Años nuevos, sentimientos mutuos
Por Diego R. Segura.
Hay algo bello en la perpetuidad de las tradiciones; en la forma en la que nos esperan y nos ven llegar. La noche del 31 de diciembre es la misma de todos los años; la que te habla de propósitos, de supersticiones y de rendir cuentas con uno mismo. Mientras te ve llegar con tus mejores —o peores— galas, tú ya mascullas desde noviembre la negociación con ella para encarar los años nuevos.
Y en este difícil balance, cuesta llegar a la conclusión de que esta báscula siempre va a estar descompensada. De nosotros depende un escueto cincuenta por ciento, del resto se encarga la gente, egoísta, amable, amada. “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió Ortega y Gasset. ¿Qué pensarían Ana y Óscar —protagonistas de la serie— de su circunstancia? ¿A qué razón atenerse cuando el equilibrio dura lo que duran doce campanadas?
‘Los años nuevos’ es una serie creada por Sara Cano, Paula Fabra y Rodrigo Sorogoyen que narra la vida de Ana y Óscar durante diez Nocheviejas. Una década que va desde el descubrimiento a la redención, pasando por síes, noes, vino, rosas, cal y arena. Todo esto aderezado con la realidad social de España en la última década y perfectamente mezclado con el vértigo de la treintena. Diez capítulos, la noche más larga del año, que marcan el desacompasado ritmo vital de dos personas normales, como tú o como yo, que se conocen y se radiografían.
De esta serie se podría destacar su guion, su selección musical, su enfoque o sus actuaciones, pero todo esto se puede resumir en una sola palabra: empatía. ‘Los años nuevos’ en el fondo son viejos —según la perspectiva— y no hay nada más reconfortante, por deprimente que sea, que verte reflejado en lo que ves. Esta serie es capaz de captar la contra-esencia de la naturaleza del cine. Si cuando el tren llegó a la estación, el cohete alunizó en el ojo de la luna o Buster Keaton se colgó del rascacielos la reacción era de asombro ante lo inverosímil, ‘Los años nuevos’ se acerca más al “espejo pintado” al que el director italiano Ettore Scola hacía alusión para referirse al cine.
En lo cotidiano de la desconfianza, los anhelos, los buenos días y las buenas noches, ‘Los años nuevos’ establece la ficción en la verdad y saca brillo a cada arista que define el día a día.
Esta serie es el perfecto ejemplo de que la circunstancia todo lo puede. Un puente que une al espectador con los creadores, al guion con las reflexiones, a cada detalle contextual con un recuerdo que encaja perfectamente con lo que viven los personajes en cada última noche del año. Lo nuevo es viejo a los ojos de la empatía.
Ana y Óscar son el espejo pintado de pensamientos que siempre nos han sobrevolado y que incluso hemos llegado a plasmar. Los miedos y las alegrías se destilan en cada episodio y cada sentimiento vulgar, puro o cotidiano se multiplica en una producción que cuenta lo de siempre como nunca. Qué magia tendrá la pantalla, que cuando muestra cosas que sentimos pero no creemos creer, nos cautiva y atrapa entre la intro y los créditos.
Nos gusta dotar siempre de cierta irracionalidad a lo que nos pasa, pero la vida no consiste en eso. La vida es el tiempo que pasa entre lo que vivimos y lo que tardamos en darle sentido. Diez años pueden parecer suficientes para buscarle el sentido a las cosas pero, como al principio, todos los años se vuelve a la casilla de salida.