Pensamiento

Mujeres derrotadas

 

LAS MUJERES DERROTADAS DE REVERTE

 

Por Natalia Loizaga

 

Unos tacones recorren todas las tardes, justo cuando anochece, la calle Hilarión Eslava. Suenan a mujer que camina sobre desdichas. Chocan contra el suelo como lo harían los de alguien que, por sufrimiento o rebeldía, hace tiempo que perdió la dulzura del carácter. Una dama de mirada insolente como las que pintaba Eugene de Blaas o una mujer fuerte y dura de las que describe Arturo Pérez-Reverte.

En su última novela, La isla de la mujer dormida, navega por la historia de una protagonista desencantada por un hombre común del que construye un héroe. Al menos, eso dice, no la he leído todavía. «Te creía un héroe, pero fue mi imaginación la que te construyó. Sin ella no eres nada», escribe en su novela. Y sobre esa misma frase, en su Patente de Corso —que frecuento cuando la universidad no es suficiente—, aseguró que “hay cosas que sólo pueden escribirse cuando tienes setenta años…”.  Resulta sorprendente que un hombre con experiencias que tardarían en contarse más de una vida, que ha sobrevivido a guerras, amores y libros, haya descubierto a sus setenta años lo que toda mujer aprende en la adolescencia.

Como un Colón que llega sin pretenderlo a tierras vírgenes o un Ulises cuando alcanza su anhelada Ítaca, Reverte pone rumbo a la isla de las mujeres derrotadas. Entre esas mareas inciertas ha izado su bandera, descubriendo que “algunas no se enamoran de los hombres que son, sino de lo que ellas creen que son”. Le ha faltado adentrarse en el abismo, allí donde los veleros no llegan, para descubrir que las mujeres lo saben con certeza. Porque, ¿qué es la vida sino un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción?

Reverte parece haber descubierto la belleza de la que hablaba Baricco, la hermosura “de la que sólo son capaces los vencidos. Y la claridad de las cosas débiles. Y la perfecta soledad de lo perdido”. Una belleza trágica, que se ha de proteger o ver morir.

En su valiente búsqueda, tal vez haya olvidado que no siempre fueron ellas las que sucumbieron. Han visto a los mejores hombres caerse de las torres más altas y construir imperios que se derrumbaron por tan solo el brillo de unos ojos. Los han visto iniciar guerras por el movimiento de unas caderas, batallas que más tarde perdieron o de las que nunca se les vio regresar.

Tal vez estas navidades me haga con un ejemplar de su libro sobre una mujer derrotada por mera curiosidad. O por llevar la contraria con criterio. Quizá aparezca en una biblioteca reclamando una isla griega y una mujer dormida para poder decirle, si alguna vez me lo encuentro por las calles de Madrid, ¿cómo va a saber de mujeres derrotadas, señor Reverte, si nunca ha sido usted una de ellas?

 

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