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‘El oro del tiempo’, de Rodolphe y Oriol

Eduardo Suárez Fernández-Miranda.

Anoche estaba en Fenicia, mil o mil doscientos años antes de nuestra era. Un país misterioso, una civilización refinada pero cruel. Niños y doncellas vírgenes eran conducidos por los soldados, los pies trabados, rodeados por la muchedumbre. La multitud declamaba los nombres de Baal y Moloch, como si entrara en trance… De repente, cobra vida, la cabeza se alzaba, sus ojos rojos brillaban, su mandíbula se abría, escupiendo llamas y humo ocre… Entonces por una especie de pasarela suspendida, los niños, uno a uno, se acercaban, y los sacerdotes los empujaban a la boca del ídolo… Por supuesto, me desperté gritando. Théo Lemoine.

Estamos en París, recién estrenado el siglo XX, durante una velada con numerosos invitados, entre los que encontramos a Marcel Proust, o a Oscar Wilde, que vive el que será su último año: Se había trasladado a París, después de su ignominioso encierro, bajo el nombre de Sebastian Melmoth. En ese escenario lúdico se produce un suceso que desencadenará una apasionante aventura, unos huéspedes inesperados entran en el despacho del anfitrión, Hugo de Reuhman, donde se encuentra su caja fuerte.

El objetivo del robo serán unas cartas del italiano Bernardino Drovetti, embajador de Francia en El Cairo. En las misivas, el diplomático relata el descubrimiento de una tumba fenicia que contiene un sarcófago. Cuenta la leyenda que allí reposan los restos de Archass-Malik, sacerdote de Moloch. Hugo de Reuhman es un reputado historiador que estudia el culto a Moloch y sus ritos, y esas cartas, compradas a un librero parisino, le llevarán a descubrir hechos sorprendentes.

En compañía de Théo Lemoine, un diletante y hombre de mundo, Hugo de Reuhman tendrá que descubrir “la identidad del misterioso criminal que está tratando de robar unos documentos de origen egipcio relacionados con la consecución de un antiguo anhelo humano: la inmortalidad”. Este es el inicio de una aventura que, surcada por inesperados peligros, les llevará por la capital francesa en busca del misterioso sarcófago perdido.

El guionista Rodolphe, que ha participado en más de ochenta álbumes en compañía de prestigiosos dibujantes como Juillard, Brignais, o Charleroi, contribuye con los diálogos a esta aventura apasionante que tiene ecos de Julio Verne y Conan Doyle. En los dibujos le acompaña Oriol, uno de los dibujantes españoles más importantes de la actualidad, autor de Madriguera, Naturalezas muertas y Los tres frutos. Su estilo se inspira, para la ocasión, en los carteles y paisajes urbanos de Toulouse-Lautrec.

Son numerosos los escenarios emblemáticos de París que aparecen en El oro del tiempo, cómic publicado por la editorial Norma. Los protagonistas de esta historia trepidante recorren “los oscuros salones de los espiritistas, los sótanos y pasadizos subterráneos del Louvre, los bailes populares y callejuelas de “La Butte”, una casa solariega aislada custodiada por autómatas y una orgiástica fiesta de máscaras en el Bois de Bouloge…”.

Aventura e intriga en un cómic, El oro del tiempo, que nos traslada al París de principios del siglo XX con el sabor de aquellos folletines decimonónicos que tantas aventuras ofrecían a sus lectores.

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