Antonio Praena: “En el contexto literario español la fe resta valoración y cierra puertas”
Antonio Praena (Purullena, Granada, 1973), ha publicado los libros Humo verde (2003), Poemas para mi hermana (Accésit Adonáis 2006), Actos de amor (Premio Nacional José Hierro, 2011) y Yo he querido ser grúa muchas veces (Premio Tiflos, Visor 2013). Por el libro Historia de un alma (Visor 2017) recibió el premio Jaime Gil de Biedma, el Premio de la Crítica Andaluza y el Premio Valenciano de la Crítica. En 2020 su obra Cuerpos de Cristo (Visor) resultó ganadora del Premio Emilio Alarcos. Ha visto la luz una antología de su obra traducida al italiano titulada Tra cielo e terra y se ha publicado en México la antología Andar sobre las aguas.
Doctor en Teología, es Profesor de la Facultad de Teología y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Valencia (UCV). Ha escrito artículos teológicos especializados. Un Dios que se deja decir es el título bajo el cual se ha publicado su tesis doctoral sobre el conocimiento y el lenguaje de Dios en Santo Tomás de Aquino, editada por la Universidad Católica de Valencia.
Es Académico Correspondiente de La Academia de Buenas Letras de Granada.
Su libro La belleza del otro (Visor, 2024) ha recibido el Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola y es sobre el que hoy nos da Praena su Primera Impresión.
Lo importante no es volcar en el libro tu mundo estético o tus obsesiones
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Porque alguien me dijo: cuando el poema sea para el lector, cuando la trasparencia sea su signo, entonces será el momento.
Lo importante no es volcar en el libro tu mundo estético o tus obsesiones, que no son más interesantes ni más hondas que las de los demás, seguramente más heroicas que la tuya en su cotidianidad, sino hacer posible un verdadero acto de comunicación entre la verdad de la vida y la vida de los lectores.
La mirada misericordiosa va mucho más allá de la mirada empática.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Este libro tiene dos orígenes, uno emocional y otro temporal.
El emocional ocurrió cuando me di cuenta de que la crispación, la polarización, la subida de tono verbal en la vida social y política del mundo que nos rodea me estaba afectando. No miraba a los otros con limpieza. El juicio mental me llevaba a fijarme en los defectos, en las contradicciones que cada cual tenemos. Me di cuenta de que tenía que resetear mi corazón: apostar por ver lo óptimo, la generosidad que cada cual atesora y la dignidad que a cada cual le pertenece, más allá de sus actuaciones erráticas o acertadas, más allá de una sintonía personal.
Desde la espiritualidad lo llamamos ver con los ojos de Dios, ver a los demás como Dios los ve. Poéticamente se tradujo directamente de esta forma: ver la belleza intrínseca a cada ser humano, más allá de empatizar o comulgar con sus ideas o pensamientos. La empatía es, en este punto, algo insuficiente. La mirada misericordiosa va mucho más allá de la mirada empática.
El origen temporal del libro es exactamente el descrito en el último poema, titulado “De humanitate”. Sucedió exactamente así: un día estaba leyendo en la playa, dándole vueltas en mi cabeza -en mi yo pensante y racional- a una serie de cuestiones. En ese momento levanté la vista del libro y mi mirada se cruzó con los ojos azules de un inmigrante, un trabajador de los invernaderos del municipio de Águilas, que había bajado al finalizar su jornada para mojar sus pies entre las olas del mar. Era él quien me estaba mirando a mí. Antes que mi yo cartesiano y egocéntrico, comprendí que soy el ser humano que esos ojos miran. El otro me antecede. Lo vi claro, como en una revelación a la orilla del mar sin necesidad de rarezas esotéricas ni milagreras.
A mí me ha tratado mejor la crítica que el público
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Soy sincero: la emoción para mí reside en la contención. Y la mística ocurre entre los pucheros.
No hay en el libro grandes discursos sobre el ser, sobre la humanidad, sobre Dios. Soy, estéticamente hablando, deudor del realismo aristotélico y tomista.
No buscaría efluvios sentimentales ni poemas bonitos.
No buscaría solemnidades; por el contrario, las horas de trabajo que hay detrás del libro buscaban y buscaban que no se percibiera el trabajo. A mí me ha tratado mejor la crítica que el público, quizá porque hay entre los lectores una búsqueda de solemnidad o confesionalismo, así como una creciente falta de formación, que lleva a convertir en best-sellers libros poco exigentes formalmente hablando. Y ya he dicho más de lo que debiera.
No somos el ombligo del universo, y menos lo es el poeta
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Necesitamos pasar de un modelo de entender el mundo y la poesía en el que el “yo” es el centro de todo -el “yo” y sus sentimientos, sus gustos o likes, sus necesidades expansivas-, a un modelo de relaciones humanas y de poesía fundado en la alteridad, en el cual la presencia del otro nos precede tanto en la vida como en el lenguaje.
Existimos porque alguien nos ha engendrado y parido, hablamos porque alguien nos ha dado el lenguaje. Amamos porque existe el otro. Hay demasiada poesía, a veces incluso bienintencionadamente social, en la que el poema no deja de ser una afirmación de uno mismo y su mundo supuestamente genial. Creo que es momento de descentrarnos: el ser, el cosmos, los otros, la familia o la sociedad nos anteceden y nos han dado todo.
No somos el ombligo del universo, y menos lo es el poeta, por más genial e imprescindible que se crea, porque su misión nace del lenguaje de la tribu, de la que debe ser un servidor, un ministro, etimológicamente hablando.
Pido a los lectores que se atrevan a leer La belleza del otro sin prejuicios sentimentales o ideológicos.
¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Hay un momento intuitivo a partir del cual ordenas los poemas desde ese punto de fuga revelador. No hay en La belleza del otro una agrupación temática. Los poemas que hablan de mi padre, de mi tarea como profesor de teología, del lenguaje mismo o de la belleza corporal y moral están esparcidos en todas las secciones del libro.
Pero sí hay un sendero que se puede seguir -o no- al leer el conjunto tal como está intuido: se trata del camino que se abre desde una posición más subjetiva hacia una forma de existir totalmente confiada a la mirada de quien nos mira. Dejar atrás la poesía narcisista para abrazar una poética de la alteridad. Y esa alteridad, finalmente, es también un salto en los brazos del Totalmente Otro, el totaliter aliter del que habla la teología patrística y medieval. También la del siglo XX, por tener presente a Karl Rahner.
Somos los últimos en darnos cuenta de nuestras ridículas pretensiones creativas.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Antonio Praena de tus anteriores obras?
Creo, para ser coherente, que eso deben decidirlo los lectores o los críticos -supuesta la vanidad de que este libro merezca esa dedicación crítica-.
Uno intenta ser fiel no tanto a lo que ha sido cuanto a lo que la vida le ha ido enseñando, lo cual implica ser sincero respecto al propio pasado, intentando así dar lo mejor que aún debemos dar a partir de lo aprendido. Intentarlo me lleva a buscar la claridad y la trasparencia. Lo cual implica que sí, que entonces se deja ver cierta verdad más allá de la autoimagen.
Me obsesiona la claridad literariamente hablando, pues en ella hay más misterio que en cualquier rareza.
Pero luego hay que olvidarse, es decir: no pensar mucho en si hay o existe un autor con marca y estilo propios. Porque, de lo contrario, al mirar atrás te convertirías en una estatua de sal, en un ídolo risible de ti mismo, aunque no te des cuenta.
Somos los últimos en darnos cuenta de nuestras ridículas pretensiones creativas.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘La belleza del otro’, ¿cuáles serían?
Me encantan los aprietos: Señalaría “Papá”, “Adelfas” y “De humanitate”.
A determinadas formas muy reaccionarias de vivir la fe lo que yo escribo les resulta molesto
Poesía y fe, ¿binomio ganador? ¿Nadar a contracorriente?
Claramente, nadar a contracorriente. Hay quien, al crecer la amistad entre nosotros, se ha sincerado y me ha dicho que, de entrada, no me hubiera leído. Que no soporta todo eso del cristianismo y las religiones. Comprendo desde qué sentimiento está hablando y también qué experiencia puede haber va en su posición fiducial.
Lo que puedo decir -y solo cuento con mi limitada experiencia para ello- es que en el contexto literario español la fe resta valoración y cierra puertas.
Hay techos de cristal, y este es uno. Por otro lado, a determinadas formas muy reaccionarias de vivir la fe lo que yo escribo les resulta molesto. No es queja. Es gratitud por el reto en un marco consciente del tiempo que me toca vivir.
Un día me dijo Vicente Gallego que estas dificultades, estas renuencias que he de surcar contra corriente, servirían para hacer más verdadera mi poesía, si de verdad lo era. Creo que tenía razón.
En poesía siempre empezamos de cero.
Afirmas en otra entrevista sobre el hecho de que el libro haya sido galardonado con el Hermanos Argensola que “este premio supone retomar la confianza en la poesía”. Con una carrera literaria tan sólida y reconocida como la tuya, ¿cómo es posible que la hubieras perdido? ¿En qué momento -poéticamente hablando- te encuentras ahora?
Porque en poesía siempre empezamos de cero. No hay curriculum vitae que te garantice que el milagro de la inspiración vaya a volver a ocurrir y que tú estés en la actitud de humildad que se requiere para recibirlo.
La poesía es como la espiritualidad: hay momentos de gracia y momentos de dolorosa oscuridad.
Y debe ser así. Un poeta debe ser siempre un niño que ve el mundo con el asombro de la primera vez y habla con el balbuceo de quien está aprendiendo un lenguaje siempre nuevo.
A ello, siendo más realista, se añade el hecho de que cumplimos años. Uno ya no es un joven, sino un cincuentón, por más que tu actitud sea jovial y poco dada a poses de solemne gravedad. Además, te vuelves más exigente: dudas de que este o aquel poema merezca unos minutos de atención por parte de los lectores. Dudas de si estás realmente aportando algo o simplemente o te estás resistiendo a reconocer que el momento de la frescura o la hondura ya pasaron.
Imagina un actor que ha perdido respeto a las tablas, que se vuelve autocomplaciente por el simple hecho de que un día interpretó un papel más o menos interesante. La poesía es un don que hay que trabajar. Pero es una chispa que prende o no prende. Y te tienes que plantear el asunto de veras desde cero.
Hay quienes critican que los poetas se presenten a premios. Ojalá fuera tan fácil, ojalá el haber sido galardonados en el pasado nos abriera las puertas de cualquier colección. No es así: uno tiene que empezar de nuevo e ir con su manuscrito llamando a las puertas, que a veces nos las brindan los premios. Si alguna se abre, feliz y agradecido por la nueva oportunidad. Si no, a seguir intentando publicar lo mejor que se pueda. Eso, o guardar silencio. Pero cuando llegue el momento de guardar silencio, el silencio mismo se encargará de decírnoslo.
Incluso es mejor que así suceda, pues te obliga a empezar de nuevo; te ayuda a alejarte de la falsa seguridad.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
Saber que este libro le ha gustado a un poeta a quien leo desde los años noventa, como es Carlos Marzal, me ha otorgado esa paz que solo la mirada de los otros puede darnos. Su Euforia (Tusquets, 2023) lleva más de un año sobre mi escritorio. Leerlo de continuo es como ir regularmente al gimnasio: te pone en forma poética y te sube las endorfinas de la felicidad.
***
Tres poemas de La belleza del otro
ADELFAS
Habituado al sufrimiento, ante el cual se vuelve el rostro, lo despreciamos. De hecho cargó con nuestros males
Is 53, 3-4
Recurro a las adelfas para hablarles de Aristóteles,
de la belleza en Aristóteles.
Las cosas bellas no son siempre bondadosas.
Lo bueno puede estar a nuestro lado
sin fulgor aparente.
Ya lo sabía Leni Riefenstahl
cuando exalta en Olympia la perfección del cuerpo
y de la voluntad.
También lo supo Stalin:
brillantes botas negras en conquista,
palmo a palmo, del reino de los hombres.
De un modo diferente,
el final de la historia consuma un trampantojo
tan nuevo y tan antiguo:
como adelfa
que esconde su veneno, lo hermoso nos subyuga
en muebles de Minotti, en dientes blancos,
en dorados anuncios de un perfume
que se llama Égoïste.
Nuestra angustia hace caja. También la soledad.
Wagner y el miedo causan vigorexia.
Es algo muy primario, porque somos primarios:
el triunfo de una tribu
que enmascara su instinto.
Y, como muchos,
también yo quise ser un macho alfa.
Mi brazo musculado ha dicho adiós
a un puñado de amigos en los últimos meses.
Hace un par de semanas he perdido a mi padre.
Sé fuerte, me decía, anticipando
el final de mi infancia,
porque esto es el final de aquella infancia.
Siempre la claridad viene de alguien
negado, desechado y enterrado
en el siglo primero de toda religión e inteligencia.
No había nadie en su tumba,
según iban diciendo unas mujeres
por todas las calzadas de un Imperio
que acaso está acabando en estas horas.
A su modo y manera,
el sabio de Estagira coincide con la Biblia:
a veces la bondad está en las cosas
sin belleza aparente.
Hay algo en el amor que es más hermoso
que la propia belleza.
PAPÁ
Nunca sabremos bien hasta qué punto
permanecen en la memoria
los rostros que tocaron nuestros dedos
justo al instante de nacer.
Va llegando la gente, familiares,
personas que hace tiempo que no he visto
y voces que creía ya olvidadas.
Mi madre los saluda, se dan besos,
mientras buscan mis manos
la Epístola Paulina entre las hojas
de un viejo leccionario para exequias.
Con suma pulcritud, las mismas manos
alisan los manteles, recolocan
las hostias, el misal, los corporales.
Son las manos de un hijo
a punto de oficiar el sacramento
en el primer aniversario
de su padre difunto.
Descubro de repente que está aquí,
sentado entre los bancos de la iglesia.
He dado un par de pasos hacia él.
Su piel conserva intacta cada arruga,
pero mira hacia mí
igual que en los retratos de su boda.
Es aquel joven serio y es el hombre
del último verano, cuando dijo
“ya no me abrazas como antes”.
Es todos los que ha sido.
Sigo avanzando hacia mi padre,
hasta que al fin puedo tocarlo.
Los rostros que palpamos al nacer,
cuando aún no hay memoria ni tampoco
del todo hemos nacido,
se quedan en nosotros aguardando
ser palpados de nuevo.
La memoria no es cosa
varada en la consciencia.
Tampoco me refiero al inconsciente.
Es algo que se toca más allá del recuerdo.
Suele ocurrir en espacios sagrados.
Prescinde de razones. Perdura y eso es todo.
Todo el cuerpo conoce
quién ha sido su padre.
DE HUMANITATE
Este libro, estas letras
han sido reveladas por un Dios olvidado
en la forma que suele:
encarnándose en otro.
Ocurrió en una playa
entre Almería y Murcia.
Un hombre sale ahora del trabajo
en un invernadero.
Baja al mar.
Lava sus pies entre las olas.
Extiende una toalla
-o algo parecido a una toalla-,
se sienta sobre ella
y esconde la cabeza en sus rodillas.
Son nadie los que advierten su figura.
Mis ojos se levantan desde el libro
que tengo entre las manos.
Leo en él -en el hombre sentado en la toalla-
la conclusión del libro
que tengo entre las manos, la respuesta
sobre quién soy yo mismo y sobre todos
los hombres que una vez se preguntaron.
Levanta la cabeza.
Advierte mi mirada, me devuelve la suya.
Siento cierto pudor
ante la transparencia de sus ojos
azules que se cruzan con los míos.
Hay algo que ha cambiado en esta orilla.
Soy el mismo de antes y, no obstante,
ya no soy el que era,
un bañista leyendo,
un tipo que miraba.
Soy el hombre mirado
por alguien que no existe.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.