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Películas (muy poco) navideñas

Por Carlos Ortega Pardo.

Las inminentes fiestas, con sus lucecitas, villancicos y orondos y risueños papás Noel, invitan —a priori— al reencuentro y los buenos deseos. Aunque, bien mirado, los numerosos compromisos y reuniones —forzadas en su mayoría—, los excesos etílicos y gastronómicos, así como la presencia, totémica y, por ende, ineludible, de uno o varios cuñados, literal o figuradamente, llenan de razones a quienes preferiríamos estar bronceándonos el cinismo al sol de alguna playa paradisíaca. Para todos ellos —nosotros— ahí va media docenita de películas, unas más conocidas que otras, con que sublimar el anhelo misántropo. Brillan por muchas y muy diversas razones, pero en ningún caso por su espíritu navideño.

‘Await Further Instructions’ (Johnny Kevorkian, 2018)

Una familia de las Midlands, white trash británica que seguramente votó a favor del Brexit, se ve confinada sin motivo aparente tras una accidentada Nochebuena. No me digan que no es puro Buñuel 2.0.

Pues no contentos con ello, y entendiendo que el horror sociológico está muy visto, los responsables de esta delicia malsana echan más leña al fuego —o guindas al pavo— hasta meternos de cabeza y sin contemplaciones en un glorioso desfase final de cables que se comportan como tentáculos y viceversa.

El resultado se parece bastante a lo que hubiera salido de encargar un Christmas Edition de ‘Black Mirror’ a H. P. Lovecraft y David Cronenberg: una joyita de serie B y retro en el mejor de los sentidos, o sea, analógica y muy loca.

‘Black Mirror: Blanca Navidad’ (Carl Tibbetts, 2014)

Por alusiones. Antes de su «netflixicación»—más episodios, más espectáculo, menos subtexto—, ‘Black Mirror’ nos dejaba el culo torcido por Navidad con un especial de 70 minutos, compendio y corolario de las virtudes —y algún defecto, poquísimos— de sus dos primeras temporadas, las más genuinamente Charlie Brooker. Transcurridos diez años desde su estreno, y habida cuenta de la evolución de nuestras hipertecnificadas —y, paradójicamente (o no), embrutecidas— sociedades, ‘Blanca Navidad’ se antoja hoy especialmente turbadora.

La IA ha progresado —es un decir— a pasos agigantados desde 2014 y la «cancelación» se ha vuelto el pan nuestro de cada día. ¿Cuánto falta pues para que podamos descargarnos una copia de nuestro cerebro en una cookie externa? ¿Y para que el bloqueo de contactos en RRSS sea implementable en el mundo real? En suma, un insalubre ejercicio de mala baba, un divertimento cruel a cargo de un equipo en estado de (maldita la) gracia al tiempo que un aviso a navegantes acerca del futuro —y del presente— tan poco halagüeño que se nos está quedando.

‘Cuidado con los extraños’ (Chris Peckover, 2016)

Resultado loquísimo de combinar dos films con muy poco —más bien nada— en común, tales que ‘Solo en casa’ (Chris Columbus, 1990) y ‘Funny Games’ (Michael Haneke, 1997), y una vitriólica vuelta de tuerca al subgénero «adolescentes en celo brutalizados».

Así, lo que empieza como la típica trama de acoso y derribo de ese santuario del American Way of Life en que se erige el hogar familiar no tarda en volverse traslación centennial de las barrabasadas de un Daniel el travieso en mitad de un brote psicótico.

La protagoniza un querubín llamado Levi Miller que sólo por su papel aquí ya se ha ganado unas cuantas decenas de años en las calderas de Pedro Botero. Cuánta maldad puede ocultarse tras un par de angelicales ojos azules y un jersey de Santa Claus.

 

‘El día de la bestia’ (Álex de la Iglesia, 1995)

Uno de los títulos señeros del cine español de los noventa, cuando durante un breve y feliz período soñamos con mirar de tú a tú a la omnipotente industria americana.

A un arranque desopilante le sigue una divertidísima trama donde los acontecimientos se suceden con cadencia indesmayable, salpimentados además con un ramillete de escenas —el inenarrable trío protagonista colgado (en cuantos sentidos se quieran) del icónico neón de Callao, o SS.MM. los Reyes Magos de Oriente cosidos a balazos frente al Corte Inglés— que son parte indeleble del imaginario cinematográfico colectivo.

‘El día de la bestia’ significó también la irrupción de un personaje ineludible —para bien y para mal— del audiovisual nuestro de cada día: el prolífico, y en ocasiones pareciera que ubicuo, Santiago Segura. Su heavy satánico «y de Carabanchel» se apropia de cada plano y de la película toda merced a un despliegue de carisma y naturalidad pocas veces visto. Definitivamente, nacía una estrella.

‘Plácido’ (Luis García Berlanga, 1961)

Maravilla indiscutible de nuestro cine, asistimos a una inaudita acumulación de genio patrio: Berlanga a los mandos, Azcona en el guion, y un reparto encabezado por el entrañable Cassen y el irrepetible López Vázquez.

Con ecos evidentes del neorrealismo italiano en su vertiente más chocarrera y un embriagador aroma surrealista, Berlanga y compañía dan rienda suelta a su sentido del humor, negro como el alquitrán, y su cinismo implacable para retratar una Nochebuena tan terrorífica como hilarante.

‘Plácido’ constituye una crítica feroz a la doble moral, la falsa mala conciencia y el culto de la apariencia tan arraigados en países de tradición católica como el nuestro. Se trata además de un ejemplo palmario de la admirable habilidad para sortear la censura desarrollada por los cineastas —y artistas en general— que optaron por permanecer en el devastado suelo español y ahorrarse el duro pan del exilio a cambio de una libertad creativa cercenada, pero, qué duda cabe, inmejorablemente aprovechada.

‘¿Quién mató a tía Roo?’ (Curtis Harrington, 1972)

Actualización del celebérrimo cuento de ‘Hansel y Gretel’ enriqueciéndolo con matices dickensianos y de terror psicológico para tenernos con el corazón en un puño durante su hora y media de metraje. En ‘¿Quién mató a tía Roo?’ se huele la naftalina, se tose el polvo y los ácaros, las mantas pican y la mirada muerta de las muñecas de porcelana le quitará el sueño al espectador más encallecido.
Título, escenografía —ese caserón a medio camino entre lo eduardiano y una mona de Pascua— y personajes —viuda desamparada, mayordomo túrbido, criada en el ajo, inspector incompetente y vendedor de humo espiritista— invitaban a esperar un cómodo whodunnit que, no obstante y casi desde la primera, escalofriante escena, sospechamos no va a ser tal.

A la calidad del film contribuye sobremanera la presencia de una actriz del calibre de Shelley Winters. El de madre trastornada —por el alcohol, por la pérdida, por la razón que se les ocurra— es un rol que le sienta como un traje a medida desde su participación en ‘Lolita’ (Stanley Kubrick, 1962). Duele verla aquí lidiar con un duelo infinito, con unos desalmados que se aprovechan de su dolor y con el comportamiento, disruptivo hasta lo homicida, de un par de niños a los que no les vendría mal un didáctico guantazo.

En fin, y como siempre, no alienta en estas líneas el menor ánimo exhaustivo. Al contrario, seguro que conocen ustedes otras cintas de similar jaez, si no de (aún) superior malevolencia. Pero sí resultan dignas de figurar entre la colección de películas en que refugiarnos a fin de compensar la sobredosis de guirlache, langostinos, felpa y fascismo de gin-tonic a que nos vamos a tener que exponer durante las semanas venideras. Buen provecho.

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