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«Pero nunca los huesos de las aves», de Jorge Pérez Cebrián

El hondo mirar a la vida de Jorge Pérez Cebrián

Por Pedro García Cueto.

   Jorge Pérez Cebrián, gran poeta que nos ha alumbrado ya con libros tan luminosos como De cuanta noche cabe en un espejo, vuelve con un libro, donde anida el paisaje sentimental de la vida.

Y es un viaje iniciático a la verdad del mundo titulado: Pero nunca los huesos de las aves, que ha ganado el XVI Premio de Poesía Joven Radio Nacional de España-Fundación Montemadrid. En el libro compuesto por tres partes, la primera “Devolver el remo”, donde el poeta anhela el néctar del mundo, su sabor y se acerca a la verdad íntima de la Naturaleza. Así lo podemos ver en “Natura Naturata”, cuando dice:

“Sal al jardín. / Escucha los secretos / que duermen en los cráneos de las flores / y empañan esta noche con cuidado. / Ven. / El aire acogerá tu cuerpo / como una magia leve y cotidiana / y las hojas responderán su brisa / en algo parecido a un mismo idioma”.

Este viaje que es desvelamiento, este afán de descubrir en el mundo la belleza cobra toda su fascinación, desde ese “cráneo de las flores” que humaniza a la flor, la convierte en un espacio donde habitar. Y habitamos en ese paisaje, donde nuestro cuerpo puede descansar, sin la prisa del día, en ese ocio contemplativo, que diría Gil-Albert. También anida en el poema el resplandor de lo cotidiano, que es una llamarada que vive en cada uno de nosotros.

Cuando al final del poema dice: “y eres verbo en la voz del universo”, vemos cómo converge lo humano en la metafísica del tiempo, en la hondonada de la Naturaleza, cómo se sumerge, navegando el poeta, en el infinito de la vida que no muere.

En la segunda parte: “Antes de que nos halle la mentira”, Jorge Pérez Cebrián, envuelto ya en el ascetismo del ser que se eleva, nos ofrece poemas que son susurros, donde uno canta el silencio, donde esplende el murmullo del mundo. Así dice en “Un río que fue lluvia”:

“Pienso tu cuerpo / refugiándose al manto de otras manos, / y pienso vagamente / adónde van los astros cuando callan”.

La belleza del tacto, el silencio de lo lejano, pero que también convive con nosotros, la espiritualidad del mundo hecho carne. Y todo converge, el ayer, al que llama en la espera, el futuro, al que invoca por si vuelve.

Y en el tercer apartado titulado “La sangre de Agamenón en el cuello de un cisne”, Jorge Pérez Cebrián convierte el arte de decir en una invocación, los recuerdos de los seres amados aparecen, porque el verso los convoca. En “Ligero de equipaje” dice:

“Y guardaré la joven mirada de mi madre / como un caudal de lunas fiel y herido / como un verbo incansable sobre el sueño / de alguna tierra triste anochecida”.

Y volverá el color de una tarde de la infancia, porque todos los tiempos nos devuelven al niño que fuimos, conversan con nosotros, somos los niños en cuerpo de hombres que se van encaminando al morir.

Pero no hay fatalismo, y es hermoso cuando dice: “este que nada tuvo / nada os deja que no sea ya vuestro”. Somos, por tanto, leves como la tierra, henchidos de ceniza, seres que albergan otros seres, luces que esconden otras sombras.

Libro hermoso de un poeta que resplandece, que en su poesía va abrigando la vida, para conjurar el tiempo amado y la Naturaleza, hoguera donde canta el mundo.

Pero nunca los huesos de las aves

Jorge Pérez Cebrián

Pre-Textos, 2024

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