Por Horacio Otheguy Riveira.

Biografía novelada con datos minuciosos y buen clímax de ficción en la que se cuenta la historia real de una familia europea a través de países como Austria, Francia, Suiza o Alemania, y a lo largo de todo el siglo XX.

En El lado vacío del corazón se explayan acontecimientos muy cercanos en un contexto terrorífico.

Tiempos convulsos en los que las  ideas políticas opuestas a lo establecido oficialmente, arrojan a millones de ciudadanos a los márgenes de la sociedad, hambrientos y desarraigados, y no sólo durante el nazismo que separará a esta familia, sino que en el discurrir de sus personalidades sentimos muy cerca —sin siquiera mencionarlo— las desventuras sucedidas durante los feroces años de la dictadura franquista, que diseminaron por parte de Europa y por muchos países hispanoamericanos a familias enteras huyendo de la persecución ideológica o el desastre económico: en todos los casos, en fuga permanente de la atrocidad de los poderosos de turno, amparados en el dominio social… inevitablemente político.

Y ahora mismo en el acoso y derribo de los nuevos emigrantes… tras el auge desenfrenado del odio de algunos sectores que no solo aspiran al poder institucional, sino que ya lo han adquirido con creciente fortuna en varios países.

«Mi abuela murió  en un campo de concentración», dice el nieto, Hanno, en una confidencia. Y  aunque lo haga ya décadas después esto parece despertar a los fantasmas del  pasado y activar los recuerdos colectivos más negros… En una época como la presente en el que vuelven a aparecer similares vocaciones de dictaduras fascistas.

Este maremágnum de hoy está latente -sin mencionarlo expresamente- en las páginas de esta obra creada como una obra vitalista, dolorosa y esperanzada por  medio de muchas investigaciones a través de cartas, libros, documentos y entrevistas a supervivientes; recrea la  vida a ratos desoladora, a ratos bellísima y aparentemente invencible, de pocos seres honestos; y cuando éstos cometen alguna injusticia, del  tipo que sea (casi siempre «sentimental»), su voz se hace eco de esa injusticia  y no la silencia.

 

Recuerdo de Hugo Salzman junior:

 

«[…] El vago recuerdo de una habitación de hotel con el empapelado hecho girones, la idea difusa de muchas habitaciones en muchos hoteles. La premura con que los padres recogían sus pertenencias cada vez que se les advertía de un registro policial. La huida por la escalera de atrás y por el patio. El fragor de la calle que se abatía sobre ellos. El miedo a los flics que, envueltos en capas negras impermeables y tocados con ridículas gorras de otra época, se lanzaban en pareja a la caza del refugiado, tiraban de pronto sus bicicletas en medio de la calzada y se precipitaban sobre algún transeúnte.

El olor seductor de las galerías del metro, olor a algo más que a goma, hierro, lubricante y sudor. El traqueteo de los vagones. el fogonazo de las luces. Los ataques de pánico en la oscuridad que desde entonces se han enquistado en su cuerpo. La sensación de abrigo, a pesar de todo, cuando, cogido de la mano de la madre, caminaba por los mercados y ella lo mandaba a pedir la mercancía porque no dominaba el francés y porque una criatura con sus ojazos era capaz de mover el corazón de cualquier mercachifle, y en efecto: el que estaba detrás del mostrador a veces le añadía un trocito al cuarto de libra de mantequilla que acababa de pesar en la balanza.

O cuando el padre lo levantaba y lo abrazaba rozándole la mejilla con la suya. El cosquilleo de los cañones en su tez delicada, el áspero aroma del tabaco negro, la visión de las volutas de humo que el padre, por complacerle, exhalaba para que se elevaran hacia el techo… el chico no se hartaba de verlo.

De lo que no se acuerda y solo se acordará a posteriori es de la actividad que su padre ejerció como responsable de la distribución de material informativo  como técnico imprescindible,  ya que no solo tenía habilidad para reparar máquinas de imprimir, arreglar fusibles o preparar maletas de doble fondo, sino que se encargaba también de la producción y el envío de periódicos y octavillas y trabajaba en la Unión de Defensa de los Escritores Alemanes…».

 

Tropas alemanas en las calles de París.

 

En la portada del libro aparecen los propios Salzmann, militantes de izquierda austríacos fotografiados en el París de los años 30: Hugo, Juliana y Hugo júnior.

 

Traducción de: Richard Gross Colección: Largo recorrido  Páginas: 176 PVP: 16,95 €

 

Erich Hackl nació en Steyr, Austria, en 1954. Realizó estudios de Filología Germánica e Hispánica en las universidades de Salzburgo, Salamanca y Málaga. Entre 1981 y 1990 fue profesor en la Universidad de Viena y es miembro de la Academia de la Lengua y Poesía Alemanas.

En 1983 comenzó su carrera como escritor y realizó numerosos viajes a diferentes países de Latinoamérica. Entre los autores a los que ha traducido al alemán figuran nombres como Rodolfo Walsh, Eduardo Galeano, Juan José Saer o Rodrigo Rey Rosa. Es autor de libros como Sara y Simón. Una historia sin fin (Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, 1998), Adiós a Sidonie (Pre-Textos, 2002) o La boda en Auschwitz (Destino, 2004). Periférica ha publicado El lado vacío del corazón (2016) y Como si un ángel (2019).