Histéricas
Alex Andra.– Lo sabemos de sobras, y aun así es profecía: hay personas franca, persistente, indefectiblemente histéricas.
Por histeria no entiendo únicamente, como es común, el frenesí corporal, la trepidación nerviosa, los excesos expresivos, sino un estado general aparentemente desquiciado, fuera de todo control (no sólo ajeno, sino propio, lo cual es muchísimo peor).
Si este tipo de personas están presentes en todos los ámbitos de la vida social, hay uno en el que resultan especialmente abundantes: el literario y artístico.
Dado que las condiciones materiales en que se desarrolla la creatividad estética, de aislamiento ensimismado y automarginación física respecto al entorno inmediato, facilitan que nos libremos sin sujeción alguna al flujo de nuestros pensamientos y emociones, no es raro que se acabe siendo víctima de unos y otras. Las figuras de Alonso Quijano y Emma Bovary encarnarían, por el lado de la recepción de las obras de arte, un síndrome que resulta harto común en el de la creación.
Quienes nos movemos en los círculos -qué palabra tan bien traída- literarios conocemos a (personas) histéricas a mansalva. Comoquiera que, para empeorarlo todo, en nuestros días resulta distinguido presumir de cierto desequilibrio mental -ya saben, ser normal, estar tranquilo y declararte feliz son síntomas de una despreciable mediocridad: la genialidad se jacta de pensar, sentir y vivir como las cabras-, la combinación resulta letal. Extravagancia, provocación y pose de malditismo forman parte del menú cotidiano de dichas singularidades dizque humanas.
De todas las faunas posibles, la peor con diferencia es la que llamaré poetas-fuera-de-quicio. Son legión. Colgadas de su excepcionalidad incomprendida (ya saben: han nacido en un mundo corrompido por el materialismo que no tolera a seres tan sublimes en su seno), estas personas viven por y para su excepcionalidad. Nadie las comprende, pero porque hablan en un idioma reservado a las divinidades (o, si son ateas, a las brujas pirujas y a los satánicos nigromantes). Toda una boyante industria se ha encargado durante décadas de alimentar el culto a la gente echada a perder social y existencialmente (incluyendo suicidas en abundancia), ¡cómo para salirse del carril económicamente normativo!
Las personas estéticamente, estratégicamente histéricas (porque, no nos engañemos: todo es un disfraz esnob, una alienación voluntaria, pura autohipnosis de charanga y pandereta) juegan con ventaja, porque para no enfadarte con ellas y que te califiquen de lo peor -¡de cavernícola, de medieval, de fascista!- debes seguirles la corriente y corresponder a sus arrumacos, reales o virtuales; acudir a las soporíferas presentaciones de sus narcóticas obras; comentar en redes sociales lo mucho que las admiras; enviarles tus propios libros, aunque sepas que los usarán para calzar una mesa que cojea… ¡Un tormento infinito!
Total, que acabo de tomar una decisión. O ellas o yo. Voy a liberarme de la tiranía de las personas histéricas que pululan por el orbe artístico, literario y poético. He decidido declararme militante feroz de la más anodina normalidad. Consecuentemente, en adelante sólo les hablaré y escucharé si me apetece, no les seguiré en ningún caso la corriente como si fueran seres discapacitados (porque no lo son: saben muy bien lo que hacen) y me abstendré de comprar sus libros de pacotilla llenos de poemas de chichinabo. Si quieren que les presten atención y les hagan casito, que pasen por caja, como todo el mundo con problemas de autoestima, y se tumben en el diván. Yo no doy para más. Hasta aquí hemos llegado.
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Alex Andra es periodista cultural. Ejerce la crítica literaria de manera regular con resultados también regulares. Ha publicado algunos libros que, aunque editados, pueden seguir siendo considerados inéditos, tan escasa ha sido su repercusión. También practica la docencia, pero espera jubilarse pronto de ella. Come poco. Duerme bien.