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«El mar detrás»: vitalista novela sobre niños refugiados

Por Horacio Otheguy Riveira

Para lectores a partir de 14 años un tema generalmente oculto al entendimiento de los menores, pues extendido está el tema de no alarmarles con una serie de conflictos que no les atañen directamente, que ya tienen con su vida natural, que tampoco es fácil… Sin embargo, el conocimiento de las dificultades de niños con menos recursos forma parte de la formación estructural desde la preadolescencia.

Un novelista con mucha experiencia también en la literatura para adultos, ha entendido que se pueden narrar las situaciones límite de otros niños en historias que les convierten en cercanos, pues ante la desesperación aportan su espontánea vitalidad para hallar soluciones. No es nada fácil, pero también naturalmente buscan la ayuda imprescindible de otros seres similares para que el río de la vida circule con energía frente a la barbarie generada por adultos con intereses muy destructivos.

El mar detrás, de Ginés Sánchez, es una novela de aventuras en un marco que incluso los chavales más distanciados del tema seguro han visto en ráfagas televisivas. Electrizantes aventuras de niñas y niños como sus lectores, pero en un mundo de conflictos provocados por guerras ajenas a su vida cotidiana. Se las ingenian para oponer imaginación y gran espíritu solidario al dolor y la miseria que les rodea.

Resumen del libro: Isata es una niña huérfana que vive en un campo de refugiados junto a su gran amiga, casi hermana, la adolescente Dibra. A causa de su pasado traumático —del que apenas recuerda los focos de un coche, voces de soldado, angustia, pólvora, gritos y alguien señalando el mar—, Isata no es capaz de articular palabras, se ha quedado sin voz. No la necesita, sin embargo, para entenderse a la perfección con Dibra, porque su relación es tan especial que, sin hablar, son capaces de leerse el pensamiento la una a la otra. Entre barracones, metal y suciedad, en compañía de iguales como Nadia, su día a día transcurre de cola en cola: la primera es la del desayuno; después esperan para el baño, para el locutorio, para lavar la ropa, para la comida, para llenar las garrafas de agua…

También hay colas para el médico y para los  documentos, en un trajín de gente con ropas de colores y voluntarios. Hay miles de personas, miles de niños que hablan en lenguas diferentes, y cada niño llega con sus cicatrices, con su historia de huida, muerte y familiares desaparecidos por el camino. De entre todos, el más especial es Wole; va siempre con su camiseta amarilla, y coloca un tenderete, que es una manta vieja, debajo de los palos de la luz, para vender zapatos, juguetes, perfumes, cigarrillos, chocolate… Las chicas hacen un trato con él: a cambio de un trozo de trenza del pelo de Dibra, les conseguirá unas jaulas con luciérnagas o grillos.

Sin embargo, Wole desaparece y no volverán a verle, a pesar de lo pactado. Así es como ellas deciden emprender su búsqueda sin demora, y ni siquiera la existencia de la mafia que, en el campo de refugiados, amenaza y maltrata a los más vulnerables, las hará desistir de una aventura que será cada vez más arriesgada.

«Nos habíamos quedado medio dormidas debajo de las higueras. El sol de la tarde y el canto imparable de las chicharras invitaban a ello. Pero alguien, no fui yo, debió de abrir un ojo y notar el movimiento. Enseguida estábamos las tres despiertas.

Dibra, Nadia y yo.

Y el movimiento. Porque había niños que se movían entre los lentiscos y las azucenas de mar y en dirección a la playa, abajo. Pasó Samina y le preguntamos:

—Es Wole —dijo.

Nos miramos y luego nos fuimos.

Corrimos. Las dunas se elevaron y, cuando llegamos a lo más alto, el mar espejó en un azul intenso. De lejos vimos la inconfundible camiseta amarilla de Wole.

—¡Wole, Wole, espéranos!

Corrimos. A Woles la camiseta le quedaba muy grande y se abolsaba con el viento. En realidad, a todos nos iba grande la ropa. Wole ascendió, se detuvo en lo alto de una duna y lo vimos dejar algo en el suelo. Luego echó a correr hacia abajo. En la mano, desenredándose, llevaba el ovillo de sedal. Corrió y corrió y de pronto el viento enganchó aquello que había dejado y lo subió de golpe al cielo.

Tenía la forma de un avión y lo había pintado de muchos colores y le había dejado largas tiras de papel en la parte de atrás de las alas y la cola. Ahora las tiras aleteaban y chasqueaban como hojas de árbol agitadas por el viento. Nos sentamos. De lejos vimos a otros grupos de niños. Niños como nosotros. Con la ropa despareja y de colores que no casaban. Con los zapatos viejos o rotos.

Yo estaba al lado de Dibra. Ella tenía la mano sobre la frente, protegiéndole los ojos, y sonreía y se le marcaban las pecas de las mejillas y de la nariz. Yo también quería tener pecas…»

EL AUTOR DICE…

«Es una novela que denuncia la indiferencia y comodidad occidental respecto a los problemas de los refugiados. Ojalá sirva para ponernos en su piel.»

«La historia no es real, pero los protagonistas existen en cada campo de refugiados del mundo.»

«Los adolescentes de la novela, los niños (Isata es bastante niña todavía), han tenido que madurar a toda prisa porque han visto cosas espantosas y tienen terribles pérdidas, y su vida se ha parado. Ahí había otro reto. Porque tenían que ser adolescentes, sí. Pero tenían que ser adolescentes, de alguna manera, rotos.»

«El personaje de Dibra eclipsa a todos los demás, es la heroína incombustible, la rebelde y furiosa, pero también la humana llena de compasión. Es dura, pero le cuesta trabajo serlo.»

La Reina Letizia entrega el Premio Gran Angular 2022 al escritor Ginés Sánchez por El mar detrás.

 

 

 

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