‘Sideral’, de Ángel Olgoso: Sublime cosmovisión literaria
Por Luis Cerón Marín
La literatura es la máxima expresión artística departida gracias a la lengua. Y el idioma es el vehículo conductor que hace posible la traslación de ese lenguaje que el autor quiere plasmar en la obra literaria, más allá de ser su composición un intercambio lingüístico radicado entre la relación establecida, obviamente, entre las personas emisora y receptora. A diferencia de un discurso ofrecido como gramático, prosaico y meramente comunicativo, el discurso literario va más lejos de lo que la obra verbal pudiera ofrecer a simple vista. Representa, en suma, una relación muy estrecha con todo lo que atañe a la dimensión estética. Tanto es así, que podríamos decir que la obra literaria pretende denotar una visión más amplia y filosófica. Por esa vertiente discurren los cauces de expresión más profundos del alma humana. Y para exponerlos en el papel (o piedra o papiro o pequeña tabla de arcilla) se necesitan nuevas formas para transmitir esos contenidos. Y dentro de esa amalgama existente de maneras innovadoras caben diversos géneros literarios. Entre ellos, el género narrativo; y dentro de él, el relato breve; y más adentro, la ciencia ficción. Una vez dispuestos los utensilios y artificios varios para gestarlo, tan solo resta hallar autores o autoras que den rienda suelta a sus visiones, percepciones u ocurrencias varias. O sea, dejarse llevar por el torrente desbocado que constituye la imaginación. Y escritores como Ángel Olgoso reúnen toda esa retahíla de requisitos previos a la composición de una obra literaria.
Sideral es el título del nuevo libro de relatos de este ingente hacedor de historias granadino, un narrador clave para entender el devenir del relato breve en España. El estudio de su obra merece ser degustado debidamente. Y es que su impronta literaria es tan propia como amena. Ante esta situación, nosotros, los lectores, únicamente tenemos que dejarnos llevar por el deleite sumo de su lectura para dejarnos transportar a otros ámbitos más recónditos e inimaginables, a priori. Pues bien, este libro reúne a la perfección todos los ingredientes necesarios para que nuestra inmersión en sus relatos no nos deje indiferentes. Porque Olgoso no crea su cosmología literaria a vuela pluma. Su profundo corpus fantástico nace, más bien, de la anatomía de un instante sin parangón, en el que cualquier hecho, segundo (o milésima del mismo), destello o nota desbordante acaecidos pasan a ser los eminentes protagonistas del relato, dentro de una atmósfera mágica en la que la idiosincrasia de los acontecimientos que van aconteciéndose se nos ofrecen surrealista y patafísicamente sin plan alguno, tan solo imbricados por la inercia fantástica que destila la escritura de nuestro autor.
Sirvan como ejemplo relatos tales como ‘El espanto’, en el que la descripción enérgica, rápida y emotiva que Olgoso nos ofrece parece estar trazando un boceto en espiral, yendo de un menor bucle inicial a una mayor ondulación léxico-semántica: Y su efecto hace que, de pronto, tenga del hombre la percepción -repugnante en el más genuino sentido de la palabra- de algo como una langosta; o la ‘Historia del rey y el cosmógrafo’, en el que nuestro escritor destape el tarro de las mil y una esencias inimaginables gracias a su locuaz inventiva: Se dijo que aquel día, hasta su declinación, obraron más extraños prodigios en la sala del trono: brisas del lejano sur soplaron sobre los tapices, se oyó al aire restallar…; […] y después, con cada giro del globo, los aromas tomaron voz […] nueces de cayú…, incienso árabe…, parras y olivos…, violetas de presbiterio... Todo nos está ofrecido como un placer engalanado. Se nos dispone, por tanto, un buen compendio de luz y color y una exposición de movimiento y estatismo excelentes. Tanto es así, que Olgoso nos consigue sumergir en ese ambiente ideal, en ese locus amoenus tan propicio para soñar otros mundos. El conjunto se ve reforzado por la placidez del momento, por una calma sobrenatural... Todo ello nos produce terror a no ser más que una fotografía. Pero es que nuestro escritor también resulta innovador en el manejo de la técnica narrativa. En ‘La aurora de Zürn’ podemos ver cómo, sin olvidar tampoco su innata capacidad de percepción, nos sigue cautivando gracias a su agudeza y arte de ingenio. En esta ocasión, el autor habla en primera persona constatando así una mayor implicación epistolar, si cabe, a la hora de escribir este relato: Se me permite salir en ocasiones especiales del lugar en que me oculto; y prosigue, así: [debido a] esta raza abominable e inmunda a la que ahora pertenezco. El texto habla por sí mismo. Cobra relevancia per se. Siguiendo con esta entelequia, otro aspecto a destacar es la comicidad que existe en algunos relatos, como ‘La cámara Limehouse’, en el que […] una cámara catóptrica provista de lentes, espejos y prismas producen un resultado formidable al aplicarse sobre la adecuada zona cerebral del moribundo, cuya perspectiva inicial es, en principio, balbuceante, tanto que semeja un infusorio incipiente. Y Olgoso lo hace modelando un caso de transfiguración plena entre realidad y ficción. Muy bien conseguido. Al igual que la evocación onírica latente en ‘El mundo en el año uno antes de la nada’, relato en el que Olgoso hace gala de una miscelánea óptica mitológica que nos adentra en unas imaginarias profundidades abisales…: Sin sus arcanos, el Universo no sería más que un puñado de polvo en una violenta tempestad. O el cálido fervor erotizante que suscita ‘Iris’, una pieza relevante de este libro. Podría escoger diversos fulgores de este relato. Cualquiera valdría, ya que el irisado resultado ofrecido es sublime. El lector es transportado a los confines de todo ente físico, palpable… hasta hacerle llegar a una sensación de clímax total: La velocidad y la quietud total se funden en una noche cegadora. Me voy a pique. O el final de ‘Biomórfico Canal Trece’, que como si tal cosa (como si nada fuera), reza así: […] y las borboteantes esquirlas de espuma no hallaron entre las olas al tembloroso destello con el que siempre jugaban. Inmejorable. O la ternura humanizante que constituyen las almas del astrónomo Ennio Torrese y del leñador Tanabe, protagonistas de los relatos ‘Materia oscura’ y ‘Los mil cerezos de Yoshitsune’, respectivamente; dos pequeños sujetos cuya sensibilidad va más allá de simples observaciones rutinarias: A Ennio le gustaba contemplar las blancas aspas de los aerogeneradores que se extendían, como el vello erizado de un antebrazo gigantesco, a lo lejos, sobre la línea descendente de las colinas…; sobre Tanabe, decir que era bueno, alegre y hospitalario, pero su ejemplar condición y su amor por todos los seres se empequeñecían frente a la curiosidad que sentía por todas las cosas.
Y podría citar más ejemplos de la fantástica prosa del escritor que nos ocupa. Son tantos los detalles de este astral espectro de lo desconocido, que no resulta fácil poder abarcarlos. Sucumbir a tal deleite no está exento de riesgo. La inspiración y la constancia creadoras de Olgoso son tan profusas como un eminente surtidor de cristalinas aguas, cuyo parterre de frutos silvestres y destellos de fatuas llamas dinamiza a la perfección el matiz predominante que late en el relato. Nada queda al azar. Toda textura tratada en este inusual libro está amenizada por una impronta caótica, inusual y ajena a toda lógica circundante. He aquí el innegable efecto de la ciencia ficción que entinta, espolvorea y baña las entrañas que anidan en este Sideral concepto. Ante esta situación, lo mejor es que el lector se adentre en él y se deje llevar por el innegable rumbo indeleble que late en esta sublime cosmovisión literaria.