‘El mejor del mundo’, de Juan Tallón
Gerardo Gonzalo.
El mejor del mundo es la última novela de Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975), publicada este año 2024 por Anagrama, que nos cuenta la historia de Antonio, un empresario dedicado a la fabricación de ataúdes. Es la segunda novela que leo de Juan Tallón, después de la magnífica Obra Maestra de 2022, que nos contaba la increíble historia de la desaparición de una escultura de 38 toneladas del escultor Richard Serra. El libro me encantó, con esa mezcla de novela, relato detectivesco y crónica periodística, que conformaba una trama emocionante, ágil, vigorosa y apasionante en su conjunto.
En el caso de El mejor del mundo, la historia es aún más desconcertante. Se inicia con el retrato de un ambicioso empresario, su entorno y su relación con el dueño de una empresa, su padre, en lo que parece que va a ser el retrato de un tipo complejo, violento, no exento de vicios, aunque también con algunas virtudes. El día a día de un empresario con pocos escrúpulos y la relación con un padre antagónico, en una lucha por el poder de la empresa, en lo que podría parecer un retrato de ambiciones, con derivadas hacia el drama familiar clásico. “Pero no existe defensa posible contra las cosas que no pueden ser, o que fueron y dejan de serlo”
Sin embargo, y en un giro absolutamente inesperado, el protagonista, sin dejar de ser él, se convierte en otro, en una persona aparentemente más respetable, con una vida familiar más asentada, pero sobre el que acertamos a atisbar un trasfondo tenebroso. Lo que eran certezas en el antiguo Antonio, son misterios en el nuevo y toda la historia se transforma, tras el paso de un rubicón situado en un garaje en México D.F. A partir de ahí, las circunstancias que le han rodeado y condicionado toda la vida (como el mero hecho de apellidarse Hitler que desaparece en su connotación de negatividad) pasan a cambiar radicalmente. Un tránsito que el autor refleja de forma magistral y que empezamos a atisbar en una escena de sexo, tras un viaje desde la alucinatoria noche mexicana. Un giro rupturista e imaginativo, donde se entremezclan cambios coyunturales, con transformaciones profundas de la realidad. “Para Amancio era mejor arrepentirse de una ironía que privarse de un chispazo”
Los personajes cambian en cada una de las partes de esta especie de puzle argumental. Amancio, el padre, es uno y otro totalmente diferentes, también están las mujeres, Lidia la que le va a dejar, Patricia la que le quiere, la existencia o no de una hija, íntimos que pasan a ser desconocidos y desconocidos que pasan a ser íntimos. La nueva realidad es parcial, hay personas reconocibles, otras no, algunas ubicaciones cambian, y es en estos claroscuros de conocimiento, donde el protagonista debe aprender a moverse, con la complejidad mental de haber vivido en dos dimensiones diferentes de la realidad, pero sin saber cual es la verdadera.
“Es desolador enfrentarse a la idea de que ahora es una persona despreciable, llena de ángulos oscuros, episodios truculentos, cuya vida, pensada en frío, está abocada a acabar mal. Mientras se proyecta hacia fuera como un ciudadano inspirador, por dentro es un criminal”
Sin embargo, esta novela desconcertante y misteriosa por su estructura y su radical giro de realidades fragmentadas y saltos temporales, me provoca la sensación de obra algo inacabada, un artefacto muy interesante, pero sobre el que tengo la impresión de que le falta alguna pieza para estar bien ensamblado del todo.
Asume el riesgo de cortar radicalmente el tono, la historia y los personajes, pasando de un retrato hiperrealista de crudeza personal y empresarial, al desconcierto y a una amenaza de fondo, que no llegamos a palpar con nitidez. Muy interesante, sin duda, pero que deja puertas abiertas y elementos inconclusos una vez terminada su lectura y que en mi opinión creo que demandan un mayor desarrollo.
De todas formas, más allá de estas consideraciones, es una obra notable, interesante, estimulante y con el talento y la capacidad suficiente, para descolocar al lector y llevarle por senderos nada evidentes, lo cual, en unos tiempos como los actuales, en los que la capacidad de sorpresa no hace más que menguar, es de agradecer.