‘Marco’, militante de la falsedad
Por Diego R. Segura.
Hay mentiras que crean historias y hay historias que merecen ser contadas. Enric Marco Batlle (1921-2022) fue, por encima de todo, un trilero, un contador de historias; un arquitecto al que se le derrumbó el castillo de naipes cuando la distancia con el suelo era ya altísima. La historia de este personaje muestra dos caras: la real y la ficticia, que durante años fue tomada por veraz, ante la vehemencia de un Enric no solo concienciado con la memoria de los españoles que pasaron por los campos de exterminio nazis, sino por su literario testimonio como superviviente en Flossenbürg (Baviera).
Su ideología le llevó al exilio una vez acabada la Guerra Civil en 1939. En Francia, participó en la resistencia a la Alemania nazi, pero fue apresado y enviado al campo de exterminio de Flossenbürg en 1943, de donde fue liberado dos años después. Una historia inspiradora, cuyo narrador se encargó de airear en reuniones clandestinas durante la dictadura franquista y más tarde, en democracia, por congresos, colegios, varias publicaciones y organizaciones como la ‘Asociación Amical de Mauthausen y otros campos’, de la que fue secretario y presidente entre el año 2000 y 2005.
Cuando el relato de Marco dice una cosa, pero los informes, las listas y los documentos dicen otra, se crea el caldo de cultivo perfecto para crear historias que, basadas en hechos reales, aborden desde mil puntos de vista la demolición de una obra que Enric Marco Batlle no pudo salvar con más mentiras. Años de inspiración, minutos de gloria en televisión y ríos de tinta ante un peculiar caso de memoria —o amnesia— histórica. Autores como Javier Cercas (‘El impostor’, 2014) ya abordaron una historia que hoy, es llevada a la gran pantalla por Aitor Arregi y Jon Garaño (‘La trinchera infinita’, ‘Handía’) y con Eduard Fernández en la piel de Enric Marco Batlle.
‘Marco’, presentada la Bienal de Venecia el pasado mes de septiembre, sigue a Batlle en su empeño de liderar las conmemoraciones de del sesenta aniversario de la liberación de Mauthausen. Con una ambición desmedida por extender su historia falaz, se sumerge en preparativos, hasta que un historiador detecta ciertas incoherencias en la historia del protagonista.
La huida hacia delante de Marco es agónica, patética, y por momentos preocupante —el escalofrío que regalan los derrumbamientos—. El jefe de obra de esta detonación tiene nombres y apellidos registrados: Eduard Fernández. Es difícil ver desaparecer a un actor en pantalla, no en este caso; con cada titubeo, cada embuste, cada mirada cómplice y cada justificación, Eduard hace suya la causa perdida de Enric Marco. En otra faz de las mil que ofrece en su repertorio el actor, encontramos ahora la de un hombre que, tras sus buenas formas e impecable discurso, esconde más de lo que muestra, aun mostrándose constantemente. Nathalie Poza bucea en el papel de la mujer que se niega a dejar de creer, que ve como la persona con la que siempre ha estado, no es quien dice ser. La credibilidad de su actuación es precisamente la que su personaje pierde progresivamente ante las certezas inciertas de su marido.
El final de esta historia ya está escrito, documentado, redactado y filmado, lo cual es una oportunidad de disfrutar de la gama de matices de una grabación muy medida y calculada. Planos espejo, enfoques y desenfoques que ahondan en la imagen de la dualidad de una persona, de la verdad y la mentira.
‘Marco’ es, sin titubeos, la demostración de que el tópico de la picaresca no tiene más límites que los que la propia historia dicte. Con una dirección notable y una actuación tan real como las mentiras de Batlle, la película avanza con el vértigo del equilibrista, el show en la tramoya de alguien que fue fiel a la falsedad más veraz.