Arde Bogotá: hijos de la puta intensidad
Texto: Mariano Velasco/Fotos: Carmen Hinojosa
Encuentro un porrón de frases y versos en las letras de Arde Bogotácon las que poder titular esta crónica del magnífico concierto que los cuatro de Cartagena -la banda del momento, dicen por ahí, y dicen bien – dieron el viernes 13 de diciembre en un abarrotado WiZink Center de Madrid: que si “pura adrenalina y rock´n roll”, que si “ven a bailar cariño”,que si “fundaremos Cartagena en otro sistema solar”… Pero dada la exaltación y entusiasmo del evento no me queda otra de acordarme al escribir de la santa madre que los parió a los cuatro y titular esto así: “hijos de la puta intensidad”.
Intensidad desde el principio en emociones, con un repertorio que arrancó con la desesperación que conllevan los versos de Veneno (“porque ahora no me aguanta en el pecho esta guerra, se me envenena el alma con miel de culebra”) seguidos de la incertidumbre que transmiten los de Abajo (“que haya suerte en evitar la muerte y en bailar tan fuerte que al final revientes y al fin, al fin, llegar abajo”).
Un desafío emocional condimentado con la intensidad – esa va a ser definitivamente la palabra – del sonido de esta banda formada por Antonio (vocalista), Dani (guitarra), Pepe (bajo) y José Ángel (batería), que el primero de ellos define dirigiéndose a un abarrotado Wizink con su peculiar y contundente voz: “¿quién quiere rock´n roll?” Todo un repertorio rockero que sin embargo contó con un aperitivo más pausado antes de darse a la caña caña, sonando primero Quiero casarme contigo y la más funky y deliciosa Nuestros pecados.
Pero ya a partir de ahí aquello fue un no parar por esa otra intensidad que transmite su estética y puesta en escena tan “ardebogotariana” de gasolineras y carreteras interminables sin rumbo fijo, “tratando de encontrar el camino en la bruma” (Qué vida tan dura) o “acelerando el Nissan por la M-30 y al filo” como lo aceleran en El beso mientras una pareja de entre el público se come la boca en directo en las pantallas del WiZink, es decir, ahora que todos los miran. Preparado se supone el morreo, pero muy resultón y sobre todo muy intenso todo.
Tras el pegadizo y coreado estribillo de Sin vergüenza (“eres pura adrenalina y rock’n roll…”), Antonio volvió a tomar la palabra para anunciar que les hubiera gustado montar una fiesta romántica pero les salió su última canción, la contundente – iba a decir intensa, pero por cambiar – Flores de venganza (“maldita fiesta violenta a la que vengo invitado”).
Se trata Arde Bogotá de un grupo de formación clásica en el que a primera vista uno tiene la sensación de que los dos componentes que más lucen en escena son, como en casi todo grupo de rock, Antonio y Dani, voz y guitarra; pero a poquito que uno aguce los sentidos se da cuenta de que – en este Flores de venganza se percibe claramente – los otros dos componentes del grupo, Pepe y José Ángel (bajo y batería) marcan tanto o más el tempo y el camino a seguir y el sentido de la fiestuki.
Tras la explosión del Big band (“siempre has creído que no iba a estallar…”) y poniendo “a ciento ochenta” el Nissan en Clávame tus palabras – ¿alguien dijo intensidad? – llegamos al primer fundido a negro del escenario dando paso a uno de los grandes momentos de la noche, para el que Antonio vuelve a tomar la palabra y con voz sosegada, que no parece el mismo, reclamar que todas las voces se unan y se puedan escuchar en el WiZink Center. Y vaya que se escuchan, no solo en el WiZink, sino a buen seguro que también en ese lugar de esperanza llamado 571-/9A, es decir, en el Exoplaneta. Y debe de ser verdad eso que se dice en la canción, que “suelen regalar linternas de muy buena calidad”, porque el recinto se iluminó precioso, conformado un escenario ideal para arropar el grave tono de la voz de Antonio, aquí más rasgada y más bella que nunca.
El siguiente fundido a negro sirvió para que Dani cambiara su guitarra por una de doble mástil, dejando constancia de que a chulo no le gana nadie y como anunciando que se volvía a venir algo grande. Ya lo creo que se vino, nada menos que el que a mi juicio es -hermanos y hermanas, me voy a mojar – el mejor tema de la banda hasta la fecha: el apocalíptico La torre Picasso. El mejor, digo, por los alucinantes cambios de ritmo que tiene y, sobre todo, por la capacidad narrativa de una canción que supera – agárrense, en los tiktoqueros tiempos que corren – los siete minutos de duración. La trascribiría enterita, pero me quedo con sus esperanzadores – e intensos – versos finales: “si la felicidad se escapa, bailaré con el dolor”.
A partir de aquí, y como diciendo “si hemos podido con esto, ya podemos con todo”, el concierto fue sobre todo un repaso de lo que quedaba por cantar del magnífico disco que ha terminado por consagrar a este grupo, comenzando – otra vez metidos en carretera – por la canción que le da título, la excelente Cowboys de la A3, a la que seguirán Escorpio y sagitario, Copilotos y Flor de la Mancha.
Hubo tiempo todavía antes para un par de discursos más por medio de Antonio dirigidos al auditorio, confesando que “sobrecoge un poco enfrentarse a algo así” y emocionándose al confesar cómo los sueños e ilusiones de aquellos cuatro chavales de un polígono de Cartagena se han acabado convirtiendo en realidad. E introducir, con Dani volviendo a cambiar la guitarra esta vez por una acústica, la sorpresa de la colaboración en las siguientes interpretaciones de un grupo de cuerda, para atacar todos a una Virtud y castigo, la canción del woh, oh, oh…que, según dijo el tipo de la voz grave y profunda, “el público de Arde Bogotá convirtió en algo importante”.
Transcurrían ya cerca de la dos horas de concierto y todavía había quienes nos preguntábamos, entre tanto derroche de temazos, que cuál nos falta, cuál nos falta… Y sí, faltaba todavía una imprescindible, La salvación, que vino a poner el broche final al grandioso espectáculo vivido aquella noche en el WiZink Center. Grandioso e intenso.
¡Mentira! Aquello no había acabado aún ni mucho menos, porque derrochando aires de psicodelia antes de bajarse definitivamente el telón, alguien soltó a Los perros para poner después el broche final con Antiaéreo (paradójicamente, el tema con el que empezó todo), dando por terminado, ahora sí que sí, el soberbio espectáculo bailando todos – Antonio también entre el público – esa “canción de mierda” que es Cariño, como queriendo ahora rebajarle a esto, cuando ya nada tiene remedio, la jodida y puta intensidad.