«Un millón de gotas»: novela de la URSS a España del siglo XXI
Por Horacio Otheguy Riveira
Publicada en 2014, la nueva edición fechada en 2019 (Editorial Destino) permite releer con gran satisfacción los acontecimientos históricos que Víctor del Árbol esgrime en una historia cargada de emociones encontradas a la manera de los novelones eslavos en los que, de alguna manera, se basa para articular una trama donde las pasiones humanas entre hombres y mujeres que se aman y/o detestan se entrelazan con impresionantes hechos revolucionarios con su, a su vez, sobrecarga de frustraciones. El gran acierto del escritor es haber dado una medida justa a las difíciles situaciones por las que pasan los personajes: una medida justa que tiene mucho que ver con una lúcida observación de hechos políticos para huir, en todo momento, de lugares comunes y simplicidades al uso.
Un millón de gotas es ya un clásico antes de serlo orgánica, cronológicamente, dada su juventud, al alcanzar la superior dimensión de mirar hacia atrás para comprender mejor cuanto hoy puede estar sucediéndonos.
La infinita soledad del ser humano, incluso imbricado en furibundos movimientos sociales es, quizás, uno de los aspectos más notables de esta novela a la hora de centralizar la energía que conduce con maestría, y se atreve a hacer circular por zonas donde todo parece indicar que abunda el peligro del agotamiento de recursos.
Cuando se llega al final, tras ajetreado viaje lleno de conflictos y no pocas sorpresas, como si se tratara de una serie de muñecas rusas, la sensación de quien hasta allí ha llegado es de que ha sido considerado como un ser ávido de conocimiento, capaz de conectar con una novela de aventuras que le permite identificar la claridad de la oscuridad, las contradicciones que nos hacen irremediablemente humanos, y sobre todo, la dicha del buen lector de haberse encontrado con una literatura minuciosamente diseñada para complacer primero al propio escritor, sin mirar los estándares comerciales al uso, y después entregada a lectoras y lectores como un investigador que presenta personajes relevantes como surgidos de los propios acontecimientos históricos.
Podría decirse que, de alguna manera, todos los seres humanos podrían caber en un solo. Metáfora y realismo. Ensueño y cruel realidad. Introducción dramática, o más bien reelaboración dramática de ese juego de muñecas ruso, tan popular, conocido como Las Matrioshkas, donde dulcemente entran de pequeño a mayor tamaño figuras de una misma campesina rusa. Sólo que bajo el mismo nombre de Matrioshka y en España, se esconde una banda de forajidos que unen la codicia de la clase dirigente con el vicio degenerado de la pederastia y el asesinato para protegerse caiga quien caiga. En un mismo hombre todos los hombres, hasta que uno especialmente valiente, capaz de afrontar todos los horrores y salir indemne, descubre en sí mismo un coraje inédito.
Una generosa historia con muchas ramificaciones que va desde 1933-1967 en la URSS-hasta algunos años desde el 2002, en España, guerra civil incluida. Puentes constantes entre episodios de otros tiempos y el presente de la novela en un vaivén ágil que exige participación activa del lector, ya que no se trata de la hoy demasiado aplaudida narración «que se lee de un tirón», cosa que necesariamente ocurre con materiales muy superficiales. Aquí se viene a vivir intensamente las extremas temperaturas de tiempos en los que dejarse la vida fue, y es, moneda corriente.
Gonzalo abrió los ojos y pensó que iba a morirse. No dentro de mucho tiempo o un futuro improbable, sino ahora, en aquel preciso instante. Se puso la mano en el pecho, tratando de calmar el llanto de ese chiquillo que se asomaba, desde los sueños, cada noche al adulto en que se había convertido.
Gonzalo Gil es un abogado metido en una carrera malograda que trata de esquivar la constante manipulación de su omnipresente suegro, un personaje todopoderoso. Pero algo va a sacudir esa monotonía. Tras años sin saber de ella, Gonzalo recibe la noticia de que su hermana Laura se ha suicidado en oscuras circunstancias. Al involucrarse en la investigación de los pasos que han llevado a su hermana al suicidio, descubrirá que Laura es la sospechosa de haber torturado y asesinado a un mafioso ruso que tiempo atrás secuestró y mató a su hijo pequeño. Con este aire de espíritu vengativo, propio de una novela negra, comienza un tortuoso camino que va a arrastrar a Gonzalo a paisajes inéditos de su propio pasado y del de su familia, ciertamente duros, amargos. Tendrá que adentrarse de lleno en la fascinante historia de su padre, Elías Gil, el gran héroe de la resistencia contra el fascismo, el joven ingeniero asturiano que viajó a la URSS comprometido con los ideales de la revolución, que fue delatado, detenido y confinado en la pavorosa isla de Nazino, y que se convirtió en personaje clave, admirado y temido, de algunos de los años más dramáticos de nuestro país.
«Estaba llorando. Elías se acercó, tocó aquellas lágrimas y sintió que hervían. No había en aquel llanto patetismo ni autocompasión. Solo la vida escapándose despacio, como si pidiera disculpas por las molestias de ser tan evidente.
—No soy una puta.
Elías ahogó sus palabras en besos.
—No lo eres.
—Di mi nombre. Ayúdame a existir.
Y Eías lo susurró a la noche.
—Irina.
Se amaron de pie, con el anhelo de los desesperados. Fuera de ellos, bajo aquella noche, la civilización era barbarie, pero hicieron retroceder a la muerte hasta convertirla en una sombra irreal».
Entre los personajes históricos que aparecen destacan dos en Moscú en 1934: José Díaz (1895-1942), secretario general del PCE desde 1932, y Nadezhda Krúpskaya (1869-1939), viuda de Lenin que, pese a sus divergencias con Stalin (secreto a voces), al final de su vida era todavía una de las mujeres más importantes de la Unión Soviética.
Cuando Elías la conoce en 1934, sanado de múltiples heridas, se produce una de las escenas más emotivas de la novela por su afinada unión de lo real con lo ficticio. La célebre viuda de Lenin escucha las dramáticas circunstancias vividas por el protagonista, detenido injustamente, y le habla muy dolida:
«—No somos así.
No estaba pidiendo disculpas. Quería que Elías lo aceptase. Aquello no se lo había hecho la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, no eran los bolcheviques los que le habían enviado al gulag, no era el Partido el que le había hecho perder el ojo. No era la Revolución la que se había llevado por delante a Irina. Habían sido hombres concretos. Pero la idea debía prevalecer, mantenerse a salvo. Aquella mujer le exigía que lo entendiera.
Elías asintió. La anciana relajó los pómulos, algo que podría interpretarse como una sonrisa de la historia, pero que nunca llegaría a ser tal. Aquella expresión era lo más cerca que Elías iba a estar de una prueba de simpatía».