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La Mara: el drama centroamericano en una novela apasionante

Por Horacio Otheguy Riveira.

El escritor Rafael Ramírez Heredia (TampicoTamaulipas, 9 de enero de 1942-Ciudad de México, 24 de octubre de 2006) fue periodista, cronista taurino, profesor de Historia de México, director de talleres literarios… y un entusiasta del lenguaje como búsqueda permanente de los rincones más luminosos y las sendas más oscuras de los seres humanos. Estos poblaron sus novelas con vigor inusitado, siempre desprotegidos, saliendo al paso de miserias inconfesables en busca de espacios de redención.

En La Mara da voz a la miseria profunda, moral y económica, de gente de Centroamérica afanosa en la búsqueda del paraíso en California, para lo cual ha de atreverse a largas travesías por ríos, andando y peligrosos trenes por donde se cuela el otro lado de lo miserable: la feroz prepotencia de jóvenes hermanados por sexo, crueldad, odio infinito al hecho mismo de estar vivos a golpes de puñal.

 

 

 

Jóvenes cuyos asesinatos se pintan en tatuajes, a menudo lágrimas por las que se saldan los segundos en los que alguien cae, víctima de su bravura, gente sumergida en orgías donde la violencia sexual podría apadrinar el filo inagotable de los cuchillos.

Hoy La Mara Salvatrucha 13 (que aquí se exhibe) está en baja forma, con muchos miles prisioneros en el régimen implacable de El Salvador, pero esta obra de 2004 (veinte años ya) no queda anticuada, pues el terrorífico viaje de familias sigue desarrollándose formando esa pléyade de emigrantes tan explotados como mano de obra barata y a la vez perseguidos, señalados por vastos movimientos ultranacionalistas como culpables de todos los males, robos y asesinatos.

El contexto continúa, los personajes involucrados de uno y otro lado sigue en pie, las criaturas sojuzgadas, las chicas prostituidas, la falocracia inmisericorde, los burócratas que se aprovechan para dar visados, y en fin, la violencia estructural que dan lugar a las feroces bandas que, por mucho que se repriman, una y otra vez volverán, reproduciéndose donde puedan pillar un paisaje que se abra a sus desaforadas ambiciones, llámese México, Guatemala, España…

 

 

Ya en en el comienzo, La Mara de Rafael Ramírez Heredia, presenta el paisaje fascinante y demoledor de un lenguaje personal que supera cuanta imagen aporten los medios de comunicación:

«Con la oscuridad cayendo desde las alturas del Tacaná, Ximenus Fidalgo alza el rostro hacia los ojos de los Cristos colgados en las paredes del consultorio. Sabe que hoy es noche de viaje y que cuando el ferrocarril parte, ese viaje agita las aguas del río y trastoca la vida en la frontera.

Ximenus precisa echar a un lado todo lo que es ajeno a ese próximo movimiento del ferrocarril. Necesita traspasar los ruidos del aire enredados en los olores del pueblo. Ir más allá, meterse en las luces ojerosas de las farolas de las calles alrededor de los patios ferroviarios. Colocar su visión en las decenas de migrantes que esperan el sonido del silbato del tren para abandonar el lindero de la selva donde por horas se refugiaron esperando este momento.

Las miradas fijas de Cristo y de Ximenus ven a hombres y mujeres avanzar viboreantes por las callejuelas terregosas hacia las casuchas cercanas al edificio que alguna vez sirvió de estación. Los cuerpos doblados se desfiguran más al pasar bajo las luces de burdeles y cantinuchas.

Se escuchan las respiraciones ardorosas. En voz baja los migrantes se animan unos a otros. Se electrizan con los siguientes silbatazos. A distancia rodean al ferrocarril que fuellea lento para absorber la fuerza que usará en un viaje humoso iniciado en esta frontera con un resuello final a casi mil kilómetros al norte, en el otro mar, el de la Vera Cruz.

Ximenus sabe que las sombras que ahora cercan al ferrocarril esperan el momento necesario para abordarlo mientras zigzaguean entre los desperdicios, sobre zacate y piedras, librando el mordisco de las ramas, afirmando la largueza del tranco en las cercanías del ferrocarril humoso, rojizo, largo en sus decenas de carros que transportaron natas químicas, polvos de cemento gris, harina cuyos residuos se desparraman en oleadas de viento, litros de aceite oscuro metido en cilindros plateados, ahora cerrados espacios vacíos todos, que usarán los migrantes que aún no se trepan a los furgones en que viajarán colgando de las escalas, en el hueco de entre los vagones, sobre los techos si es que alguien puede llegar a las alturas.

Pero aún nadie ha subido al tren. Todo tiene su tiempo y el del abordaje no ha llegado. La tensión soterrada sube cuando el convoy anuncia el inicio del viaje.

El fulgor lunero protege a los cientos que desparramados empiezan a correr al parejo de la mínima velocidad del tren cuya punta sale del pueblo clavando el ojo de luz en la soledad de la selva. Las sombras múltiples deshacen el semicírculo formado por sus cuerpos y a trancadas se acercan al ferrocarril, hasta que una de ellas, la de sobrada fiereza o la más desesperada, la de temor hirviente o la de mayor cercanía, y después el resto, se trepe al convoy de hierros.

Ximenus siente a la oscuridad excitarse con el movimiento de las sombras. Sabe que durante el trayecto el tren se detendrá tantas veces como estaciones existan, o como la policía migratoria lo decida, o como los tatuados lo ordenen para atajar a los que no conocen el poder de las aguas del río llamado Satanachia.

Los ojos de Cristo y de Ximenus no cambian su expresión mientras arriba de los carros de hierro se inicia el combate por obtener un mejor sitio. Se pistonean los pujidos. A un hombre se le desfigura el rostro por la patada lanzada desde una posición más alta en el ferrocarril.

Se escucha el desliz de los lamentos. Las amenazas y ofertas. Todo en voz baja, como si fuera un pacto nunca acordado.

Se escuchan los golpes que otro recibe en las manos sangrantes para desprenderlo de su asidero. Ahí, la pelea que uno sostiene contra los jalones a su ropa para quitarlo de la escalera. Allá, los golpes que recibe un tórax pegado al latido del que le dispara los puñetazos mientras el dolor se esconde en el bufido que defiende su posición.

Ximenus y los Cristos ven el ángulo de los codazos punzantes por obtener los mejores lugares, o si el desplazado por un cabezazo, ahora tumbado junto al terraplén del camino, fue el mismo que minutos antes fumara el último cigarrillo compartido.

Nadie más que Ximenus recordará si esa mujer, la que extiende la mano para trepar al movimiento del tren y no halla por dónde, es la misma que durante la espera, y desde la timidez de su rostro, contara parte de su vida. […]».

Entre su producción novelística destaca El ocaso (1966); Camándula (1970); Tiempo sin horas (1972); En el lugar de los hechos (1976); Trampa de metal (1979); El sitio de los héroes (1983); Muerte en la carretera, (1985); La jaula de Dios (1989); Al Calor de Campeche (1992); La esquina de los ojos rojos (2006) -tres novelas policíacas-, y De llegar Daniela (2010), su novela póstuma.

 

Ulular de anfetaminas, polvo de coca…

 

«Ninguno de los viajeros sabe que esos seres llegados de los mismos pueblos de abajo de Tecún Umán se esconden tras las líneas que configuran sus tatuajes. Los caminantes del igual sur del sur no conocen la fiereza de unos colmillos ocultos, salivando el momento preciso, que no tardará en llegar.

Qué se van a imaginar los horizontes que cruza el camino largo, ni que en cada rejuego está la caída, la pérdida de los brazos, las piernas cortadas, la deportación, la cárcel, el ulular de las anfetaminas y el polvo de la coca. No lo imaginan porque es más terrible regresar hacia sus países quemados que sufrir las desventuras hacia el norte.

Aún falta la numeración traquetosa del avance rueda a rueda. Todavía no han llegado a las estaciones abandonadas. No han visto los ojos de los animales ni las lluvias sin final, ni siquiera han saboreado la totalidad del hambre, la desolación y el abandono. No conocen lo que cada kilómetro les irá diciendo en estas sus historias, mil como mil los kilómetros que Ximenus sí conoce, pero los demás, los que viajan aferrados al tren, esos aún no lo saben».

One thought on “La Mara: el drama centroamericano en una novela apasionante

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