Fragmentos volanderos

La fama se disipa por la vista

 

El camino de la fama es como el de la bola de nieve: una vez echada a rodar por alguien ―por ejemplo, los medios de comunicación― continúa agrandando por sí misma su volumen. Otras veces no es por acumulación, sino por extensión y multiplicación: como la red electromagnética (y además a velocidad de Internet).

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La recompensa es el motor del esfuerzo. Por tanto, si hay defecto o hay exceso de recompensa, el esfuerzo termina necesariamente por desaparecer. Ya aconsejaba nuestro Gracián que “en el premiar es destreza nunca satisfacer”.

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Por eso, en elogios los justos. Como la sal. No se debe olvidar que no hay cosa más fácil de descubrir por parte de todos (un poco menos por parte del interesado) que las debilidades de un elogio exagerado.

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Parafraseando a Goethe: Cala tu cabeza con el birrete de las borlas más gordas, lleva bajo tu brazo cuantos títulos te quepan, que no por eso dejarás de ser quien eres

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Inducir al prójimo a tener buena opinión de usted… ¿Cómo podrían tener buena opinión de usted si a usted lo único que le interesa es que tengan buena opinión de usted?

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“El engaño, que entra de ordinario por el oído, viene a salir por los ojos” (Baltasar Gracián). Es por ello que la fama, que entra por las orejas, se disipa por la vista.

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La gente se deja deslumbrar, e incluso trata de asumir e imitar, la fascinante vida de famosos personajes de la literatura y sus novelas, pero no la compara con la prosaica vida de los autores de las mismas. ¿Acaso si esas vidas noveladas pudieran imitarse no las habrían hecho realidad sus autores los primeros?

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Nunca he estado seguro de si el envidioso muere tantas veces como envidia o, más bien, se siente vivo por esa misma envidia. Para Gracián es lo primero: “No muere de una vez el envidioso, sino tantas cuantas vive a voces de aplauso el envidiado, compitiendo la perennidad de la fama del uno con la penalidad del otro… El clarín de la Fama, que toca a inmortalidad al uno, publica muerte para otro”.

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A los grandes espíritus se adhiere lo que de grande hay en la civilización del momento, a los bajos espíritus se adhiere lo que de bajo hay en la civilización del momento. Así se explica que tanta gente estudie Publicidad y Marketing.

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*Cuando nuestro mérito desciende, lo hace también nuestro gusto” (La Rochefoucauld). Pero yo añadiría que, en nuestros días, cuando nuestro gusto desciende nuestro éxito social sube.

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Hay algo peor que el clientelismo y el nepotismo: aceptarlo como un valor natural. Y, más allá de ello, satisfacerse en sus resultados –cual se suele–, por lo que, además, quienes tú conoces quedan inmunes incluso a la venganza de tus posibles éxitos después de que hubieran conseguido quitarte de en medio, ya que su íntimo orgullo es justamente el hecho de haberse desembarazado de ti; de manera que cuantos mayores méritos alegues, más grandiosa considerarán su victoria. Inocente, inocente, si crees que se arrepentirán y que no repetirán. No te queda ni la esperanza de que esas sus alegrías de la inmoralidad sean el dulce envoltorio con que luego se les presente la venenosa melancolía de la irreversibilidad de lo andado…

 

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