‘Las ausencias que habitan’, de María Medina Poveda

Rosa Mª Caparrós Vida.

Maestra, pedagoga y doctora cum laude en educación. Las ausencias que me habitan (MilMadres, 2024) es una novela valiente que, con su prosa poética y, por momentos, simbólica, nos acerca a cuestiones ampliamente silenciadas a lo largo de la historia y de la propia literatura.

Existe un trasfondo crucial en la narración de Marina Medina Poveda: en el mundo hay temas de los que no se habla, asuntos que no se plantean, cosas que suceden como si no existieran. Es el trasfondo del universo paralelo en el que parecemos habitar las mujeres en una sociedad global que invisibiliza nuestra naturaleza, que nos homogeniza y que pretende ignorar, con triquiñuelas envolventes, la realidad que vive la otra mitad del planeta: las mujeres.

Esta novela, de una profunda sensibilidad, toca los hilos del miedo, de la identidad femenina, del amor, de las maternidades, de la vida y de la muerte en el seno de tres generaciones de mujeres de una misma familia.

Adriana, la protagonista de la historia, nos cuenta cómo, después de parir un hijo vivo, Vidal, sufre sucesivos abortos que se conjugan en el de Jimena, la última hija que nace muerta. Esa muerte es el inicio de la narración. Adriana se siente inmersa en una sensación de vacío existencial, de ser parte de un algo del que nadie la había advertido, de estar atrapada en una gran parodia. Esa sensación que la arrastra, que la arrasa y que salpica todo lo que la rodea, es la misma que la hará resurgir y recoger sus pedazos para seguir adelante, más sabia.

Joki es su pareja. También es el padre de Vidal y del resto de los hijos muertos. Joki es un finlandés sensible, silente, que desde la ternura y el acompañamiento va acariciando su propio dolor y el dolor de Adriana. Es un hombre que sufre de una forma distinta a la de ella y, por eso, quizás, le cuesta entenderla plenamente. El pequeño Vidal, el hijo vivo de ambos, encarna la fuerza mágica de la infancia que sigue empujando a la vida desde la inocencia y la mirada limpia.

A lo largo del libro, Adriana hace un viaje retrospectivo por las distintas etapas de su recorrido vital. Recuerda su infancia y la de su hermano, una niñez pletórica de juegos y complicidades, escondites y secretos que parece de fábula; su adolescencia, intrépida y presurosa por alcanzar una madurez ajustada a lo que se espera de ella. Es ese el recorrido vital que ha construido a Adriana como mujer, como profesional, como pareja y, luego, como madre.

Llegado este difícil momento de su vida, el duelo por Jimena y por todos sus hijos muertos, Adriana se replantea su pasado y el de las otras mujeres de su familia. Recapacita sobre qué parte hay de deseo real en su vida y qué parte hay de patriarcado transmitido casi sin sentir, con la leche tibia, los caldos, los cuentos y las canciones de cuna; sobre qué parte de la esencia de cada mujer viene de la biología y qué parte viene de la educación que, desde que nacemos, nos convierte en cuidadoras, en madres de nuestros hermanos, de nuestras parejas, de nuestros hijos y con la que se va labrando, lentamente, el sentimiento devastador de la culpa.

Y es que, la maternidad nos teje por dentro con las finísimas agujas del amor incondicional que nos hace diosas creadoras de vida, alegría y esperanza, pero también nos cubre de exigencias sociales que terminan por condicionar nuestra autoestima, nuestra entereza y nuestra validez personal ante determinadas experiencias. Adriana lo vive en su cuerpo y en su ser, lanzando un grito desgarrador de dolor, por la hija nacida muerta, pero también por la madre que no pudo ser, por la hermana que no pudo dar a su único hijo vivo, por la sensación de fracaso, que, poco a poco, se irá transformando de vacío en aceptación. Los sentimientos de la protagonista traspasan los límites de lo físico e inundan el paisaje de pinceladas de olas, de vientos y de gaviotas dolientes desde su ático que es mar, atalaya de nido vacío.

Las ausencias que me habitan es una novela ágil, fresca, que hace poesía de lo cotidiano dentro de la urdimbre de sentimientos encontrados, creencias y disonancias entre las que Adriana se ve atrapada. Las ausencias que me habitan nos empuja a hablar de nosotras, de lo que nos pasa de verdad, de nuestros sentimientos más genuinos, de nuestras contradicciones y estereotipos, lejos de las imágenes impostadas y de los discursos retóricos sobre nuestros cuerpos.

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