Mientras el río fluye, de Blas Valentín
Mientras el río fluye
Blas Valentín Moreno
Editorial Milenio
Lleida 2024 296 páginas
EL HORROR DIFUSO (Digresiones en torno a «Mientras el río fluye»)
Por Pedro García Olivo
I)
“El que no sabe qué hacer con su vida mientras vive necesita una de sus manos para desviar un poco la desesperación por su destino -y aún eso de modo imperfecto-, pero con la otra mano puede tomar nota de lo que ve por debajo de las ruinas, porque ve cosas diferentes y en más abundancia que los otros; es, sin duda, un muerto en vida y, a la vez, el único superviviente, lo cual no presupone que no necesite las dos manos, y más si las tuviera, para luchar contra la desesperación”. Estas palabras de Kafka definen muy bien al protagonista de la novela, Penalba. También le cabe la descripción que Milena Jessenská, muerta en el campo nazi de concentración de Ravensbruck, ofreció del escritor, con quien mantuvo una relación de amor: “Tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarle”.
II)
Cuando la vida se encuentra con las palabras que la expresan, palidece. A través de sus personajes, Blas Valentín empalidece la vida. Señala las miserias cotidianas y espirituales, ya casi imperceptibles, que nos conforman. Como Meursault, el “extranjero” de Camus, Penalba bosqueja un cuadro desolador del mundo. Una existencia vacía. Un futuro sin porvenir. Muerto, el pasado. Y un presente que hemos convertido en la casa del horror.
III)
La estrategia literaria de Blas Valentín, a la hora de radiografiar la vida en nuestro tiempo y levantar un diagnóstico de enfermedad grave, acaso incurable, en nada se asemeja a la seguida por Valle-Inclán en Luces de bohemia, con Max Estrella como testigo y cronista excéntrico, lúcido hasta la locura, desgarrado. En su carácter y como compositor, Valentín tampoco recuerda a Alejandro Sawa, autor atormentado y negador radical de la realidad social, en cuya vida dramática se inspiró Valle para caracterizar a su personaje. Con Noche, Sawa inaugura el “tremendismo”, antes de que se acuñara esa etiqueta, lanzando sobre el mundo una mirada abisalmente pesimista, desengañada y desesperanzada. No, Penalba nada tiene que ver con Max, y Blas Valentín no puede reconocerse en el perfil psico-ideológico de Sawa.
IV)
Porque Penalba es un hombre “normal”, inquietante y peligrosamente normal. Ni héroe ni antihéroe, ni cobarde ni valiente, ni bueno ni malo, ni inteligente ni necio, ni inconsciente ni reflexivo. Recuerda al protagonista de Apuntes del subsuelo, quizás un trasunto del propio Dostoievski: “No solo no he podido hacerme malo, sino que tampoco ninguna otra cosa: ni malo, ni bueno, ni canalla, ni honrado, ni héroe ni insecto (…). Sin embargo, estoy firmemente convencido de que no solo la mucha consciencia, sino incluso cualquier consciencia es una enfermedad (…). Cuanto más consciencia tenía sobre el bien y todo lo Bello y Sublime, más hondo descendía en mi charca y más capaz era de hundirme en ella por completo”. Penalba es un ser adaptado y adaptable, al que se le podría aplicar el diagnóstico de los psicólogos Harry Stuck Sullivan y el americano Ralph K. White: autoanestesiado. Todo lo acepta: la insidia de lo de ‘afuera’ y la vergüenza de lo de ‘adentro’, las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, terroríficamente dócil. Todo lo admite, a todo se insensibiliza, como mucho con una “ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio” (Lifton).
V)
Conforme avanza en la novela, el lector va sintiendo que se adentra en el horror. Probablemente, el horror, y no Penalba, sea el verdadero protagonista del relato. Un horror difuso, disminuido, que quizás desmerecería de su propio nombre; pero que aparece como la sustancia de nuestros días, que satura la vida ordinaria, horror que respiramos y que nos constituye, erigiéndonos, como anotó Emil Cioran, en “aspirantes taimados a la dignidad de monstruos”.
Horror en todo lo concerniente al Ejército y al desempeño militar. A este respecto, sobran las palabras… Pero Blas Valentín no las rehúye; y, con una gran frialdad narrativa, casi al modo de un documentalista, bucea en ese mundo como quien bucea en un pozo ciego. Horror en lo relativo a las relaciones sentimentales, con seres que trafican con sus cuerpos para lograr ascensos u otras prebendas, diseminando mentiras a veces grandes pero con más frecuencia pequeñas, en una imparable lógica interpersonal de la doblez y la utilización… El propio Penalba juega con dos mujeres, engañándolas, manipulándolas, como si fueran simplemente dos cartas a las que recurrir en la partida de la vida emocional. De tan profundamente “normalizado”, encarna los estigmas de la cultura patriarcal… Horror de ese salto entre dos ámbitos estructuralmente análogos, el Ejército y la Docencia. Como cuando era militar, Penalba se instala finalmente en una posición de mando y de subordinación, fundada en la jerarquía y en la autoridad, con poder sobre sus alumnos y, al mismo tiempo, bajo las coacciones de los reglamentos y los aparatos directivos e inspectoriales. Y horror de la escritura impresa, a la que se aferra este hombre, práctica turbia de obediencia narcisista, devaluada para siempre desde la consolidación de lo que Karl Polanyi nombró “sociedad mercantil”, de la que hace parte nuestra entristecedora “industria cultural”.
Se diría que los ojos de Penalba resbalan inanes sobre la infamia de lo externo, casi sin que se dilaten sus pupilas; y que, a veces, cuando se vuelven hacia adentro, se entornan o hasta se cierran.
VI)
Heidegger concibió la lectura como escritura, como acto en sí mismo poético. En esa línea, Derrida abogó por una «lectura productiva», un «rescate selectivo» y re-forjador. En su aproximación a la pintura y las palabras de Van Gogh, Artaud se deshizo en una recreación, en una «re-invención artística». Este breve texto responde a ese espíritu: un ejercicio de lecto-escritura en torno a la novela de Blas Valentín.
Mientras el río fluye se podrá interpretar de muchas maneras, se dejará leer desde diferentes atriles. Pero me parece evidente que escapa a esa «literatura de mercado» que tanto nos cansa, aún cuando las obras reciban premios y sus autores o autoras alcancen un prestigio no menos dudoso que efímero. El libro de Blas Valentín no responde al “canon de composición” establecido para el negocio editorial. Desde hace años, buena parte de la novelística europea tiene más relación con la gastronomía que con la creatividad: mezcla de ingredientes dados (el amor, la violencia, el suspense, toques de un criticismo amortiguado, a veces exotismos culturales, el dolor y la muerte, etcétera) para elaborar un plato de consumo al gusto. En el proceso, se evaporaron de la narrativa comercial tanto la poesía como el aliento filosófico. Con Mientras el río fluye, y por usar una metáfora gastada, Blas Valentín se asemeja a un salmón nadando contra la corriente. Es sabido que estos peces remontan las aguas para regresar al lugar donde nacieron, y que allí acontecerán los apareamientos y las natividades, como en una ilustración del “eterno retorno” de Nietzsche.
He sido feliz al leer y estudiar esta obra, que considero importante. Se ha ganado mi estima.
VII)
Dedico a Penalba un poema de G. Bataille en el que me agrada recalar:
Digo esto amargamente:
palabras que me ahogáis,
dejadme,
dejadme,
tengo sed de otra cosa (…).
Odio
esta vida de instrumento;
busco una quiebra,
mi quiebra,
para estar roto.
Amo la lluvia,
el rayo,
el barro,
una vasta extensión de agua,
el fondo de la tierra,
pero no yo.