viento, suave como un recuerdo de la infancia, enamorada y alta.
Pero Marina vive actualmente (felizmente) en Granada, también tierra de buenos poetas y en sus poemas se transparenta el aroma de esas nuevas influencias. Al final una es ciudadana del mundo y conecta con la humanidad de los seres cercanos. Una no se desterró de ningún lado sino que «Emigré hacia mí misma» dice un verso suyo, «a esa unidad más íntima y compacta». Hay un continuo regreso a ese centro interior donde se encuentra el sosiego.
El poemario discurre en un tono sereno y delicado, con palabras que acarician y enternecen. Pero también con dentelladas de fuerza que contrastan felizmente en su amena lectura. Se percibe frescura y sensualidad («mis pechos de paloma», «dulzura es lo que hallo en la sustancia / que tú me concediste») junto con el aullido de una voz de fuego, el rugido de un león asirio o el magma de los volcanes.
A través de los poemas se va desarrollando un diálogo con un tú poético que a veces parece un ser trascendente, un espacio sagrado, y a veces se muestra como otra zona del yo poético, en «¡un doblez luminoso!». Un «tú» que forma parte de un «mí». Yo soy el otro. «Nosotros» se forma con «nos» (yo) y «otros». Al final «Solo hay un poeta», dice Rilke, y solo uno es el Poema.
El tema de la identidad se diluye en la Poesía y el ego mengua hasta desaparecer. De modo que es frecuente, al pasar el tiempo, no reconocer lo que uno ha escrito, leer hasta con extrañeza y asombro los versos propios. Creo que es una experiencia común en muchos escritores. Porque como dice Gil de Biedma de nuevo: «Un poema es una criatura de un orden de realidad muy distinta a la de uno mismo», Y sin embargo, en franca oposición o contradicción, dice Francisco Brines: «Todo en el poema está haciendo referencia única al que lo ha escrito». Y creo que ambas declaraciones son ciertas. Esta es una de las grandezas de la poesía.
La cuestión de la identidad también se refleja en el poema 8 donde «ocurre el milagro de ser / otra cosa —y yo misma—». Algo que sucede sin esperarlo cuando nos visita la belleza y estamos a solas con el misterio de ser. Este yo con el que nos identificamos y que a la vez queremos dejar en la cuneta: «líbranos de nosotros».
El arquetipo de la Madre aparece con frecuencia en el libro como en el poema 28: «Piedra matriz… / y no puedo decir otra palabra / que el nombre maternal que me atempera». Los poemas son cantos de gozo y esperanza, salmos a la raíz madre, a veces con pinceladas de noche, cansancio y angustia, con «la caricia del canto que la mar ha pulido».
Al final la autora vuelve (siempre el eterno retorno), tras un proceso de transformación, para decirnos «cuánto amor ha visto en la pizarra que se quiebra», cómo el desgaste la hace perla, vuelve con un semblante más auténtico, más sereno, hija de la tierra, porque «has mezclado mi voz con arcilla…/ has hecho de la roca mi refugio».
En sus poemas Marina se hace acompañar de poetas de hondo calado, de profundidad espiritual como el ya citado San Juan de la Cruz, Clara Janés, César Vallejo, Chantal Maillard, Antonio Machado y otros, en esta llamada a «sentir y despertar / con esta escucha nueva que nos ciñe”. Un poemario que sería muy del agrado de Ángel Martínez Baigorri, poeta y jesuita a quien está dedicado este Premio, quien entendía la experiencia poética como un ver en todas las cosas la presencia de lo divino.
Piedra que mengua es un hermoso poemario que abre el espacio a lo más sagrado en nuestro interior, un camino de búsqueda por las collados del corazón, un bautizo en el agua de la esperanza, un cervatillo que araña los velos de la noche.
Piedra que mengua
Marina Tapia
Ayuntamiento de Lodosa, 2024