Caricatura sin matices en El Gran Teatro del Mundo
Horacio Otheguy Riveira.
Es, en principio, discutible si este auto sacramental puede verse tan festivo como aquí se presenta, ya que la elaboración histriónica de sus protagonistas (El Autor y El Mundo) corresponde a la mirada de quienes reelaboraron el original de Calderón estrenado en el siglo XVII. En cualquier caso, a partir del nuevo texto, se produce una puesta en escena lúdico-festiva con exceso de histrionismo para un reparto de muy alto nivel en el que sus protagonistas no destacan como debieran, precisamente por el toque caricaturesco que el director les ha impuesto en gran parte de la función.
Lluís Homar como director tiene ya aplaudida experiencia (Luces de bohemia, La discreta enamorada, Lo fingido verdadero...), de manera que cuanto se ve y escucha en esta versión surge de un estudiado criterio audiovisual frente a un texto largamente estudiado.
Desde esta butaca de una tarde de noviembre 2024, el resultado me parece por demás arbitrario en las marcaciones de tan buenos intérpretes y en el vestuario donde vestidos y semidesnudos se entregan a un desfile de apariencias que empieza muy interesante (gracias a una plástica pirandelliana de gente en busca de autor para existir) que va tornándose en un difuso prisma donde mal combinan la caricatura pueril de algunos personajes (el rico, desnudo con un collar de monedas de oro) con el tono entre didáctico y recitativo de la mayoría, mientras un Autor-dios se divierte moviéndolos, castigándolos y perdonándolos a su antojo, con la colaboración del Mundo simpático, deportivo, sumiso…
La función decae a medida que avanzan las vivencias de los personajes, atareados y guiados a capricho por la producción y la decisión del Altísimo («Haced el bien porque Dios es Dios») para ir hacia su final, el sepulcro que a todos espera, ya agobiada la escena por farragoso texto carente de riqueza poética y crescendo visual.
Ausente el talento musical de Xavier Albertí (que tan grande brilló en El gran mercado del mundo, 2019), solo por momentos parece ausentarse la mano del director y brota con fuerza el talento de algunos de sus intérpretes.
«Los caminos de la religión (o quizá de la espiritualidad), con todas sus complejidades, y los del teatro, con toda su capacidad de fascinación, encontraron, mediado el siglo xvii y gracias a Calderón de la Barca, un poderoso espacio donde mirarse unos a otros.
La genial osadía de Calderón de convertir la visita de Dios al mundo para que organice una función de teatro con la raza humana como actores y la Ley de Gracia como apuntador que solo puede ayudar a las fragilidades de los intérpretes con unas palabras que dicen «obrar bien, que Dios es Dios» va a permitirle plasmar buena parte de las tensiones filosóficas que ocupaban las mentes de sus conciudadanos y que siguen ocupando las nuestras, puesto que no hemos sido capaces de renunciar a preguntarnos por el sentido de nuestra vida y qué valores la ordenan.
El gran teatro del mundo es un auto sacramental y, por tanto, estaba destinado a representarse durante la celebración del Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo, que después del Concilio de Trento había adquirido una gran importancia para subrayar los valores de la eucaristía dentro de la Iglesia, que no aceptaba los preceptos de la Reforma. […]» Lluís Homar
Reparto: Clara Altarriba, Malena Casado, Pablo Chaves, Antonio Comas, Carlota Gaviño, Pilar Gómez, Yolanda de la Hoz, Chupi Llorente, Jorge Merino, Aisa Pérez, Pablo Sánchez
Composición y dirección musical Xavier Albertí
Dramaturgia Xavier Albertí, Brenda Escobedo y Lluís Homar
Voz y palabra Vicente Fuentes
Escenografía Elisa Sanz
Iluminación Pedro Yagüe
Vestuario Deborah Macías
Movimiento Pau Aran
Ayudante de dirección Vanessa Espín
Dirección Lluís Homar
Producción Compañía Nacional de Teatro Clásico