«Escolios», de Pedro López Lara
Por Javier Lostalé.
GLOSAR LA VIDA HACIENDO QUE EL POEMA LA RESPIRE
Durante muchos años Pedro López Lara ha vivido sin publicar. Años en los que, sin embargo, no ha dejado de crear como quien cultiva, cumpliendo así lo que dice el poeta Hugo Mujica sobre el creador, al que identifica con alguien que cultiva. Pedro López Lara ha permanecido en silencio defendiendo, como diría María Zambrano, “la soledad en que se está”. Ha adoptado una quietud que no es, según Aleixandre, pereza, sino pureza, consciente, como ha señalado José Luis Rey, de que “la poesía es anterior al lenguaje y que los huecos del lenguaje están preparados para su advenimiento”. Y el advenimiento se ha cumplido como la explosión de un deseo que por fin encuentra su consumación en el lector. Desde 2020, año en que con Destiempo obtuvo el premio Rafael Morales, seguido por el Premio Ciudad de Alcalá de Poesía otorgado a Museo, hasta hoy, ha publicado quince libros, incluido el que aquí se va a comentar: Escolios.
Antes de expresar de qué modo se ha incardinado en mi vida Escolios, permítaseme decir algo sobre la concepción que de la poesía tiene Pedro López Lara y sobre los autores que son sus fuentes, en las que tanto ha bebido. “El poeta debe buscar, y no hallar nunca el nítido renglón definitivo” — parafraseo en prosa lo que se afirma en uno de sus poemas—. “Los poemas salen al paso, ocurren —añade—, pero este hecho no debe confundirse con la inspiración”. La poesía, señala también, “siempre debe ser transitiva”. Y en su libro Destiempo hay unos versos que rezan así: Nunca logra el poema / hincarse en lo esencial. La poesía / es solo un animal sonámbulo / que ha olfateado algo y merodea […]. En cuanto a sus autores de cabecera son —y solo cito algunos— Cernuda, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo (sobre todo por su poemario El rey mendigo), Felipe Benítez Reyes, Borges, Mallarmé, Valéry, Pessoa (su maravillosa “Oda marítima”), Eliot o Edgar Lee Masters. A los que hay que sumar filósofos como Nietzsche, Wittgenstein, Foucault o Marcuse; y filólogos (Pedro López Lara lo es) como Francisco Rico, José Antonio Pascual, Fernando Lázaro Carreter, Ignacio Bosque… Y desde luego ha saciado también su sed por el cine, y por el arte en general.
Por lo que se refiere al conjunto de su obra, es fundamental el análisis que de ella hace José Cereijo en el prólogo a la antología del autor que se publicará en la próxima primavera. Cereijo destaca la importancia del “tiempo vivido desde dentro y el carácter intelectual y discursivo de su poesía, como corresponde a quien analiza, verifica y contrasta”. Lo que no impide, parafraseo ahora a Cereijo, que la impresión última que deja en el lector esté relacionada con las vivencias, con las sensaciones: en último término, con lo emotivo. Me parece también relevante su visión de la naturaleza de la poesía de López Lara como una lírica tendente “antes a lo elegíaco que a lo celebratorio”. Y no quiero olvidarme de la percepción que tiene de su poesía Francisco Caro, quien afirma que “sus poemas nos interrogan, tanto desde la conciencia como desde el descreimiento. Poemas que —añade— nos hablan del amor, de la muerte, del paso del tiempo, Tiempo con mayúscula, sobre los enigmas de la vida, sobre nuestra respuesta moral e intelectual a lo inevitable”.
Llegados a este punto, intentaré transmitir cómo he interiorizado yo la lectura de Escolios, libro compuesto por ciento treinta y cuatro poemas divididos en dos partes: Estigmas y Naderías. Se trata de poemas por lo general breves, que podemos considerar epigramas, no en el sentido satírico y festivo, sino como reveladores de una verdad profunda, de un sentido oculto. Son textos en los que el autor hace gala de un estilo muy personal, contundente y concentrado, con gran capacidad para jugar con las palabras y relacionarlas con las ideas. Y no eludiría tampoco relacionar esta poesía con la lírica metafísica, pues en ella se trata del ser en cuanto tal, mediante una reflexión caracterizada por la sutileza en el discurrir, tanto a la hora de pensar como de imaginar.
El título resume muy bien el libro, Escolios, que es, pienso, una glosa de la existencia, glosa que llega al fondo de los comportamientos humanos con el bisturí de un lenguaje en el que Pedro López Lara se encarna en las palabras, creadoras de lo nombrado y a la vez sostén y pulso de las ideas. Ese encarnarse en las palabras nos encarna a la vez a todos, porque al hablar de él está hablando de nosotros, lo que le emparenta con Catulo, quien también se dirige al otro al dirigirse a sí mismo. Se trata de una poesía en la que se escuchan los pensamientos. Poesía como anábasis, en el sentido de retorno de un viaje al interior de uno mismo. Existe igualmente una fusión de poema y autor, construyéndose a través de ella un refugio para el lector en el que este puede entrar para emprender una aventura arriesgada, como lo es también la vida. Aventura que yo también he experimentado, al sentir, por ejemplo, cómo el tiempo se encuentra en la raíz de todo, sin que podamos hablar de pasado, presente y futuro con plena independencia, porque su interrelación nos coloca en un territorio donde es posible el amanecer de distintos yoes. Tiempo ciego si pensamos en la muerte, tiempo que resbala sin que quien muera pueda leer algo en él. La misma muerte borra esa posibilidad. Muerte siempre entrañada en la vida que solo el sueño vence cuando dentro de él un ser amado ya muerto respira, pensemos ahora en el padre, hasta que al despertar se produce la realidad de su ausencia definitiva: Sueño mucho contigo, y no estás muerto. / Tu muerte ocurre solo al despertar. Es una especie / de versión alternativa, que prefiere alguien. Y, sin abandonar el sueño, aparece en esta poesía la figura del ángel, símbolo del misterio y, cito al autor ,”de la ambigüedad” que en el sueño habita, imposible luego de descifrar.
Existe también en Escolios una indagación sobre la memoria y su poder de invención, alterador de lo que realmente sucedió en un tiempo ya pasado, o que incluso no sucedió. Memoria que no podemos separar del olvido, incapaz de borrar lo que ya sabemos. Y es importante asimismo en esta poesía el tema del conocimiento de quiénes realmente somos, la falta de valentía para vernos tal como somos, con la máxima desnudez. Bastan los tres versos del poema “Origen” para radiografiar lo que decimos: Pocos se atreven al llegar / al final de su espectro, / al lugar luminoso en el que el miedo abreva.
Respecto al amor, el proceso psicológico que hilvana la comunicación entre los amantes adquiere en el poema “Canje” fulgor de revelación, mediante esa síntesis, alma de la poesía verdadera, que llega a la semilla de lo que nombra, cuando escuchamos lo que él le pide a ella: Entrégame esta noche. A cambio, / yo la convertiré en un cuento, / que tú, recluida en él, querrás oír / noche tras noche, sin poder salir. Encuentro entre los amantes en el que el silencio es la palabra más honda, pues no admite sustitución: En el silencio nos encontraremos. / Reconozcámoslo, sin guardarles rencor: / de poco nos sirvieron, siempre canjeables / por otras cualesquiera, las palabras. Y todavía no me resisto a pronunciar una palabra: esperanza, cuya condición de existencia es la propia pérdida, la desesperanza: Solo cuando se pierde, comienza la vida. / Una vida presente, / pura ya, exonerada / de poros, de suburbios, de rendijas.
En Escolios se disecciona constantemente la vida, sin que falten la denuncia soterrada de algunos comportamientos humanos y cierta dosis de humor. Una disección transubstanciada en lenguaje hasta hacer de este el ADN de lo expresado. Escolios es un poemario lleno de preguntas, pero carente de conclusiones apodícticas, pues en él reinan la contradicción, el escepticismo y la duda. Un poemario que constantemente multiplica sus significados dentro del lector en cada nueva lectura, pues no hay una verdad única. Una poesía, en suma, que nos hace reflexionar hasta tal punto —y tal vez esta sea su mayor virtud— que crea dentro de nosotros conciencia.
Pedro López Lara
Escolios
Hiperión, 2024
76 págs.