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‘Plantas que nos ayudan’, de Rosa Porcel

Ricardo Martínez.

Tal vez, tal vez: hemos dado la espalda a las plantas y sin embargo son –han sido en la vida humana- uno de sus aliados más fieles. ¿Habrá sido por su discreción, por su silencio? El caso es que, de un modo inequívoco, no solo han formado parte de nuestro consciente –por su efecto de escenario, por su valor en nuestras deblidades, ya fueren estas físicas o espirituales- sino también de nuestro incosnsciente por cuanto su valor de paisaje, más o menos próximo,  a nuestra sensibilidad y a nuestro bienestar, han aportado a nuestros sentidos, a nuestra percepción de la armonía, un grado de cultura permanente.

Escribe la autora que “en más de 400 millones de años las plantas han logrado superar todo tipo de adversidades (…) sin embargo, a pesar de sus adaptacones y del arsenal bioquímico y molecular del que disponen para hacer frente a casi cualquier contratiempo, hay uno con el que no pueden luchar: la ambición del hombre” Y hace mención precisa al Silfio, planta que sirvió de complemento gastronómico a griegos y romanos, además de por su valorada resina y propiedades medicinales. Originaria de Libia, se data su extinción hacia el primer siglo de nuestra era (¿habrá sido Nerón, -una vez más en su historia criminal!- quien, en efecto, comió su último tallo, confirmando así su extinción? Al parecer, sin embargo, un científico turco (y es un supuesto) la encontró de nuevo en el paisaje interior de su país, cerca del monte Hasan. Ojalá así sea y quepa esperanza todavía acerca de la recuperación de la Naturaleza, tan denigrada por la actuación humana

El libro se divide, didácticamente –creo que es uno de sus cometidos principales- en una serie de apartados que tienen relación con todos los avatares de la vida del hombre, y donde las plantas y sus propiedades aparecen siempre como bien, acompañado su uso con el tratamiento debido.

Si algunas pudieran confundir como el afamado té (el ‘árbol del té’ responde a dos plantas distintas: una un arbusto y otra un árbol, y cada  una con su taxonomía. A la vez, ambas pertenecen a la misma famiia, Myrtaceae, a la que pertenece también el eucalipto), otras, como el Muérdago, ‘Viscum album’ como nombre científico, poseen una historia más clara. “Para los clásicos, griegos y romanos, también tenía mucha importancia simbólica. Los griegos la utilizaban en las ceremonias nupciales por su asociación con la fertilidad, y los romanos, en las fiestas saturnales en honor al dios de la agricultura; la empleaban como ofrenda y ornamento en representación de dos grandes fuerzas que mueven el mundo: el amor y la paz. De ahí su vigencia como ornamento en la actual fiesta de la Navidad”

Durante siglos el muérdago, leemos, se ha utilizado para tratar dolencias diversas como epilepsia, hipertensión, artritis, menopausia, esterilidad y dolores de cabeza, si bien sin gran respaldo científico. Hoy en día, con una base más probada (si no del todo aún) tiene valor farmacéutico en cardiología y, sobre todo, en oncología.

Recorremos, así, a través de las plantas, la vida del hombre y su convulsa historia. Realidad física y realidad simbólica, tal como de lo que está compuesto el complejo hombre. ¿Acaso su enemigo natural?, confiemos que no del todo.

Para la profesora Porcel –expresado en un código de experta conocedora de la materia, dueña de un lenguaje útil y sencillo, popular, la cuestión está clara: “dicen que el mejor amigo del hombre es el perro, pero seguro que esos primeros hombres que domesticaron el perro ya comían plantas silvestres, utilizaban fibras vegetales para vestirse o quemaban madera para calentarse”

De ahí que concluya: “el mejor amigo del hombre siempre ha sido el vegetal” Ello conlleva, implícito, el respeto al étimo de civilizados. O bien, dicho coloquialmente, ‘solo espero que cuando acabes de leer este libro las veas –las plantas- de otra manera. La lechuga de tu ensalada, la amapola del campo o la adelfa de tu calle forman parte de un reino biológico al que le debemos estar donde estamos. ¿No es maravilloso?’

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