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En busca de un milagro llamado «esperanza»

David Lorenzo Cardiel.

Era la enésima carta que recibió de su hermana. Una invitación que se repitió durante varios meses desde que conoció el diagnóstico. Antes había abandonado a su prometida: no quería convertir su amor en una atadura a la decrepitud de su cuerpo. Pero las circunstancias y el consejo médico le obligaron a tomar partido. Pocos días después, aquel escritor se dirigió al pueblo donde vivía su hermana. A nuestro protagonista todavía le esperaban más peripecias del destino por vivir. Mientras su ocaso se avecinaba, la literatura se convirtió en su único flotador en aquel siniestro oleaje del destino.

Fruto del contexto personal e histórico que le tocó vivir –la complicada relación con su padre, su enfermedad, su carácter–, la obra de Franz Kafka sigue rutilando en el acervo cultural literario. «Brillar», en contra de la creencia más extendida, implica casi siempre languidecer. Quien destaca desde la honestidad lo hace entre dudas y enfrentando adversidades de algún grado y clase. Nunca hay atajos para la excelencia, salvo cuando es impostada.

El gran legado del autor de novelas memorables como El proceso (1925) y El castillo (1926) no se apoya sobre sus novelas, todas ellas de publicación póstuma, sino en su prolífico conjunto de relatos. La brevedad de las composiciones menores parecía amoldarse al ánimo del autor checo. Y, de hecho, el mejor Kafka, el memorable y el que le ha permitido encumbrarse en el selecto club de los grandes maestros de la literatura universal es el que se encuentra en sus pequeñas historias.

La editorial barcelonesa Acantilado acaba de publicar Un médico rural, una selección de catorce piezas del escritor praguense que el sello español ha publicado con el habitual esmero con el que mima cada una de sus propuestas literarias. En efecto, el libro, que toma el título de uno de los relatos del autor, ofrece a los lectores algunas de las piezas más inquietantes, mordaces, divertidas, imaginativas y curiosas de Kafka. Por ejemplo, el brevísimo El nuevo abogado, una pequeña lección acerca de cómo escribir narrativa con su toque sumamente divertido y, por eso mismo, aunque parezca una contradicción en un primer vistazo, serio. Más breve aún es El pueblo más cercano, que se limita a un puñado de líneas. Tanto, que el narrador recuerda las palabras de su abuelo a modo de soliloquio del autor. Más extenso es el mono que protagoniza Un informe para una Academia en un nuevo soliloquio donde la imaginación, la crudeza y la esperanza se entremezclan con soltura.

Aprovecho la ocasión para introducir una adenda sobre este último relato. Un informe para una Academia no sólo sigue siendo leído con placer o disgusto –eso ya depende de cada cual–, sino que es representado en las tablas con suma inteligencia. Es el caso de la exitosa obra de teatro Informe para una Academia que el reconocido director teatral Javier Arnas estuvo representando hasta hace un par de años. La adaptación del texto de Kafka por parte del dramaturgo ganó con pulso los aplausos y el magnífico crédito que merece la obra: la compleja caracterización desde el punto de vista del esfuerzo físico y un resultado profundo a la vez que divertido están a la altura del homenaje que encierra al maestro de Praga.

Regresando a Un médico rural, este libro ofrece una combinación dulce para los tiempos que corren. Los relatos seleccionados por Luis Fernando Moreno, quien también el traductor de las piezas, ofrecen brevedad en tiempos acelerados sin renunciar a una constante invitación a la reflexión. También al placer de la lectura desde la excelencia de una edición impresa en un formato que por su tamaño se amolda bien a las manos y su peso y dimensiones permite llevarlo en cualquier bolsillo. No se pierdan este reencuentro con uno de los grandes autores de nuestro tiempo. Les encantará.

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