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«Demens», de Cristina Sanz Ruiz

Foto: Ángel Montero Herrero

Por Víctor David Domínguez Olalla.

Dualidad e identidad.

«No recordarás / que me llevaste en tu vientre, / que tus pechos calmaron mi llanto / y colmaron mi sed». Así comienza Demens (El Toro Celeste, 2023), un poemario sobre el amor de una hija por su madre y sobre la lucha contra el olvido y la demencia de la mano de Cristina Sanz Ruiz (Madrid, 1989), el cual ganó XVI Premio Internacional de Poesía Antonio Gala. Con las siglas GDS —es decir, Global Deterioration Scale o Escala de Deterioro Cognitivo— la autora nos lleva sutilmente de la mano a través de diferentes fases, momentos convertidos en poemas, para presentarnos su propio universo literario. En cada GDS, Sanz Ruiz nos sitúa ante las facetas de la enfermedad de su madre, Begoña, a la que asiste como hija que contempla el deterioro de un ser querido. Aunque sería fácil caer en la tentación de autocompadecerse, no lo hace en ningún momento. Señala, a este respecto, Túa Blesa (2023) que convierte «el alzhéimer de un ser querido en poesía de altura».

La escritora se plantea preguntas retóricas constantemente: «[…] cuántas hojas devoraste […]. / Cuéntame a qué saben […]. / Dime cuántas palabras […]. / Qué buscas allá lejos». En el poema «Agnosia», percibimos la mirada perdida, ausente, de la persona enferma, incapaz de reconocer su entorno. Asimismo, cada poema añade una nueva capa a la realidad que se va tejiendo con su lectura. Estos versos revelan la profunda desconexión entre su madre y lo que la rodea. Se nos presenta a una persona perdida entre la neblina, incapaz de reconocer dónde está. La presencia de telarañas, niebla o nieve va creando una atmósfera de desorientación y confusión. Además, las preguntas sin respuesta como en «qué buscas allá lejos» sugieren una inquietud interna y profunda, sin respuestas claras. El verso final, «En tu mirada / hoy es siempre / todavía», deja al receptor del poema con una sensación de melancolía, insinuando un trasfondo emocional de espera inconclusa o estancamiento.

Sin embargo, Cristina Sanz Ruiz vuelve a sorprender con algunos toques de humor. Con el poema «Apraxia» la escritora refleja la ironía y la complejidad entre las relaciones humanas en este contexto de pérdida progresiva de habilidades vitales. Las acciones cotidianas, como vestirse, hablar o acicalarse, se transforman en desafíos que provocan momentos desgarradores, pero también cómicos. La risa se presenta como la respuesta natural ante la frustración e incomodidad provocadas por la patología. Es encontrar la belleza entre la imperfección y lo adverso. El verso final es otra pregunta retórica: «Por qué llorar, si logramos reírnos», y sugiere una reflexión profunda sobre la risa como mecanismo de defensa ante la inevitable pérdida y la adversidad.

Asimismo, se alude al paraíso perdido de la infancia en el poema «Retorno», introducido por una celebre cita de Nietzsche. La esencia primigenia de una persona se trunca ante las demandas de la sociedad. La candidez de la infancia que se queda atrás para dar paso a la rígida vida adulta: «Antes de dejarte consumir / por la rigidez de tus propias reglas / la tiranía del orden / el tormento de la higiene / el ahorro como meta». Este regreso hacia la infancia se presenta como una vuelta a la libertad y a la autenticidad, donde prevalecen las emociones y las necesidades por encima de las convenciones sociales. En los versos de la madre siendo niña prevalece la idea de un renacimiento, una ocasión de recuperar la vitalidad perdida. La poeta anhela el recuerdo de su madre en el pasado, como una vez fue: «Como tuviste que ser / alguna vez: / un alud de pasión desordenada».

El poemario de Cristina Sanz Ruiz explora sobre la dualidad y la identidad compartida en la relación madre-hija, donde se intercambian los roles entre adulto y niño, o persona cuidadora y aquel que es cuidado. «Compartimos también —no me es ajeno— / nuestro peculiar gesto de asco, / el exceso de nariz, la gingivitis, los juanetes, / la exigencia patológica, el andar encorvado». La poeta está comparándose con su madre. Está viendo su propio reflejo en la imagen ajena y, entre estos versos, se impregna del miedo ante lo inevitable, pero también porque es un reflejo de sí misma en el futuro. Verse en su madre significa familiaridad e intimidad e, igualmente, transformación e inevitable decadencia: «Qué visión será más cruel: el reflejo de la juventud perdida / o el de la acechante / decadencia».

Paralelamente, en todo el poemario se hace gala de un dominio del lenguaje poético que alterna entre lo culto: «Magna Mater con dos félidos / Gaia de rebosantes pechos / Hera de la vía láctea», y lo muy cotidiano: «[…] a mi Begonia elatior / le quedan dos / telediarios». La poeta-hija encuentra consuelo en las flores, homónimas de su madre (Begoña). A través del diálogo poético con las plantas que son receptoras de sus cuidados, continúa hablando con su madre. Las flores, al igual que su madre, asisten al proceso natural e inevitable de la desaparición. Sin embargo, las flores se presentan como un símbolo de esperanza y vitalidad ante lo adverso. En el cuidado de estas begoniáceas la voz poética halla consuelo. Cuidarlas es un acto de amor y devoción, como si pudiera mantener viva la llama de la esencia de su madre a través de ellas. No obstante, entre los poemas que llevan nombres de flor, se alternan el dolor y las promesas de amor, lo que añade una capa de complejidad más al entramado poético de Cristina Sanz Ruiz: «No sé si las odio […]. /A mi Begonia elatior […] le repito que saldrán nuevas hojas».

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