«Todo este espacio», de Nuria Ruiz de Viñaspre
Una poética de la fragilidad. Por María García Zambrano.
Anne Sexton se pregunta, en la cita que abre Todo este espacio, cómo sobrevive algo frágil. El poema pertenece a la compilación traducida por Verónica Sondek «La muerte de los padres». Un título que va impregnando esta lectura. Quizás porque las preguntas fundamentales comienzan y terminan ahí: la impermanencia de lo que se ama, la fragilidad de cada vida a pesar de la fortaleza de lo vital. La existencia es una paradoja de difícil solución (justamente en los contrarios se ilumina el sentido). Nuria Ruiz de Viñaspre (Logroño 1969) conoce bien las contradicciones que laten en la propia lengua y la realidad a la que nombra, y de esto da cuenta Todo este espacio.
En este libro, que sigue la estela trazada por obras anteriores como La zanja, y también por el reciente Las abuelas ciegas, hay un eje fundamental: la pregunta sobre la fortaleza y/o fragilidad de la propia esencia vital. Y para hacer surgir más preguntas hay que ahondar no solo en lo humano o la naturaleza. También el cosmos, la imaginación, el lenguaje, el amor, las relaciones, la poesía.
En Las abuelas ciegas la poeta pedía «señor dame una palabra que empuje a otra», y pareciera que se le ha concedido ese don: que una palabra dé a luz a otras palabras como una multiplicación semántica, simbólica. La poética de Ruiz de Viñaspre se confirma en una obra en la que los textos se hablan y se anudan unos a otros formando un solo cuerpo, un solo texto. El motivo o, como dice su autora, “las obsesiones” que sostienen Todo este espacio se van amplificando. La labor de espeleología a la que asistimos en su lectura nos permite viajar a través de la lengua, de las palabras en la construcción de un sentido que va más allá de los significados. Una alegoría del vivir como las anotaciones que hace quien desciende al centro de la tierra.
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«Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala la fuerza de su intensa fragilidad»
E.E Cummings nos ofrece una linterna para que podamos iluminar los recovecos de esa ruta subterránea: la percepción de las cosas del mundo, la fuerza de su intensa fragilidad.
La facultad de percibir la intercambiamos aquí por la facultad de imaginar. También por la de presentir, experimentar, transformar. Porque la poética de la autora se adentra hasta el tuétano de la palabra, de la lengua y su relación con la mutable realidad. Si todo está en permanente transmutación ¿cómo apresarlo en las cárceles del discurso? Esta pregunta que aparecía en la Carta de Lord Chandos, o en los versos alucinatorios de Emily Dickinson, pareciera la tarea ontológica de la poesía. De esta poesía. Vivir es un continuo movimiento, la filosofía oriental lo plasma. Y la realidad no es más que un todo en el que no hay nada por separado: no hay dualidad, no existe el otro, la otra, no se puede separar el adentro del afuera. Y en este todo, interconectado como lo están las raíces de los árboles a la tierra y al cielo, al agua y al aire, las personas nos afanamos en buscar las lindes, los contornos…
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«Quizá todo sea este espacio», dice un verso. Pero el espacio es un infinito y habita un tiempo sin comienzo ni final (afirma el budismo Mahayana).
«El tiempo es una secuoya sin bosque / el silencio erguido de una piedra sin estrías / un No puede hablar / sin separar el No del Sí»
De ese continuo devenir se deshilachan algunos puntos que, como los claros del bosque a los que aludía María Zambrano, nos permiten repensar y repensarnos. La naturaleza es uno de ellos. La tierra ancestral que alberga una sabiduría que los hombres no ven (¿los hombres solamente?). Este empleo del sustantivo masculino, en esta lectura en la que nada es lo que parece, podría contener partes de la crítica que atraviesa el libro…
Siguiendo con la naturaleza, en el primer poema del libro hay unos versos que nos conectan con la poética de quienes caminan observando y hallan en los bosques, los ríos, las montañas, un sentido para la vida basado en la belleza, en lo trascendente, en la simbiosis de los seres humanos con los otros seres. Pensemos en Thoreau, en Mary Oliver, en la propia Dickinson que sin salir de su cuarto llegó a lo más alto en la admiración y canto a las criaturas que alberga el ecosistema de la vida.
«Una brújula me indica el camino a los bosques / solo en las sendas se piensan cosas puras».
Aquí se condensa la sabiduría del Tao, el budismo, ese beatus ille que nos exhorta a abandonar el mundanal ruido para “prestar atención”, y esto ya en sí mismo constituye un posicionamiento en la escritura y también en la propia ética. Una “poética de la atención”, que nos permita abrir los ojos y VER. «Así vimos lo que no vimos», nos dice la autora. Esa verdad del poema 4 con la imagen de la secuoya, un árbol resistente y milenario, el más antiguo, y que, sin embargo, también es mortal. Y esto es una revelación y una prueba irrefutable de lo efímero y cambiante del mundo.
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Las citas intercaladas merecen especial atención en un libro sin títulos ni secciones. Los poemas desnudos están numerados del 1 al 31, y al final un texto de San Juan de la Cruz que hace de coda y cierre semántico.
A los epígrafes citados le siguen las palabras de poetas a los que Ruiz de Viñaspre ya ha acudido y que comparten con la autora esa exploración: Paul Celan, Ingeborg Bachmann, Chantal Maillard, Hilde Domin… Del filósofo chino Chuang-Tzu, y en la parte final del libro, se cita uno de los pensamientos claves del Tao: «Que “aquel” y “este” dejen de ser opuestos constituye la misma esencia del Tao. Solo esta esencia, como un eje, es el centro del círculo que responde a los cambios sin fin».
El movimiento del afuera se funde con el ritmo del adentro: porque uno depende del ambiente, porque uno y todo lo que le rodea son la misma cosa. El contrapunto que expresan epígrafes como el señalado reestablecen una lógica que el poema hace estallar, la paradoja parece haber encontrado la razón por la que existe. La existencia es esto y lo otro. Entre la fuerza y la fragilidad no hay diferencia: somos juncos, dice la poeta. Los juncos se doblan y no se quiebran, añado, y sin embargo, podrían perecer si llega ese huracán que todo lo destruye.
La poética de la fragilidad, que es la grieta por donde caer, pero a su vez también es la rendija por la que puede penetrar la luz e iluminarnos en la difícil hazaña de la existencia. Se mantiene la esperanza siempre a pesar de. La avaricia del “hombre”, en masculino, frente a esas aves martillo que en vez de destruir construyen nidos. ¿Cómo recomponer un espacio aniquilado?
«el orden se restablecerá cuando sol y girasol se fundan en el pan dorado»
La fundición del astro, lo cósmico, y la flor como símbolo de la naturaleza, con el pan dorado nos lleva a una imagen mística. Lo invisible, lo cerrado, cierto misterio que atraviesa algunos textos como una savia reconstituyente y necesaria. La imaginación, la belleza, la creación del artista y la creación de la madre tierra.
«sobre un lienzo que arde el artista decide no decidir / se ensimisma en girasoles de vertedero / siendo vaso comunicante con otra savia/ su luz es la de un niño que regresa»
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La poesía, como lengua que funda, se encuentra en el centro de esta lucha de contrarios:
«La existencia humana / –esa forma poética desgastada–»
«la lluvia fina que contra un cristal al infinito / tintinea en el centro de esta ciudad eléctrica / allí donde la poesía importa»
La indagación se dirige hacia lo que es esencial, aunque invisible a los ojos, en una clara referencia a El Principito. Eso que, justamente, la palabra poética puede desvelar. Una palabra que, parafraseando a María Zambrano, pueda dar cuenta del secreto, esa verdad que por ser tan verdad no se puede decir, y se tiene que escribir. Esa es la labor de los y las poetas.
Esa verdad, que en este libro aparece en interrogantes, es la que se busca, es el propósito de la bajada a la cueva, de esta hazaña de espeleología.
«enfrentar los bordes del lenguaje / las palabras con las antipalabras»
«el significado del petirrojo / el reflejo de su pico me dice que / la palabra es más que la suma de sus letras»
Qué difícil resulta para la poeta apresar esas obsesiones en palabras que se proyecten como escenas móviles o mudas representaciones de un “fin del mundo” anunciado.
«delante del no-sauce no se puede escribir nada / las palabras mueren como esa mariposa estampada en el lobo / lo que se escribe es siempre otra cosa»
Los seres humanos, seres de ceguera, no sabemos lo que sabemos y por ello erramos en la percepción del mundo y de nosotros mismos. Esa ignorancia –oscuridad fundamental es el concepto empleado en el budismo mahayana de Nichiren Daishonin– es la imposibilidad de ver nuestra propia naturaleza unida a la naturaleza: al colibrí, la higuera y la parra que no vemos…
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La filosofía budista nos enseña que no hay dualidad, y que por tanto el cambio social, global, debiera comenzar en las acciones concretas de cada persona.
El vuelo de un cuervo es un presagio, los cuervos merodean la carroña. Un nunca más entre signos de admiración, nos recuerda ese grito comunitario de quienes están casi muertos.
«Nunca más… realidad y apariencia», pensamiento neurona y cuerpos. Lo frágil de la realidad desplomada «esa madre que dio por aplastado el cochecito»… Ejecutivos, dólares, danas y huracanes… Y frente, o junto, a esto «la fragilidad de los conceptos» que sin embargo… «son capaces de armonizar la distancia…»
«La paradoja está servida», sin embargo, «tiemble de esperanza la mente abierta»
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Con una organicidad en fondo y forma, la poesía de Nuria Ruiz de Viñaspre se despliega en este libro como un río que nos conduce al centro de la tierra, al núcleo de lo humano, a la cuestión que más nos debiera importar: cómo vivir. La poeta-espeleóloga ha descendido para encontrar en las vetas de la piedra, de la fragilidad de la piedra, el mineral que nos alimente, la gota de agua que nos sacie y pueda limpiar las heridas infligidas, la oscuridad que se ilumine con la esperanza de un pequeño fósforo.
En Todo este espacio volvemos a encontrar a la Poesía en estado puro: las palabras que dicen una cosa y mucho más, la palabra que puede consolarnos después de que el huracán haya destruido las ilusiones. Pero no solo se trata de consuelo, no. Es el diálogo entre sí de todo lo vivo, la interconexión de lo que está y lo que no vemos, el cuidado de las raíces que elevarán a esa secuoya para que los pájaros puedan hacer nido y protegernos de la barbarie.
«también tiembla de esperanza la mente abierta / para ella los nunca no existen / sabe que no hay noche que no conozca el amanecer / dentro de poco / al cabo de mucho / siempre»