CríticasPoesía

«Don de la insolencia. Juan de Tassis, Conde de Villamediana», de Carlos Aganzo

Por Jorge de Arco.

El hábitat del don Juan es un gran agujero negro de donde nunca se sale. El don Juan se gesta en el vientre de su madre y nace don Juan, y luego se va haciendo y perfeccionando conforme las circunstancias lo requieren y a despecho de quien lo quiere bien o mal, de sus consejeros u oponentes o de lo que le vaya cayendo encima sea bueno o malo. Gregorio Marañón definió exactamente a este mito salido del genio barroco de Tirso de Molina: «El tipo perfecto del noble español renacentista, de ingenio excelente, intrépido, lleno de todos los atractivos personales y fundamentalmente inmoral».

Resulta harto improbable que Tirso de Molina creara a su don Juan, El burlador de Sevilla, inspirándose en la figura de su contemporáneo Juan de Tassis y Peralta, II Conde de Villamediana (Lisboa, 1582 – Madrid, 1622). Entre otras cosas, el burlador sevillano se dedica a ocupar el corazón y la voluntad de un sinfín de damas que encuentra en estado de gracia, y a poseerlas y deshonrarlas sin excepción. En cambio, el arte embaucador de Villamediana, también don Juan bautizado, es de hombre insolente y poeta magnífico, revestido siempre de galas admirables y de una pluma culterana prolífica y aguda, no exenta de ciertos grumos propios de la escuela a la que pertenece.

 

Hoy parte quien, de vos desengañado,

va de todo remedio despedido;

hoy está de la muerte desvalido

quien de la vida está desesperado;

 

hoy parte quien, rendido a su cuidado,

a vuestro cuidar está rendido;

hoy es, señora, cuando vuestro olvido

jamás podrá de mí ser olvidado;

 

     El arte seductor del Conde de Villamediana, decíamos, se presenta calculador y sutil, coronado por una actitud tan bizarra como digna de estudio psicológico. Sería por mor del propio desconcierto que su estampa causaba por lo que nada más poner pie en Madrid de vuelta de su tercer destierro, en la primavera de 1621, convertido en héroe popular, se le nombró gentilhombre de la reina y fue repuesto en su cargo de correo mayor, el cual había heredado de su padre; de ahí a lograr todos los presuntos favores de la joven y hermosísima reina Isabel, esposa del imberbe Felipe IV, y a su consiguiente y en absoluto inesperado asesinato, solo distaron unos cuantos meses. El hecho propiciador de la tragedia encierra mucho de real y mucho de leyenda trágica: diestro en alancear toros, en una corrida celebrada en la Plaza Mayor de Madrid, la reina alabó entusiasmada el modo de picar del conde. El rey le respondió: «Pica bien, pero pica muy alto», dando pábulo a una de las frases más célebres del español coloquial. A los enemigos que el conde se había hecho acreedor a lo largo de sus cuarenta escasos años de vida, les faltó entonces un simple aviso y una simple señal para acabar con él a cuchilladas en algún callejón oscuro de la Villa y Corte de aquella España imperial aún.

Carlos Aganzo se une con este estudio, muy elaborado y muy preciso (acompañado de una antología de versos escogidos) a la nómina de autores ilustres que vieron en Juan de Tassis materia de estudio, de análisis y, por qué no, de cierta fabulación al uso en los círculos literarios de los dos siglos anteriores. Nos acordamos de las publicaciones de Juan Eugenio Hartzenbusch (1861), Emilio Cotarelo y Mori (1886) o Luis Rosales (1964).

La destreza de Aganzo en el mester periodístico y ensayístico envuelven la prosa de esta biografía de un regusto misterioso que hubiese sido muy del agrado del altanero y galante don Juan. Eso sí, quedará siempre en el aire la pregunta del biógrafo al considerar lo expuesto: «Alcahuete, poeta de guardia y árbitro en las exhibiciones reales, ¿tuvo realmente ambiciones políticas el conde de Villamediana?»

 

DEFINICIÓN DE AMOR

 Amor es un misterio que se cría

en las dulces especies de su objeto;

de causas advertidas luz y efeto,

y de ciegos efetos ciega guía.

 

Fraude que apeteció la fantasía;

imán del daño, acíbar del secreto,

de tirana deidad ley sin preceto,

de precetos sin ley leal porfía.

 

En cielo oscuro tempestad serena;

apacible pasión, dulce fatiga,

lisonja esquiva, lisonjera pena:

 

premio que mata, alivio que castiga;

causa que, propiamente siendo ajena,

con lo que más ofende más obliga.

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